3. ES COMPLICADO

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ATENEA

Como cada mañana, me despierto con los gritos de mi padre. A veces desearía que se lo tragara la tierra, pero después recuerdo que ese hombre también me trajo al mundo.

Nos trasladamos de ciudad hace unos años, y fue bastante complicado el cambio. Aún recuerdo la cantidad de lágrimas que derramé al alejarme de mi sur. Vivía al sur de España, en Cádiz exactamente. Todavía conservo un poco de acento, pero solo cuando hablo por teléfono con mi familia y me lo recuerdan. Nos vinimos porque mi padre se quedó sin trabajo, y desde entonces, todo ha ido de mal en peor.

Mi padre cada vez bebe más, y yo cada vez, lo soporto menos. Mi madre siempre intenta justificar cada una de sus borracheras, pero yo no veo justificación alguna. Beber no soluciona tus problemas, y menos tratar mal a tu familia cuando estás borracho.

Estar en casa significaba no salir apenas de mi habitación. Leer ha sido mi refugio desde que llegamos aquí, bueno, y él. Unai se convirtió en mi 'safe place', la persona que consigue que me olvide de todos mis problemas porque transmite su buena energía hasta a una roca. Le conocí el primer día que pisé mi nuevo instituto.

Recuerdo ese día como si fuera ayer. Tener que vivir en una nueva ciudad, hacer nuevos amigos, adaptarte a todo. Fue horrible. Pero gracias a él, no tanto.

Sabía que tenía que ir a clase, y sabía a dónde tenía que ir, pero no estaba preparada. Anduve por los pasillos del instituto, sintiéndome como un bicho raro rodeada de personas extrañas. Solo quería desaparecer, así que entré en el cuarto de baño, a toda prisa. Con suerte, nadie se daría cuenta de que no aparecía durante las primeras horas. Con no aparecer por la presentación, era más que suficiente. Era horrible ser nueva y tener que presentarme tal que, 'Hola, soy Atenea, me he tenido que cambiar de ciudad porque mi padre no encuentra trabajo, y ahora estoy aquí, viviendo a kilómetros de mis amigas y con un padre borracho'. Era mejor quedarse un ratito en el baño.

Tengo esta imagen grabada en mi cabeza. Me miraba al espejo, comprobando si mi aspecto era tan horrible como imaginaba. Empezaba el primer curso del instituto, y lo que iba a ser genial acompañada de mis amigas, comenzaba en un instituto nuevo a kilómetros de ellas. Una chica me sobresaltó, cuando salió bruscamente de uno de los aseos. Parecía mayor, probablemente de último curso. Se limpiaba la boca con su mano. Llevaba el pintalabios corrido. Se lo retocó rápidamente, a mi lado.

-- ¿Eres nueva? – la chica me miró, supongo que se había dado cuenta de que la miraba de reojo. Asentí con la cabeza, soltando el aire resignada. – No te preocupes, te aseguro que hoy todos los de tu curso están igual de nerviosos que tú. – dicho esto, desapareció de allí, cerrando la puerta tras ella. Me quedé pensativa, y aliviada con sus palabras. Pero volví a mirar hacia donde había salido aquella chica, porque al parecer, no había estado sola.

-- Perdona, pensaba que no había nadie. – el chico se disculpó, poniéndose la sudadera a la velocidad de la luz. Yo solo miraba atónita. Ese chico tendría quince años, y os aseguro que la chica de antes era de último curso, seguro. Por lo que le sacaría tres años por lo menos.

-- No, yo... -- intentaba hablar, pero lo miraba demasiado nerviosa. En otro momento hubiera desaparecido, salido al exterior. Pero no quería salir de allí y tener que enfrentarme a la realidad.

-- ¿Por qué estás aquí, no deberías ir a clase? – el chico se miraba al espejo, peinándose el pelo que lo tenía todo alborotado. Sabemos por qué.

-- Debería hacerte yo también esa pregunta, ¿no crees? – señalé a la puerta, por donde había salido aquella chica hacía unos segundos.

-- Touché. – me sonrió. Y me sacó una sonrisa, lo confieso. -- ¿Primer día?

Ocho formas de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora