ERIK
-- Hijo, acuérdate que hoy tienes que ir al ayuntamiento, es día de asuntos sociales. – mi madre me interceptó antes de salir por la puerta.
-- ¿Esta vez no puede hacerlo Unai?... – se lo dije a mi madre un poco harto. Siempre tenía que ser yo el que hiciera todo. Erik el responsable, Erik el adulto, Erik el alma caritativa, siempre para todo el mundo. Pero nadie para mí.
-- No Erik, tú eres el que vale para todo eso. Sabes cómo es tu hermano.
-- No hay problema. – respondí asumiendo que lo iba a tener que hacer de todas formas.
En cuanto cerré la puerta respiré hondo, intentando coger el aire que iba a necesitar para afrontar el día. Ir a la playa con la tabla era lo único que conseguía despejarme. Donde podía ser yo, Erik. Divertirme sin necesidad de tener que complacer a todo el mundo. O al menos, en el agua no tenía que cumplir las expectativas de nadie. Dejé la tabla en nuestra terraza, porque antes tenía que acercarme a hablar con el encargado de los asuntos sociales del pueblo. Sí, desde hace un año colaboro con ellos, voluntariamente. El perfecto de Erik.
-- Buenos días, joven. Con las olas que hay hoy, pensaba que no vendrías. – Tomás, el señor encargado de organizar las tareas sociales me recibía siempre de lo más amable.
-- Aquí estoy... -- sonreí, qué remedio. -- ¿En qué puedo ayudar hoy?
-- Pues ya ha salido un grupo para el comedor social, y no hemos recibido el cargamento de ropa aún, así que hoy hay poco que hacer... -- Tomás arrugaba sus cejas, pensativo. – Aunque bueno, eres un chico responsable y entregado, podrías ayudarnos con algo más complicado.
-- Claro, dime.
-- Pelayo. – le miraba confundido. – Es un indigente que vive en la calle desde hace un par de años, y no lo encontramos por ningún lado. Hace semanas que no pisa el albergue, ni siquiera viene a por su ración de comida diaria. Estamos realmente preocupados.
-- Vale, intentaré ubicarlo. Si me entero de algo te llamo.
-- Gracias chico. Ten cuidado con esas olas, que hoy sí parece que hacen daño.
-- Las olas nunca hacen daño, solo acarician. – le guiñé un ojo, vacilón, antes de salir de allí.
Di un paseo mañanero, con las manos en los bolsillos e intentando fijarme en cada rincón del pueblo. Disimuladamente, por supuesto. Andaba pensativo, con mi gorrito puesto y dando patadas a una piedra desde hacía seis metros. Nada. Ni rastro de ese tal Pelayo. Intenté pensar a dónde iría una persona que vive en la calle y ha huido de un albergue donde te dan cama, comida y un techo donde resguardarte. Joder, ¿de verdad había preferido largarse de ahí?...
-- ¿Dónde estabas tío?, habíamos quedado hace quince minutos. – Nolan esperaba apoyado en el muro de nuestra casa.
-- Me he dejado el móvil, perdona tío. – le choqué la mano, en modo de saludo.
-- ¿Y Unai?
-- Durmiendo. Vaya pregunta. – bromeé. -- ¿Entras?, tengo que coger una toalla. – abrí la puerta, esperando que me siguiera.
-- No, te espero aquí. No tardes.
-- Guay. – le hice el gesto de shaka.
Nolan últimamente estaba jodidamente raro, pero no le cuestionaba nada, tendría sus problemas y no me iba a meter en ellos, la verdad. Él y Unai siempre habían conectado mucho más, ya estaba yo para poner sensatez a la situación. A veces me hartaba de ser 'Erik el aburrido'... No lo era. En absoluto.
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Ocho formas de enamorarse
RomansaAlifornia, así lo llaman ellos. Pueblo donde estos ocho corazones se debaten entre amar, u odiar. Ninguno de ellos sabe cuándo sucedió, pero sin esperarlo, su corazón ya tenía dueño. Gabriela, Unai, Erik, Adriano, Teresa, Alya, Nolan y Atenea. Todos...