ERIK
-- ¿Algún dato sobre Pelayo? – Tomás me ayudaba en la cocina a preparar la comida para todas las personas que venían a diario a por un plato caliente que llevarse a la boca.
-- Nada. – aseguré, apretando mis labios. No podía asegurar que el indigente que vi junto al contenedor fuera él, así que...
-- Bueno pues no te preocupes más por ese tema, seguramente no vuelva.
-- ¿No vais a buscarlo más?... – pregunté, sorprendido.
-- No es la primera vez que un indigente deja de venir al centro social. No podemos hacer nada... -- Tomás respondió entristecido...
-- Sí, buscarlo. – añadí, sirviendo lentejas en los platos.
-- ¿Por dónde exactamente Erik?...
-- Por donde sea, seguro que no está muy lejos.
-- Salomón, hace unos meses, desapareció de un día para otro y llamaron del centro social de Valladolid, a 652 kilómetros de aquí. Berta, hace un año, también dejó de venir y llamaron de Murcia, a 95 kilómetros de aquí. ¿Cómo se desplazan tanto?, pues seguramente haciendo dedo en la carretera. – le escuchaba con atención. – No podemos controlarles Erik, son seres humanos libres. Aquí les ofrecemos un techo, un plato de comida caliente a diario, e incluso oportunidades para reinsertarse en la vida con la ayuda de nuestros trabajadores sociales. Pero si no quieren, no hay nada que podamos hacer.
-- Algo se podrá hacer. – insistí, volviendo a coger los platos.
-- Eres muy terco, ¿no?... – bromeó Tomas.
-- Mucho. – sonreí, arrogante.
-- Pobre de la novia que te robe el corazón.
-- Mi corazón está blindado y acorazado. – le guiñé el ojo, pasando por su lado dirección al comedor con un plato en cada mano.
Ser voluntario allí era entre reconfortante y doloroso. Era complicado ver a diario cómo esas personas lidiaban con tantos problemas, y sobre todo, y lo que peor llevaba, era ver a los niños teniendo que vivir esa situación. Eran con quien más pasaba el rato. Después de comer, mientras tenían tiempo de aseo e incluso descanso, yo me iba a una sala donde jugaba con ellos mientras sus progenitores se aseaban o reunían con los trabajadores sociales. Me rompía el corazón que esos niños, sin ninguna maldad, y un corazón precioso, tuvieran que vivir de la caridad y no tuvieran un techo donde vivir. ¿Qué le habían hecho esos niños al mundo para tener que vivir esa situación? A pesar de eso no perdían la sonrisa, y no os hacéis una idea de cómo me rompía el corazón ver eso cada día. No me arrepentía de ir, de regalarles mi tiempo, pero a la vez era demasiado duro.
-- ¡Pero bueno, no seas gamberro! – le hice un placaje a Timmy, uno de los pequeños que correteaban a por el balón.
-- No vale Erik, tú eres muy grande.
-- Y tú serás igual que yo, bueno, seguro que mucho más guapo. – le miré a los ojos, llenos de esperanza, de vida.
-- Nunca nos hablas de ti, ¿tienes novia? – Carla, la más mayor de todos, tendría doce años aproximadamente, y sus tirabuzones angelicales se acercaron hacia mi con la intención de curiosear un poco.
-- No sabía yo que os gustaba el chisme. -- Bromeé.
-- Mucho. – añadió Pablo, de los más pequeños, con una sonrisa traviesa. -- ¿Sabes que Tomás se ha dado un beso con Patricia?, ¡en la boca! – susurró, y me reí a carcajadas.
-- ¡Oye, no seáis cotillas! – le di un golpecito en la rodilla, sin dejar de reírme. – ¿De verdad Tomás se ha besado con Patri?... – susurré, divertido.
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Ocho formas de enamorarse
RomantizmAlifornia, así lo llaman ellos. Pueblo donde estos ocho corazones se debaten entre amar, u odiar. Ninguno de ellos sabe cuándo sucedió, pero sin esperarlo, su corazón ya tenía dueño. Gabriela, Unai, Erik, Adriano, Teresa, Alya, Nolan y Atenea. Todos...