6. OJALÁ HABERNOS CONOCIDO ANTES

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ERIK

-- ¿Algún dato sobre Pelayo? – Tomás me ayudaba en la cocina a preparar la comida para todas las personas que venían a diario a por un plato caliente que llevarse a la boca.

-- Nada. – aseguré, apretando mis labios. No podía asegurar que el indigente que vi junto al contenedor fuera él, así que...

-- Bueno pues no te preocupes más por ese tema, seguramente no vuelva.

-- ¿No vais a buscarlo más?... – pregunté, sorprendido.

-- No es la primera vez que un indigente deja de venir al centro social. No podemos hacer nada... -- Tomás respondió entristecido...

-- Sí, buscarlo. – añadí, sirviendo lentejas en los platos.

-- ¿Por dónde exactamente Erik?...

-- Por donde sea, seguro que no está muy lejos.

-- Salomón, hace unos meses, desapareció de un día para otro y llamaron del centro social de Valladolid, a 652 kilómetros de aquí. Berta, hace un año, también dejó de venir y llamaron de Murcia, a 95 kilómetros de aquí. ¿Cómo se desplazan tanto?, pues seguramente haciendo dedo en la carretera. – le escuchaba con atención. – No podemos controlarles Erik, son seres humanos libres. Aquí les ofrecemos un techo, un plato de comida caliente a diario, e incluso oportunidades para reinsertarse en la vida con la ayuda de nuestros trabajadores sociales. Pero si no quieren, no hay nada que podamos hacer.

-- Algo se podrá hacer. – insistí, volviendo a coger los platos.

-- Eres muy terco, ¿no?... – bromeó Tomas.

-- Mucho. – sonreí, arrogante.

-- Pobre de la novia que te robe el corazón.

-- Mi corazón está blindado y acorazado. – le guiñé el ojo, pasando por su lado dirección al comedor con un plato en cada mano.

Ser voluntario allí era entre reconfortante y doloroso. Era complicado ver a diario cómo esas personas lidiaban con tantos problemas, y sobre todo, y lo que peor llevaba, era ver a los niños teniendo que vivir esa situación. Eran con quien más pasaba el rato. Después de comer, mientras tenían tiempo de aseo e incluso descanso, yo me iba a una sala donde jugaba con ellos mientras sus progenitores se aseaban o reunían con los trabajadores sociales. Me rompía el corazón que esos niños, sin ninguna maldad, y un corazón precioso, tuvieran que vivir de la caridad y no tuvieran un techo donde vivir. ¿Qué le habían hecho esos niños al mundo para tener que vivir esa situación? A pesar de eso no perdían la sonrisa, y no os hacéis una idea de cómo me rompía el corazón ver eso cada día. No me arrepentía de ir, de regalarles mi tiempo, pero a la vez era demasiado duro.

-- ¡Pero bueno, no seas gamberro! – le hice un placaje a Timmy, uno de los pequeños que correteaban a por el balón.

-- No vale Erik, tú eres muy grande.

-- Y tú serás igual que yo, bueno, seguro que mucho más guapo. – le miré a los ojos, llenos de esperanza, de vida.

-- Nunca nos hablas de ti, ¿tienes novia? – Carla, la más mayor de todos, tendría doce años aproximadamente, y sus tirabuzones angelicales se acercaron hacia mi con la intención de curiosear un poco.

-- No sabía yo que os gustaba el chisme. -- Bromeé.

-- Mucho. – añadió Pablo, de los más pequeños, con una sonrisa traviesa. -- ¿Sabes que Tomás se ha dado un beso con Patricia?, ¡en la boca! – susurró, y me reí a carcajadas.

-- ¡Oye, no seáis cotillas! – le di un golpecito en la rodilla, sin dejar de reírme. – ¿De verdad Tomás se ha besado con Patri?... – susurré, divertido.

Ocho formas de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora