CAPÍTULO X -VERDAD-.

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BOSTON MASSACHUSETTS

DANZEL GALLAGHER.


C

uando creí que mis emociones y mi mente no podrían llegar más lejos, el destino pareció burlarse de mí. Mientras caminaba de regreso a casa, con la mochila pesada sobre mis hombros y el corazón aún más pesado en el pecho, me encontré con una escena que parecía sacada de una de esas películas que tanto disfrutan mis compañeros.

Una pareja de adolescentes estaba recargada contra un automóvil reluciente, probablemente el orgullo y la alegría del padre del muchacho. El chico reía con abandono, su cabeza echada hacia atrás, exponiendo la línea de su cuello. La chica lo miraba embelesada, como si fuera la obra maestra de algún escultor renacentista y no un simple muchacho de secundaria con el cabello engominado y una vestimenta estereotipada.

Mientras los observaba, sentí una punzada en el pecho. No era envidia, no exactamente. Era más bien una sensación de desconcierto, de estar viendo algo en un idioma que no lograba comprender. Dentro de mí, una voz insistente preguntaba: ¿Por qué no puedo ser igual al resto? ¿Por qué no me interesan las chicas? ¿Por qué los nombres de actrices como Greta Garbo, Marlene Dietrich o Jean Harlow, que hacen suspirar a mis compañeros, no provocan en mí más que una vaga curiosidad artística?

Aparté la mirada de la pareja y seguí mi camino, mis pasos resonando en la acera vacía. El cielo de la tarde se teñía de naranja y púrpura, como si reflejara la confusión de colores que sentía en mi interior.

Durante la cena, estuve tan absorto en mis pensamientos que apenas probé bocado. El tintineo de los cubiertos contra la porcelana fina y el murmullo de la radio en el fondo se mezclaban en un zumbido indistinto. En mi mente, seguía viendo la escena de la pareja, pero ahora se superponía con imágenes de Clark Gable en la pantalla del cine, su sonrisa torcida haciendo que mi corazón latiera más rápido.

"Danzel, ¿estás escuchando?" La voz insistente de mi padre me sacó de mis cavilaciones. Su tono era severo, como si le hubiera faltado al respeto de la peor manera posible. "Es de pésima educación ignorar a las personas, en especial a tu padre."

Parpadeé, enfocando mi mirada en su rostro. Vi la irritación en el fruncimiento de su ceño, pero también algo más... ¿preocupación, quizás? "Lo siento, padre," musité, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas. "Estaba pensando en..."

Por un breve instante, sentí el impulso de decirle la verdad. De confesarle que algo pasaba conmigo, que me sentía diferente, confundido. Que mientras mis compañeros hablaban de chicas, yo no podía dejar de pensar en la elegancia del señor Harrington o en la presencia magnética de Clark Gable. Pero las palabras se atoraron en mi garganta. El miedo a su reacción, a que esa mirada de preocupación se convirtiera en una de disgusto o, peor aún, de asco, me paralizó.

"... pensando en una chica," terminé diciendo, la mentira dejando un sabor amargo en mi boca.

El cambio en la expresión de mi padre fue instantáneo. Sus ojos se iluminaron y una sonrisa orgullosa se extendió por su rostro. "¿Mi hijo interesado en una chica? ¿Oíste eso, Margareth?" exclamó, riendo con una alegría que solo hizo que me sintiera peor.

Mi madre, sin levantar la vista de su plato, respondió con un tono que bordeaba la indiferencia: "Sí, Frederick, lo escuché. ¿Qué quieres que haga?"

Ignorando el desinterés de mi madre, mi padre se inclinó hacia mí, ávido de detalles. "Cuéntanos, hijo. ¿Quién es la afortunada? ¿Es de tu clase? ¿De una buena familia?"

Y así, me encontré tejiendo una elaborada mentira. Inventé a una chica que no existía más que en mi imaginación. Le di un nombre, Sarah, inspirado en una compañera de clase con la que apenas había intercambiado dos palabras. Le atribuí cualidades que sabía que mi padre aprobaría: modesta, de buena familia, excelente estudiante. Con cada palabra que salía de mi boca, sentía que me hundía más y más en un pozo de engaños.

SILENCIO. (Obsesión Vol 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora