Llevábamos apenas media hora caminando pero el calor era sofocante, cada paso que dábamos dentro de la selva nos costaba más esfuerzo que el anterior. El sendero que habíamos decidido seguir se retorcía entre la vegetación densa como una cicatriz olvidada. Mis botas se hundían en el suelo fangoso y, de vez en cuando, el crujido de una rama seca bajo mis pies rompía el silencio que nos envolvía.
Para cuando el sol comenzó a ponerse, inexplicablemente los sonidos de la naturaleza cesaron al igual que la noche anterior, pero esa inexplicable quietud no se sentía para nada natural. Era un vacío abrumador, como si la selva misma estuviera reteniendo su respiración, aguardándonos, esperando pacientemente como un depredador.
Había algo en el aire, una sensación de que algo no estaba bien. A pesar de las órdenes que había dado de no hablar sobre leyendas ni supersticiones, podía ver la preocupación en los ojos de mis hombres. Camacho, que siempre trataba de mostrarse sereno lucía más tenso de los normal, y los demás únicamente caminaban temblando mientras sujetaban con fuerza el rifle entre sus brazos. Nadie decía nada, pero era evidente que la atmósfera del lugar nos estaba afectando.
Las horas pasaron y nos mantuvimos alerta, revisé el mapa y vi que estábamos a tan solo unos cuantos minutos de la base que nos indicaron. Apagamos las linternas que habían sido nuestra compañía y a medida que seguíamos avanzando, con la vegetación cerrándose cada vez más a nuestro alrededor, el aire cambió. Era sutil, casi imperceptible al principio, pero luego se hizo evidente. El olor a humedad y tierra mojada fue reemplazado por algo distinto: un hedor pútrido, como a carne en descomposición. Nos detuvimos de golpe.
—¿Lo sientes, general? —susurró Vargas, aunque no había necesidad de decirlo en voz alta. Todos lo habíamos notado.
—Sí —respondí, con la voz más firme de lo que me sentía—. Mantente alerta.
Nos dispersamos ligeramente, en formación defensiva. El zumbido de los insectos era el único sonido que rompía la quietud, pero ese olor... ese maldito olor no era algo que pudiéramos ignorar.
De pronto, escuchamos un crujido, no de ramas ni hojas, sino algo más sólido, como el sonido de huesos siendo aplastados. Giré sobre mis talones con el rifle listo y todos nos pusimos a buen recaudo en medio del espeso follaje apuntando hacia el origen del ruido, pero no había nada. Solo la selva, densa y oscura, frente a nosotros.
—¡Quietos! —ordené en voz baja.
Nadie se movió. Solo se oía nuestra respiración agitada, el roce de nuestras botas en el suelo cubierto de hojas y tierra. Y luego, escuchamos nuevamente aquel silbido de la noche anterior.
—¿Lo oyes? —preguntó Camacho en un murmullo tenso.
Asentí sin apartar la mirada de la espesura que teníamos delante. De repente, algo surgió entre los árboles. Una figura, delgada y tambaleante, cubierta de lodo y hojas, se nos acercaba lentamente. Mi primer impulso fue apuntar el arma, pero entonces me di cuenta de que no era una amenaza inmediata. Parecía más un espectro que un ser humano, como si la selva misma lo hubiera vomitado.
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El silbido de la venganza [✓]
HorrorEn busca de venganza por la muerte de su esposa, el general Francisco Ayala se adentra en la selva amazónica, donde un aterrador espíritu vengativo lo llevará al límite entre lo humano y lo sobrenatural. ...