—¿Estás seguro de esto?
El temblor en la voz de Aziel podía notarse a pesar de que se esforzaba tanto por disimularlo. Antonio lo sabía incluso si no lo veía. Había pasado varias semanas a su lado y ya lo conocía.
—Por supuesto —le respondió, con el tono más tranquilo que podía usar, sin sonar sarcástico—. No te va a pasar nada, angelito.
Aziel respiró profundo. Estaba más asustado por la yegua de pelaje cenizo que tenía enfrente de él que por el comentario tan confianzudo que le hizo Antonio.
Esa no era la primera vez en que, motivado por las palabras duras de su padre y sus hermanos mayores, Aziel sentía la presión por aprender cosas que en la hacienda Fell eran indispensables. Ya había dominado el arte de separar los aguacates maduros de los que no lo eran, e incluso de elegir a los animales más gordos para ser sacrificados, pero... Aziel empezaba a creer que montar era para gente más bien loca.
Lo comprobó una vez más cuando, después de dar un paso hacia el animal, ésta levantó un poco las patas delanteras y movió su cabeza.
—¿Y si me tira? —preguntó, cruzándose de brazos para sentirse más protegido—. ¿Y si me muerde el cabello? He sabido de gente que se quedó calva por eso.
—El pendejo pelón del Sándalo te dijo eso, ¿veda'?
La respuesta llegó gracias al silencio de Aziel. Por supuesto que Sandalfon le había dicho semejante tontería. Antonio se había puesto como reto personal escuchar todas las excusas que daba para justificar su calvicie. A esas alturas, ya no era divertido, era triste.
—Mira, me vale tres hectáreas de verga si el wey este te dijo que los caballos lo dejaron pelón, eso le pasa por pendejo —argumentó muy serio, mientras avanzaba hacia donde estaba Aziel—. Y al chile ya me cansé de escuchar tus excusas. Tú me dijiste que no le tenías miedo a nada, ¿o ya se te olvidó?
El de cabeza llena de cabellos rubios y miedos constantes no pudo quedarse en su lugar. La presencia de Antonio siempre lo ponía nervioso, porque era demasiado guapo a pesar de ese aspecto tosco y sucio que tenía. Tampoco ayudaba el bonito acento norteño que escuchaba cada vez que daba rienda suelta a su florido vocabulario.
¿Qué iba a hacer si seguía fijándose tanto en él?
—P-Por supuesto que no —respondió al fin—. Pero tampoco puedes decirme que soy un miedoso por no querer poner en riesgo mi vida.
Antonio siguió avanzando. Un paso por cada palabra que escuchaba. Uno más por cada vez que sentía ganas de besar esos bonitos labios y esas mejillas redondas pintadas de rojo. Paso a paso lo obligó a retroceder hasta que, por fin, la espalda de Aziel se topó con la yegua.
—No te va a pasar nada —le susurró en voz baja, mirando esos bonitos ojos azules—. Voy a ir contigo.
No supo cómo, pero Antonio J. Cuervo logró mantenerse sereno cuando se dio cuenta de que el rojo subió por todo el rostro del joven Aziel. Ni siquiera esos lentes ñoños lograron ocultarlo, mucho menos el entrecejo fruncido y los murmullos de que eso se vería raro, de que él no era ningún bebé, que el caballo no iba a poder con los dos.
Palabras que se callaron cuando, sin aviso alguno, Antonio lo tomó por la cadera con ambas manos y le dio un impulso para subir a la silla.
No le dio tiempo a protestar tampoco, pues casi de manera inmediata, Antonio se subió detrás de él y pasó sus brazos por debajo de las axilas del otro para sostener las riendas. Le fue difícil después contener las ganas de posar su mentón sobre uno de sus desprotegidos hombros, pero lo consiguió.
—¿Confías en mí? —preguntó.
Aziel apenas logró asentir y Antonio sonrió.
Sin decir otra cosa, emitió un ligero y bonito sonido de beso que puso más nervioso a su alumno y puso en marcha a "Tormenta", la yegua que se portó de lo mejor durante esa tarde y muchas otras más.
Era divertido para Antonio recordar eso. Tener pintada la imagen de un joven Aziel temeroso de irse a montar por su cuenta o de acercarse a los caballos ahora que, veinte años después, lo veía moviéndose con libertad por toda la hacienda montado en su bonito caballo blanco.
Él lo estaba esperando a un lado de su yegua negra, Benley; su fiel compañera desde hacía ya varios años que siempre recibía contenta al adorable patrón y esposo de su jinete.
—¿Ya terminaron de arar? —preguntó Aziel en cuanto estuvo cerca, sin bajarse de su caballo.
Antonio volteó hacia el campo que tenía a sus espaldas, listo para sembrar, pero con algunos hombres todavía "holgazaneando" después del arduo trabajo; luego regresó la mirada hacia su esposo, que ya le estaba dando cariños a Benley.
—Eit —dijo con seguridad—. ¿Quieres que los apure con unos buenos madrazos?
Después de mirar a los trabajadores a lo lejos, Aziel sonrió.
—No, déjalos. Se me ocurre algo mejor para usar esa energía que traes.
Antonio pensó en muchas posibilidades divertidas, cada una mejor que la anterior, porque su imaginación siempre estaba activa y más cuando se trataba de su esposo. Sin embargo, todas esas ideas se quedaron en fantasías cuando lo vio dar la vuelta y dejar a ambos caballos cabeza con cabeza.
—Todavía aguantas una carrera hasta el río, ¿no?
La sonrisa en el rostro de Antonio cambió. Nunca se negaba a un reto, eso no era secreto para nadie, ni siquiera cuando se trataba del patrón.
—Deberías preguntarle eso a tu caballo —respondió y, en un elegante movimiento, se montó en la silla de su yegua.
—Andas muy confiado... —sonrió Aziel—. ¿Se te olvida quién fue el que lavó la ropa un mes la última ocasión?
—Uy, pues perdón por quererte tanto como pa' dejarte ganar, cabrón.
Aziel soltó una risita.
—Nada de eso, amor. Esta vez no. ¿Listo? ¡Vamos!
Antonio se quejó con una grosería cuando lo vio salir corriendo, porque era muy raro que su esposo lo llamara así y sabía que se aprovechó de ello, pero su yegua salió corriendo en cuanto el otro caballo arrancó.
A pesar de todo, pensaba el Cuervo, era divertido recordar a su angelito como era antes. Asustado, pero lo bastante valiente como para no rendirse y seguir tratando, incluso cuando se ponía muy nervioso.
Más ahora que, después de esos veinte años, todavía podía sentir el amor por ese hombre tan vivo como cuando lo conoció. En especial cuando, con el atardecer allá en el horizonte y el viento sacudiendo sus cabellos en medio de esa carrera, se dio cuenta de que Aziel se veía más hermoso que nunca.
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El Corazón del Cenzontle
FanfictionCortos situados en el AU tercermundista de Good Omens "El Canto del Cenzontle", usando como referencia el listado de prompts del Flufftober, organizado por la página "Es de Fanfics" en Facebook. Ship: Antonio (Crowley) x Aziel (Aziraphale)