Aziel Fell era muy bueno preparándose para cosas importantes y esa, desde luego, no iba a ser diferente. ¿Cómo podría serlo? Ese era el día en que, por fin, Antonio se mudaba a la casa grande.
El huracán que sacudió la región de Quetzalcoatlán se había ido y, por supuesto, Aziel no quería esperar ni un poco más para tener a su lado a quien ya era su prometido. Por ello, cuando los cielos que contemplaban a la hacienda Fell ya estaban despejados, él se encargó de preparar todo para recibir a Antonio.
Una comida muy abundante, en manos de la buena Maggie —que era una de las más felices por la noticia—, así como también una cama amplia y con sábanas nuevas recién compradas para que los futuros novios las estrenaran. Aziel, obvio, estaba muy emocionado y caminando por todas partes, arreglando cada pequeño detalle, cubriendo cada rincón de la casa grande con plantas y flores.
Para el momento en que el reloj marcó las cuatro de la tarde, Aziel por fin se detuvo. Mientras él estaba acomodando todo, su querido Toño estaba guardando todas sus cosas, para desocupar la casa del capataz. Sin embargo, cuando el nuevo dueño de la hacienda revisó el celular, se dio cuenta de que no había ningún mensaje de su novio.
—¡Eric! —llamó.
El joven corrió hacia donde le hablaban. Andaba bien apurado cargando las macetas nuevas que habían encargado, pero desde luego, era más importante atender al patrón y él no esperó a que le respondiera.
—¿Sabes si Antonio ya trajo sus cosas?
Eric titubeó. Ni siquiera se había acordado de revisar y ya estaba pensando en qué excusa dar, pero pronto Aziel le hizo una seña para que lo siguiera y así comprobarlo ellos mismos. Así, pues, salieron de la casa para buscar a Antonio o a su equipaje, pero ahí cerca de la puerta se encontraron nada más un montón de cajas de huevo San Juan, amarradas con varios mecates de distintos colores.
Eric ni siquiera lo pensó para tomarlas. Aziel miró a todos lados, pero cuando notó eso, lo detuvo.
—Hey, hey, ¿qué haces? —preguntó extrañado—. Eso debe ser toda la basura que han sacado, no, no, tíralas.
—Pero... patrón, es que son...
—No, no, tíralas. Y cuando veas a Toño, ayúdale a meter sus cosas.
—Pero—
—Tíralas —repitió—. No quiero verlas cuando regrese.
Aziel regresó pronto dentro de la casa, para seguir supervisando todo lo que estaban haciendo, mientras que Eric tuvo que conseguir a más peones que le ayudaran a llevarse las cajas de huevo hasta donde estaban los contenedores de basura.
Todo siguió con calma durante casi cuarenta minutos, nada más, hasta que de pronto un grito se escuchó afuera de la casa grande.
—¡CHINGADA MADRE!
Cada uno de los trabajadores que estaban dentro, moviendo muebles y acomodando macetas, se detuvieron enseguida. Conocían bien esa voz y ya sabían que no significaba nada bueno en lo absoluto. En otra época, sin duda, habrían escapado y rezado porque ellos no fueran el motivo de la furia del capataz, pero cuando el patrón cruzó la casa se sintieron más tranquilos. Después de todo, ahora sí tenían a alguien que podía calmar el mal humor del Cuervo.
¡Y vaya que les hacía falta! Porque, cuando Aziel llegó a donde estaba su prometido, se lo encontró casi echando humo.
—¡Te voy a madrear, cabrón! ¡¿Quién chingaos te dijo que tiraras esas cajas?!
—¡Ya le dije que fue el patrón!
—¡No digas pendejadas!
—¡Toño! ¡¿qué está pasando?!
El de cabello rojo se giró de golpe. Traía del cuello de la camisa al pobre Eric, que ya se estaba cubriendo la cara para evitar el madrazo que segurito le iban a dar, pero por suerte no llegó. Antonio soltó al pobre muchacho, quien salió corriendo en ese instante y se giró hacia donde estaba Aziel.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás gritando?
Antonio respiró profundamente varias veces, tratando de calmarse, antes de responder.
—Porque este pendejo —dijo, señalando a Eric—, este cabrón hijo de su chingada bomba madre tiró mis cosas y dice que tú se lo pediste y yo le dije que está pendejo porque tú no ibas a tirar mis cosas, tons' quiero saber quién fue el pendejo que-
—A ver, a ver amor, cálmate —Aziel se acercó y lo tomó por los hombros—. ¿Cuáles cosas?
—¿Ps cómo que cuáles, angelito? Las que traje pa'ca.
—¿A qué hora? Si yo salí hace rato y no vi nada.
—¿Cómo de que no, nubecita? Si yo mismito las dejé aquí merito —dijo y apuntó.
Aziel siguió con la mirada el dedo de Antonio, hasta que se topó con el punto en donde había visto las cajas de huevo... y entonces sintió un hoyo en el estómago.
—¿Eran... eran las cajas que estaban... ahí?
El Cuervo se quedó quieto. Volteó a ver a su futuro esposo y luego hacia el lugar donde había dejado sus cosas; después de nuevo miró a su pareja, que ya ni siquiera hallaba dónde enterrar su cabeza. Antonio lo miró, como suplicando que le dijera que no era cierto, pero no esperó a que le respondiera; enseguida, se fue corriendo por la camioneta para ir a buscar sus cosas, mientras que Aziel se quedó ahí, mirándolo y preguntándose por qué Dios le hizo enamorarse de un hombre que usaba cajas de cartón como si fueran maletas.
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El Corazón del Cenzontle
FanfictionCortos situados en el AU tercermundista de Good Omens "El Canto del Cenzontle", usando como referencia el listado de prompts del Flufftober, organizado por la página "Es de Fanfics" en Facebook. Ship: Antonio (Crowley) x Aziel (Aziraphale)