7. El Apodo

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Vamos lento, pero vamos seguros con esto ajajsdjk

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A la hacienda Fell la rodeaba un bonito bosque de coníferas, lleno de pinos, abetos y cipreses que se mantenían verdes todo el año. Era el mejor lugar para disfrutar de la naturaleza, para relajarse. Sin embargo, en la opinión del joven Aziel Fell, no era así.

El bosque, para él, no era sino una trampa mortal. Cada vez que estaba en las orillas de la fila de árboles, su mente le traía imágenes dignas de una película de terror ochentera; además de que sus experiencias eran las peores, en especial desde que el tonto de Antonio J. Cuervo le había dicho que tenían que pasear por entre los árboles, dizque para aprender a cabalgar mejor.

Así que, esa tarde fresca de otoño, Aziel ya estaba encima de la yegua de pelaje cenizo con la que había aprendido a montar y el Cuervo se unió a él, sobre un joven potro pinto que era tan inquieto como su jinete. El menor de los Fell lo observaba siempre cuando balanceaba sus caderas de un lado a otro, al ritmo del animal, como el jinete experimentado y presumido que era.

En realidad, de un tiempo para acá, le era imposible a Aziel apartar su mirada de él. Había algo en esos ojos ámbar, en ese cabello de fuego, en esa piel llena de pecas y perlada por el trabajo bajo el Sol que lo tenía hipnotizado. Incluso ese vello facial que no le crecía del todo se veía lindo en ese rostro que se iluminaba cada vez que sonreía. Ya hablar de las cosas que sabía hacer, como montar a caballo y el ingenio que tenía para arreglar las cosas que se descomponían en la casa grande sería demasiado...

—¿Ya'stas listo, chaparrito?

... pero toda esa ilusión se rompía cuando se le ocurría abrir la bocota.

Aziel ponía una mala cara, que cada vez le resultaba más complicado esconder, porque odiaba ese apodo. Ese y todos los apodos que ese idiota le decía. Para su mala suerte, en ese momento, Antonio se dio cuenta. Estaba cerca suyo cuando pasó eso y enseguida lo notó, porque él también había estado viéndolo de cerca.

—Ora, ¿ps qué pasó, bizcochito? ¿Apoco ya te enojaste tan pronto?

—No —respondió Aziel, forzándose a mostrar serenidad, aunque le costó.

Antonio alzó una ceja. Dio la impresión de pensar en varias posibilidades un segundo, pero luego no dijo nada, de modo que hizo unos sonidos de besos para indicarle a su potro que avanzara. Aziel lo siguió casi de inmediato, con mala cara, desde luego. Los animales no se daban cuenta del asunto que traían sus jinetes, pero el Cuervo ni siquiera la disimuló cuando se desvió del camino de siempre para pasar por donde había más flores, ahí por la orilla del río o por donde sabía que los rayos del Sol se colaban mejor por entre las ramas de los árboles.

Y cada vez que se cruzaban con una nueva vista impresionante, Antonio se volteaba para ver a Aziel, pero siempre se topaba con que él estaba mirando a otro lado, con esa cara de enojado que se le veía bien bonita y también muy chistosa. Eso le dolía, porque se la había pasado desvelándose y recorriendo ese trayecto varias veces para llevarlo con él, para ayudar a que se relajara ahora que estaba aprendiendo a montar.

Pero no.

Ninguna de las cosas que tenía preparadas, funcionó. Ni una sola consiguió que Aziel cambiara de expresión. Siguió con esa carota de enojado hasta que llegaron a esa zona, escondida entre los árboles, donde se habían visto por primera vez. Ni siquiera el bonito canto de los pájaros, que bailaban entre las ramas, logró calmarlo.

El menor de los Fell desmontó a su corcel, porque ya no podía más. Si las creencias de la gente de los establos y de su molesto instructor eran correctas, los animales eran muy sensibles, y seguro que su yegua ya sabía que él estaba enojado. La veía tensa e inquieta, así que se bajó sin siquiera decir nada.

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⏰ Última actualización: Oct 23 ⏰

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