Kutchel salió de la casa, sintiendo una creciente inquietud en su pecho. La cena había sido tensa, y las palabras de Eren aún resonaban en su mente como ecos perturbadores. Sabía que los rumores sobre Mikasa y Levi estaban afectando a su hija, pero no podía imaginar la gravedad de la situación que se cernía sobre ellas. Mientras caminaba por el patio trasero, la preocupación se apoderaba de ella, como una sombra que se negaba a desvanecerse.—Mikasa... —llamó, su voz resonando en la noche oscura, un hilo de desesperación entrelazado en sus palabras. Al acercarse al borde del jardín, vio a su hija de pie junto al balde de agua, con la mirada perdida y el rostro pálido como el papel. Su corazón se hundió al notar la angustia reflejada en sus ojos, un espejo de su propio dolor.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Kutchel, acercándose rápidamente, el temor apretando su pecho. Mikasa se giró lentamente, sus ojos llenos de lágrimas que parecían contener todo un océano de sufrimiento.
—Mamá... Necesitaba salir un momento; sentía que me asfixiaba allá dentro escuchándolos discutir —murmuró, su voz temblorosa como una hoja al viento, sintiendo el peso abrumador de la situación.
Kutchel se dio cuenta de que algo no estaba bien. La tensión que había sentido durante la cena ahora se manifestaba en la expresión de su hija, un reflejo del caos emocional que las rodeaba.
—¿Qué pasó? —preguntó, alarmada—. ¿Por qué estás llorando? ¿Estás bien?
Mikasa dudó un momento antes de hablar, cada palabra parecía costarle un esfuerzo monumental.
—Solo me siento miserable. Ya sabes lo estúpida que fui al involucrarme con Levi —su voz se quebró mientras hablaba, y Kutchel sintió cómo un nudo se formaba en su estómago, un dolor familiar que creía haber dejado atrás.
—Tienes razón —repitió Kutchel, frunciendo el ceño—. Fuiste muy insensata; ahora somos la comidilla del pueblo. Dios mío, Mikasa, ¿qué voy a hacer contigo? Irreversiblemente estás cometiendo mis mismos errores.
Mikasa quedó bastante sorprendida y respiró hondo antes de responder, la confusión mezclándose con el dolor en su mirada.
—¿De qué hablas, madre? ¿Por qué dices eso?
Kutchel sintió cómo su corazón se encogía ante la inocencia de su hija. Sabía lo peligroso que era vivir bajo la sombra de los rumores en ese pueblo; eran como serpientes venenosas dispuestas a devorar cualquier rastro de dignidad.
—No es nada importante; no te preocupes por eso —dijo con firmeza, aunque las palabras le costaron salir—. Son cosas que viví en el pasado.
Sin embargo, la angustia seguía presente en los ojos de Mikasa.
—Pero, mamá... Yo necesito saber. Sabes que siento esta maldita pasión en el pecho por Levi. Además, Eren estaba tan convencido. Dijo que si había algo entre Levi y yo, lo mataría, yo no podría soportarlo... —dijo ella, sintiéndose atrapada entre el miedo y la desesperación como una mariposa atrapada en una telaraña.
Kutchel tomó un profundo respiro y decidió ser honesta con ella; sabía que era hora de despojarse del velo del silencio.
—Mikasa, escúchame bien. En este mundo, una mujer sin dinero no es nadie. Las mujeres como nosotras han sido juzgadas y despreciadas por mucho tiempo; los rumores pueden arruinar vidas —comenzó a explicar con un tono grave—. Yo viví en la pobreza; conocí el hambre y la desesperación muy bien.
Recordando aquellos tiempos difíciles, Kutchel continuó:
—Cuando era joven, mi familia no tenía suficiente para comer. Pasábamos días enteros sin más que un trozo de pan duro. Recuerdo cómo el estómago me dolía por el hambre mientras veía a otros niños jugar con comida en sus manos. A veces nos despertábamos en medio de la noche porque el hambre era insoportable; yo soñaba con un plato lleno de arroz o una simple sopa caliente.
Los ojos de Mikasa se agrandaron mientras escuchaba a su madre hablar sobre sus experiencias pasadas; cada palabra era un golpe directo al corazón.
—La pobreza nos enseñó a sobrevivir a cualquier costo. A veces tenía que mendigar o buscar trabajos temporales solo para llevar algo a casa. La gente me miraba con desprecio; para ellos, yo era solo una niña más en las calles sin valor alguno —dijo Kutchel con tristeza—. Pero lo peor fue cuando tuve que hacer cosas de las que no estoy orgullosa para sobrevivir; eso me marcó para siempre.
Mikasa sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar las palabras desgarradoras de su madre. La realidad del mundo en el que vivían era dura y aterradora; cada revelación era como una herida abierta.
Kutchel continuó:
—Me vi obligada a vender mi cuerpo para sobrevivir. No fue una decisión fácil; cada vez que lo hacía sentía que perdía un pedazo de mí misma. Pero tenía que comer y tenía que mantenerte a ti por qué el maldito de tu padre me dejo embarazada. Tu padre, ese infeliz... él era uno de mis clientes frecuentes. Al principio; pensé que me amaba, pero cuando supo que estaba embarazada se fue sin mirar atrás. Me dejó sola para enfrentar el mundo y luchar por nuestra supervivencia; fue cuando me di cuenta que él nunca nos amó.
Las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente en los ojos de Mikasa mientras escuchaba la historia desgarradora de su madre; cada palabra era un recordatorio del sacrificio y sufrimiento que había soportado.
—Por el tuve que soportar humillaciones y apedreadas por parte de aquellos que conocían mi situación. Me llamaban con nombres crueles y me miraban con desdén; algunos incluso intentaron hacerme daño solo porque sabían lo que hacía para sobrevivir —dijo Kutchel con una voz temblorosa pero firme—. Pero cada vez que miraba tu rostro mientras dormías, encontraba la fuerza para seguir adelante; tú eras mi inspiración para no caer en la maldita locura.
Mikasa sintió cómo cada palabra resonaba dentro de ella como un eco lejano pero familiar.
—Madre... Entiendo lo que me dices, pero nadie comprende cómo es que yo me siento; hay algo más que no me atreví a contarte —dijo Mikasa, reuniendo valor para contarle lo ocurrido con Grisha—. Cuando vine a traer agua para lavar los platos, Grisha me atacó. Me quiso violar; intentó forzarme a hacer cosas contra mi voluntad... No sé qué hubiera pasado si no hubiera logrado escapar... Yo... yo tengo mucho miedo, mamá. No me quiero casar con Eren.
El rostro de Kutchel palideció al escuchar las palabras desgarradoras de su hija; la ira y el miedo inundaron su corazón como una tormenta imparable.
—¿Grisha? ¿Y en mi casa cómo se atrevió ese maldito? —preguntó Kutchel con voz temblorosa, sintiendo cómo una ola protectora se apoderaba de ella. El instinto maternal despertó dentro suyo con una fuerza devastadora.
Mikasa asintió lentamente, sus ojos llenos de lágrimas desbordantes como ríos caudalosos.
—No sé qué hacer... Me siento tan perdida y asustada; tiemblo al pensar en que un día ese cerdo asqueroso profanara mi cuerpo —dijo ella, sintiéndose vulnerable ante su madre como nunca antes lo había hecho.
Kutchel abrazó a Mikasa fuertemente, deseando poder protegerla del mundo cruel que las rodeaba; deseando poder borrar todo dolor del rostro inocente de su hija.
—Nadie debería hacerte sentir así, querida. Te prometo que haré todo lo posible para protegerte —dijo Kutchel mientras acariciaba suavemente el cabello de su hija—. Nunca permitiré que nadie te haga daño al menos hasta que te cases; tú sabes que yo siempre estaré contigo hija mía.
En ese momento compartido entre madre e hija, Mikasa se sintió por un momento protegida por el amor incondicional de su madre. Aunque el mundo fuera cruel y lleno de peligros inminentes, sabía que siempre tendría a su madre para apoyarla en las sombras más oscuras; juntas eran fuertes frente a cualquier adversidad.
ESTÁS LEYENDO
El Confesionario (Rivamika) Lectura Erótica
RandomEn el corazón de Sevilla, en el año 1478, dos almas jóvenes se encuentran atrapadas en un torbellino de emociones prohibidas. Mikasa, una adolescente de espíritu indomable, siente cómo su vida se entrelaza con la de su primo Levi, un joven cuya mira...