06. El hombre sin hogar

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Razón #5: La resiliencia y la superación.

La lluvia cae con fuerza sobre la ciudad, empapando las calles y creando pequeños ríos que corren hacia las alcantarillas. No es el tipo de día en el que uno quisiera estar afuera, pero aquí estoy, caminando sin rumbo, sin un destino en particular. La humedad se mete en los huesos, y el aire frío parece atravesar la tela de mi chaqueta, pero no me importa. Hace tiempo que dejé de preocuparme por la incomodidad física. Comparado con lo que llevo dentro, el frío y la lluvia son triviales.

Las gotas de lluvia golpean el asfalto y rebotan en los charcos, creando un sonido constante, casi hipnótico. Mis pies siguen adelante, uno tras otro, sin que realmente tenga un propósito en mente. No sé qué estoy buscando en estas caminatas interminables, tal vez solo quiero estar lejos de la casa, lejos de mis pensamientos, aunque estos últimos siempre parecen seguirme a donde vaya.

El bullicio de la ciudad es casi inexistente hoy. Las personas se apresuran a encontrar refugio bajo los techos de las tiendas, apretando sus paraguas contra el viento. Es uno de esos días en los que el mundo parece estar más gris de lo habitual, como si el clima reflejara mi propio estado de ánimo. La lluvia lo envuelve todo en una capa opaca, difusa, haciéndome sentir más desconectado de la realidad que nunca. Y, sin embargo, sigo caminando, como si no hubiera otro lugar al que ir.

Mientras avanzo por una calle vacía, una figura en la esquina capta mi atención. Es un hombre, sentado bajo el saliente de un edificio, encerrado sobre sí mismo para protegerse del frío. Su ropa está raída, sucia por la vida en la calle, y su cabello desordenado cae en mechones sobre su rostro. No parece tener un paraguas, ni una manta que lo resguarde de la lluvia que gotea desde el borde del techo sobre él. Sus ojos se levantan cuando me acerco, y por un momento nuestros ojos se encuentran.

Hay algo en su mirada que me detiene. No es desesperación, no es tristeza, aunque ambas están allí. Es algo más. Algo que no logro identificar de inmediato, pero que me hace bajar la velocidad de mi paso y mantener el contacto visual. Es extraño, porque normalmente evitaría este tipo de interacción. No es que no sienta compasión por las personas que viven en la calle, pero siempre me siento incómodo, sin saber qué decir o hacer.

Cuando estoy a punto de pasar de largo, el hombre levanta la mano, no con agresividad, sino con un gesto de quien está acostumbrado a pedir ayuda sin mucha esperanza de recibirla.

—Disculpa —dice en una voz áspera, pero no del todo débil—. ¿Tienes algo de comida que puedas compartir?

La pregunta me toma por sorpresa. No porque sea inusual, sino porque, por alguna razón, siento un impulso que no esperaba. Me detengo frente a él, mirando el pequeño paquete de comida que llevo en la mochila. Solo es un bocadillo que compré antes de salir, algo para no sentir el estómago vacío durante estas caminatas que hago sin sentido. Pero cuando me lo pide, ese pequeño paquete parece de repente tener un significado mayor.

Sin decir nada, me quito la mochila del hombro y saco el bocadillo. Es sencillo, una barra de cereal, pero el hombre me mira como si fuera un festín. Se lo entrego, y él lo recibe con una sonrisa tenue, que se mezcla con la lluvia que resbala por su rostro.

—Gracias, amigo —dice mientras rasga el envoltorio con dedos temblorosos, claramente entumecidos por el frío—. De verdad, gracias.

Asiento sin saber qué decir. Normalmente, entregaría la comida y seguiría caminando, pero algo me impide hacerlo. Hay algo en este hombre que me hace quedarme allí, bajo la lluvia, observándolo mientras da un mordisco a la barra de cereal. No es solo hambre lo que veo en sus ojos. Es algo más profundo, algo que no puedo entender del todo, pero que me afecta de una manera extraña.

10 RAZONES PARA NO MORIR [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora