13. La gran noche

12 7 8
                                    

23 de noviembre. Mi cumpleaños. Y, si todo sale según lo planeado, también el día en que voy a morir.

Miro el calendario que he colgado en la pared desde hace meses. La fecha está ahí, subrayada en rojo, como una sentencia que yo mismo me impuse. 23 de noviembre. La tinta roja parece más viva que nunca, como si estuviera recordándome que este es el día, que no hay vuelta atrás. Este es el día en el que todo debe terminar. Un ciclo cerrado. El día en que nací y, si tengo el valor suficiente, el día en que finalmente pondré fin a todo.

El objeto está sobre la cama, justo a mi lado, como un espectador silencioso. Lo he preparado todo. No hay nadie en casa. Nadie vendrá a buscarme, nadie sospechará nada hasta que sea demasiado tarde. Perfecto, pienso, pero la palabra suena hueca. Me siento vacío, como si algo dentro de mí estuviera a punto de explotar, pero sigo sin poder identificar qué es. He pasado tanto tiempo preparándome para este momento que ahora que ha llegado, todo parece surrealista, como si no fuera realmente yo quien está aquí, sentado en esta habitación.

Me levanto de la cama y camino de un lado a otro, como una bestia atrapada en una jaula, con el corazón latiendo más rápido de lo que debería. ¿Por qué me siento así? Debería sentir alivio, debería sentir paz al saber que el final está tan cerca. Pero lo único que siento es una ansiedad creciente que me quema el pecho, una especie de pánico que se arrastra desde lo más profundo de mi ser. No quiero admitirlo, pero la verdad es que estoy asustado. Tengo miedo. No por lo que viene después, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, no estoy seguro de que quiera seguir adelante con esto.

Me siento de nuevo en la cama, esta vez más lentamente, con el cuerpo pesado por el cansancio emocional. 23 de noviembre. El día en que todo debería acabar. Mi cumpleaños, el día en que nací, y el día en que me propuse morir. El cierre perfecto, o al menos, eso pensé.

Miro el objeto de nuevo, lo tomo entre mis manos, sintiendo el frío del metal contra mi piel. La decisión está justo aquí, al alcance de mis dedos. Podría hacerlo. Podría acabar con todo en un solo movimiento. ¿Por qué dudo? Las razones están claras. El dolor, el vacío, la sensación constante de no pertenecer a ninguna parte... ¿Por qué me cuesta tanto?

Y entonces, como si las puertas de mi mente se abrieran de golpe, las imágenes de las personas que he conocido en las últimas semanas empiezan a pasar frente a mí, una tras otra, como una película de la que no puedo apartar la vista.

El primero en aparecer es el anciano del parque, con su sonrisa tranquila y sus palabras sobre la transitoriedad de la vida. "Nada es permanente." Recuerdo la forma en que dijo esas palabras, como si llevara una verdad universal en la palma de su mano. ¿Nada es permanente? Había querido creerle, pero en ese momento, me pareció una frase vacía, algo que decía para consolarse a sí mismo. Sin embargo, ahora, mientras sostengo este objeto frío y letal, sus palabras vuelven a mí con una intensidad que no esperaba.

¿Qué pasaría si tuviera razón? ¿Y si este dolor que siento no es eterno? El anciano había hablado de los momentos difíciles como si fueran tormentas pasajeras. "Nada dura para siempre, ni lo bueno ni lo malo," había dicho. Pero si eso es cierto, ¿por qué siento que mi dolor ha sido constante, como un peso que nunca se va?

Sacudo la cabeza, tratando de alejar esas ideas. No puedo permitirme dudar ahora. He llegado demasiado lejos, me he preparado durante demasiado tiempo para este momento.

Después del anciano, aparece el rostro de la joven en el autobús. La recuerdo dibujando, perdida en su propio mundo, con una concentración que me fascinó. Me había hablado sobre cómo el arte le había permitido procesar su dolor, cómo cada línea que trazaba en su cuaderno era una manera de liberar lo que llevaba dentro.

10 RAZONES PARA NO MORIR [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora