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Lamine Yamal, el chico prodigio

El sol estaba alto sobre el Camp Nou cuando Lamine Yamal terminó de ajustarse las botas. A pesar de su juventud, la sensación de pisar ese césped era algo que jamás dejaba de emocionarlo. Con solo 17 años, se había convertido en la gran promesa del FC Barcelona, un talento precoz que todo el mundo miraba con admiración y expectativas. Su ascenso había sido vertiginoso, pero la presión nunca le había molestado. Al contrario, parecía alimentarse de ella.

Lamine recordaba con claridad su debut en el primer equipo. La emoción de escuchar su nombre resonando en los altavoces del estadio, el estruendo de la afición que depositaba en él todas sus esperanzas, y la cálida felicitación de sus compañeros después de su primer gol en la élite. Aquellos momentos eran mágicos, pero también le hacían consciente de una verdad innegable: cuanto más subes, más dura es la caída. Y aunque siempre había soñado con llegar a lo más alto, sabía que el camino estaba lleno de obstáculos.

En el vestuario, el ambiente era relajado después del entrenamiento matutino. Los jugadores charlaban entre risas y bromas, recuperando fuerzas antes de la siguiente sesión. Lamine, como el más joven del equipo, era el blanco habitual de las bromas de los veteranos. A menudo le recordaban su juventud, su inexperiencia en algunos aspectos, aunque ya había demostrado con creces que, en el campo, era capaz de codearse con los mejores.

Uno de los delanteros veteranos, Ferran Torres, se acercó con una sonrisa pícara mientras Lamine guardaba sus cosas. "Oye, chico, ¿cuándo vas a invitar a tu 'novia' a ver un partido desde el banquillo? Seguro que a ella le encantaría verte de cerca", dijo Ferran, provocando las carcajadas de varios compañeros que se unieron a la broma.

Lamine sonrió con incomodidad, tratando de no mostrar que los comentarios le afectaban. Sabía perfectamente a quién se referían. Desde hacía varios meses, sus compañeros no habían dejado de notar que, en los entrenamientos y en los partidos, su mirada se desviaba constantemente hacia Olivia Hernández, la hija del entrenador. Aunque lo disimulaba, siempre había algo que lo delataba: la manera en que sus ojos se iluminaban cada vez que ella aparecía, la ligera distracción que sufría cuando sentía su presencia cerca.

Olivia era parte del paisaje habitual del Barça. Desde pequeña, había crecido entre los pasillos del club, rodeada de jugadores y entrenadores, y se había convertido en una figura conocida para todos los que formaban parte del entorno del equipo. Era una chica decidida, siempre al lado de su padre durante los entrenos, observando con atención y tomando notas en su libreta. Nadie la consideraba solo "la hija de Xavi"; Olivia era una joven apasionada por el fútbol, con un sueño claro: convertirse en entrenadora.

Para Lamine, sin embargo, ella era mucho más que eso. A pesar de que apenas habían intercambiado algunas palabras, había algo en ella que lo atraía profundamente. Quizás era la forma en que se concentraba en cada detalle del entrenamiento, o tal vez la pasión que irradiaba cuando hablaba de tácticas o estrategias. Lo cierto era que Lamine sentía una fascinación inexplicable por Olivia, aunque era consciente de que el contexto complicaba cualquier posibilidad de acercarse a ella.

"Vamos, Lamine, cuéntanos. ¿Te has atrevido a hablarle al menos?" continuó Ferran, palmeándole el hombro mientras sus compañeros observaban con una mezcla de curiosidad y diversión. "Aunque dudo que tengas muchas chances. Es la hija del jefe, no olvides eso."

La mención de Xavi, el entrenador, hizo que Lamine sintiera una punzada de incomodidad. Sabía que intentar acercarse a Olivia significaba adentrarse en terreno peligroso. No solo porque era la hija del entrenador, sino porque el respeto hacia Xavi dentro del equipo era enorme. El entrenador había sido una leyenda como jugador y ahora, como estratega, tenía la difícil tarea de llevar al Barça de nuevo a lo más alto. Nadie quería estar en desacuerdo con él o hacer algo que pudiera enfadarlo, y menos Lamine, que recién estaba consolidándose en el equipo.

—No es como ustedes creen —respondió Lamine finalmente, tratando de minimizar la situación, pero sin poder ocultar la ligera sonrisa que se le escapaba. Sabía que no podía engañarlos. Sus compañeros ya habían visto suficiente para saber que había algo más allá de una simple admiración profesional.

El vestuario estalló en risas. Los jugadores continuaron con sus bromas mientras Lamine recogía sus cosas y se dirigía hacia la salida. Pero mientras caminaba por el túnel que conectaba los vestuarios con el exterior del estadio, no pudo evitar que su mente volviera a Olivia.

Recordó el primer día que la había notado de verdad. Fue durante un entrenamiento vespertino, cuando el sol ya comenzaba a ocultarse y las sombras alargadas cubrían el césped. Olivia estaba sentada en las gradas, tomando notas mientras observaba cada jugada con atención. Lamine había sentido una extraña sensación de inquietud, algo que lo obligaba a seguir mirándola cada vez que tenía la oportunidad. No era simplemente porque era la hija de su entrenador, ni porque su presencia fuera una constante en el club. Era algo más. Algo que no sabía cómo describir, pero que lo hacía sentirse vulnerable y emocionado al mismo tiempo.

Desde aquel día, su mirada buscaba a Olivia en cada entrenamiento, en cada partido. No sabía si era el hecho de que ambos compartían una pasión por el fútbol lo que lo atraía, o si era su determinación y seriedad lo que lo intrigaba. Lo cierto era que, por más que intentara evitarlo, no podía dejar de pensar en ella.

Sin embargo, sabía que todo esto debía permanecer en su mente, como un anhelo silencioso. Los riesgos eran altos. No solo estaba la posición de Xavi como entrenador, sino también la percepción de sus compañeros y la presión constante de los medios, que no tardarían en enterarse de cualquier mínima distracción en su vida. Lamine no quería ser el centro de atención por motivos ajenos al fútbol.

Aun así, había algo en Olivia que lo llamaba, como un imán. El hecho de que ella lo viera como un simple jugador más, sin la admiración exagerada que recibía de los demás, le resultaba refrescante. Olivia no se acercaba a él, ni lo trataba de manera diferente por su talento en el campo. Para ella, él era solo un joven que, al igual que ella, amaba el deporte.

Al salir del estadio, Lamine caminó hacia el aparcamiento donde su coche lo esperaba. Mientras subía al asiento del conductor, su mente seguía divagando sobre Olivia. Se preguntaba qué estaría haciendo en ese momento, si seguiría con su libreta de notas, planeando estrategias o tal vez comentando algo con su padre.

"¿Debería hablarle la próxima vez?", pensó. "¿O seguiré siendo solo el chico que la mira desde lejos?".

Lamine sabía que el fútbol le había enseñado muchas lecciones, pero tal vez la más importante era que a veces, para ganar, hay que arriesgarse. Y aunque no estaba seguro de cómo hacerlo, en su corazón ya había decidido que, tarde o temprano, encontraría una forma de acercarse a Olivia. Sabía que, aunque el camino no sería fácil, lo que sentía por ella era algo que valía la pena explorar.

Más allá del campo| Lamine YamalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora