Son las cuatro de la mañana y acabamos de ponernos el pijama. Estamos borrachas.—Ay, Meena, vámonos ya a dormir, deja ese asqueroso tabaco.
Me río y le tiro la almohada. Ella resopla y se mete dentro de la cama sin haber ido al baño a desmaquillarse. Aunque, después de lo que lloró por el impresentable de Roberto se le debió de correr todo. Cuánto habíamos hablado. Antes de ponernos a beber, hablamos de lo que me había pasado, de principio a fin, aunque, decidí ocultar el tema de la extraña quemadura y mi ojo. Si a mí me costaba procesarlo, ella jamás podría creerme, pensaría que Giovanni me había drogado e iríamos a comisaría a poner una denuncia. Que, después de contárselo todo, estuvo a punto de hacerlo. Se lo impedí.
Había muchas cosas que no podría explicar. Pensarían que estoy completamente loca. ¿Quién trataría de matar a un eclesiástico en la catedral? Gabi y yo habíamos buscando en las noticias, pero no había absolutamente nada de un asesinato o intento de homicidio en dicho lugar. Ella se puso en contacto con personas fiables y no habían oído de tal disparate. Ella se excusó diciendo que la gente inventaba demasiado.
No sabía quién era Giovanni de Rosa. Si es ese su nombre real. No solo había tratado de engañarme con sus supuestos sentimientos, sino que sabía quiénes eran los malhechores de la catedral. ¿Por qué me había curado entonces? Y, ¿por qué a pesar de todo, en mi interior me costaba asimilar que me había mentido? ¡Ni siquiera lo conozco! Debo de estar loca. Quería olvidarlo, pero no podía, en cada hueco libre que tenía se me llenaba la cabeza con preguntas y me frustraba porque no sabía la respuesta.
—Solo uno y voy a la cama, no tardo.
Me puse una sudadera y salí a mi terraza, ya limpia y con un pequeño taburete.
Gabi había llegado alrededor de las nueve de la noche, más tarde que lo esperábamos porque su vuelo se había retrasado y decidió coger un tren a última hora. Pensé que querría descansar, pero trajo una botella de vino y pasamos la noche hablando, bebiendo e incluso bailamos. Estuvimos a punto de salir de fiesta, pero decidimos que no era una buena idea.
Como no pudo venir antes, fui sola a comprar la decoración para el piso esta misma tarde. Una pequeña alfombra, una almohada, unos cojines para el sofá, una lámpara en forma de luna, el taburete y unas velas aromáticas. El día posterior había conseguido lo primordial: comida, productos de limpieza y unas sábanas monísimas. De momento era perfecto.
Antes de encender el cigarrillo me hago una coleta y me pongo la capucha. Hace demasiado viento, lo cual hace que se me complique encenderlo, pero me apaño unos segundos después. A lo lejos veo el mar, tranquilo y brillante. La luna se refleja y no puede ser más bella.
Rímini está lleno de luz y vida, hasta a estas horas oigo ruido de vehículos y de algunos locales no muy lejanos de aquí, a lo mejor pasa una ambulancia cada dos horas. Bajo la mirada a mi calle, a unos cubos de basura a unos metros de mi portal. No hay ni un alma, puede que uno o dos gatos se escondan debajo de los coches aparcados. Sin embargo, al enfocar mi vista al final de calle, lo veo, tratando de pasar desapercibido. Un hombre. Creo que es producto del alcohol, pero, no, allí está.
Me asusto, pero no lo demuestro. Intenta esconderse al final de la esquina, piensa que no puedo verlo, pero el árbol y la farola no le ocultan. Su cabeza apunta en mi dirección. ¿Será uno de los extranjeros? ¿Giovanni? ¿Me encontraron? Un escalofrío me recorre y decido tirar el cigarro apagado y entrar en casa.
Antes de dormir, me aseguro de que la puerta esté cerrada y a pesar del ruido pongo el sofá en la puerta.
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El secreto de Rímini. ©
Roman d'amourLas ciudades contienen mucha historia, y sobre todo una como Rímini. Meena, nuestra protagonista, quiere huir de su pasado y dejar todo atrás, arriesgándose a aceptar propuestas que cambiaran drásticamente su vida. Ese hecho unirá su destino con un...