II

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La primera noche resulto ser extrañamente fácil, el frio le congelaba los huesos y en mitad de la madrugada se vio obligado a ponerse el abrigo de William. Pero el alfa no se inmuto ni por un segundo, dormía profundamente, mientras que Bloom se encontraba desvelado y ansioso.

Ese era uno de sus mayores secretos, que no solía dormir, a veces, durante semanas. En cuanto cerraba los ojos venían a su mente imágenes inconexas de su vida, de su pasado, cosas que deseaba enterrar en el fondo de su cabeza. Durante dos meses, los somníferos de la clínica de rehabilitación le habían ayudado a desaparecer aquellas imágenes, los sonidos, el asqueroso picor que a veces sentía en su piel. Extrañaba eso, extrañaba no poder pensar, ni sentir. Quería volver a sentirse como un robot, una maquina de cuerda que se enciende solamente cuando es necesario.

Se pregunto a si mismo varias veces si quizá debería intentar molestar el sueño de William para hacer que terminara yéndose de una vez por todas, pero él, que conocía perfectamente el estado mental al que te arroja el no dormir, se sintió demasiado ruin.

Algunas personas dicen que cuando tocas fondo, solo puedes ir entonces hacia arriba, que solo queda levantarse. Pero lo que no te dicen es que aquello no es cierto, siempre se puede ir mas bajo, siempre se puede ir a peor. Si buscas lo suficiente, si miras con detenimiento, encontraras en todas partes cadáveres enterrados.

Sin embargo, logro conciliar algunas horas de sueño para cuando empezó a salir el sol. Su primera clase se dictaría a las nueve, y antes de las seis de la mañana, Bloom escucho a su compañero de cuarto levantarse e irse.

Por fin estaba solo, como deseaba. Pero entonces ya no le fue posible seguir durmiendo. Intento leer un poco sobre sus clases, en su teléfono que ya se estaba quedando viejo y sin batería, perdió los siguientes minutos enterándose de detalles estúpidos de la vida de personas que jamás conocería.

Se había matriculado en el programa de ciencias computacionales, queriendo alejarse a si mismo de cualquier cosa que involucrara arte. No tenia una sola pizca de creativo, y los números y la lógica eran lo único en lo que se sentía medianamente bueno. Aquella mañana, en clase, estaba decidido a no hacer demasiado contacto con ninguno de sus compañeros, a pesar de que muchos de ellos se veían amables.

Se mantuvo en aquella posición el resto del día y evito a toda costa los espejos. Recordó entonces que había existido un momento de su vida donde cada vez que veía su reflejo sonreía, orgulloso. Se concentraba en cosas como la altura de sus pómulos, su cabello, la forma respingada de su nariz, en poner algo de color en sus labios, en sus mejillas. Ahora, nada de eso le importaba. El espejo ya no traía sonrisas, ahora el espejo solo devolvía monstruos, pesadillas, defectos. Se preguntaba constantemente, como era posible que hubiese podido tener una apariencia física tan hermosa si su corazón estaba hecho de veneno.

Recordó a Stephen, aquel pequeño al que solía molestar en la escuela. Recordó lo fácil que había sido para él recuperarse. De un momento a otro, aquel omega había empezado a recibir la luz del sol como si se alimentara de ella, e ilumino todo a su paso. Verlo ahora, incluso en las fotografías que le enviaba de repente de su viaje a Corea, era como tocar las flores.

¿Alguna vez has escuchado, sobre las flores que crecen en el pavimento? Sobre lo mucho que se aferran aquellas plantas a seguir su camino, hasta abrirse paso a través del hormigón. Imagínalo como una de esas flores, como algo bonito que termino por florecer a pesar de que yo intentara aplastarlo. Y luego aquella ternura me toco a mi también, y en lugar de iluminarme, me quemó.

Me es imposible abrirle la puerta, soy la planta marchita que se ha quedado bajo el cemento. Soy la flor que no nacerá nunca, soy la tormenta, la oscuridad de la noche. Son mis dedos los que quitan la vida a todo lo que tocan. He nacido con el abismo en el estómago.

Nuestro encuentro con la luna ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora