Keegan Russ

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Aldair era un hombre cuya vida había sido definida por la disciplina y el deber. Desde joven, se había forjado en la milicia, siguiendo los pasos de su padre y abuelo, convirtiéndose en un soldado de élite. Su nombre resonaba entre las filas militares por su habilidad en combate y su capacidad para mantener la cabeza fría en situaciones extremas. Sin embargo, dentro de Aldair había una batalla mucho más profunda que la que luchaba en el campo de batalla: una lucha con su propia vulnerabilidad, un lugar al que rara vez permitía que alguien accediera.

Keegan Russ, en cambio, era un soldado endurecido por los años de combate en las Fuerzas Especiales. Silencioso y reservado, Keegan era conocido por ser letal en el campo y por mantener una barrera impenetrable entre él y los demás. Los años de servicio le habían enseñado a no depender de nadie emocionalmente. Pero, al igual que Aldair, detrás de esa fachada fría, Keegan cargaba con un peso emocional que rara vez mostraba.

La historia de estos dos guerreros se cruzó durante una misión crítica en Oriente Medio. Una amenaza terrorista se había intensificado, y la situación requería de un equipo de élite para infiltrar una fortaleza bajo tierra y detener el avance de un peligroso grupo armado. Aldair fue asignado como el líder del equipo de asalto, y Keegan, siendo uno de los mejores especialistas en sigilo, fue agregado a la unidad para asegurar el éxito de la misión.

Desde el principio, la relación entre Aldair y Keegan fue tensa. Ambos eran hombres de pocas palabras, acostumbrados a tomar decisiones rápidas bajo fuego y sin perder tiempo en formar conexiones personales. Sin embargo, había algo en el silencio compartido entre ellos que era diferente de cualquier otra interacción. Los dos entendían perfectamente el lenguaje de la guerra, pero más allá de eso, sus miradas decían más de lo que cualquiera de sus compañeros de equipo podía entender.

La misión los llevó a las profundidades de una ciudad en ruinas, donde el enemigo estaba atrincherado en una vasta red de túneles. La operación se complicó rápidamente cuando una emboscada dividió al equipo, dejando a Aldair y Keegan solos, sin refuerzos y atrapados detrás de las líneas enemigas. Con los comunicadores cortados y rodeados de hostiles, los dos soldados se encontraron dependiendo únicamente el uno del otro para sobrevivir.

Durante esos días de supervivencia, Aldair y Keegan se vieron obligados a bajar sus barreras. En el silencio de la noche, mientras mantenían la guardia en las sombras, compartieron historias que nunca habían contado a nadie. Aldair habló de su familia, de la presión de mantener su legado y de cómo su vida se había reducido a cumplir con las expectativas de los demás. Keegan, aunque con más dificultad, reveló partes de su pasado, de las pérdidas que había sufrido y de cómo había construido una muralla emocional para protegerse.

Una noche, mientras descansaban en un pequeño refugio improvisado, Aldair notó algo en los ojos de Keegan. Ese hombre frío y calculador estaba mirando el horizonte con una tristeza que no había visto antes. Sin pensar mucho, Aldair se acercó y se sentó junto a él.

-¿Sabes? -dijo Aldair, rompiendo el silencio-. A veces siento que todo esto... el ser el mejor, el sacrificio... no tiene sentido si no tienes algo real por lo que luchar.

Keegan lo miró de reojo, su mandíbula tensa.-El deber es lo único que nos queda, Aldair. Las emociones nos hacen débiles.

Aldair negó con la cabeza, su mirada fija en Keegan.

-Eso es lo que crees, pero no estoy seguro de que sea cierto. Mira donde estamos, rodeados de muerte y caos. ¿Realmente prefieres no sentir nada?

Keegan bajó la cabeza, sintiendo el peso de las palabras de Aldair. Por primera vez, se permitió pensar en lo que había estado reprimiendo durante años. La verdad era que había algo en Aldair que lo desarmaba, algo que lo hacía querer bajar las defensas que había construido durante tanto tiempo.

Esa noche, mientras los dos hombres se sentaban en silencio, algo cambió entre ellos. La distancia emocional que siempre había existido comenzó a desvanecerse, y una conexión más profunda empezó a formarse. Era como si, en medio de la guerra, hubieran encontrado un espacio de paz, uno que solo ellos podían compartir.

Al día siguiente, mientras avanzaban por los túneles en busca de una salida, Aldair y Keegan se encontraron en una situación límite: un grupo de soldados enemigos los había descubierto, y estaban siendo acorralados en una sala estrecha. Con poca munición y sin posibilidad de huir, se prepararon para lo peor. Sin embargo, justo antes de la emboscada, Aldair hizo algo inesperado: agarró a Keegan por la muñeca, su toque firme pero lleno de significado.

-Si salimos de esta, Keegan... -dijo Aldair, su voz baja pero intensa-. Hay algo que quiero decirte.

Keegan lo miró a los ojos, sus corazones latiendo en sincronía ante la inminente batalla.

-Dímelo ahora -respondió Keegan, entendiendo lo que Aldair intentaba transmitir.

-No -respondió Aldair, su mirada firme-. Quiero decírtelo cuando estemos a salvo.

La batalla que siguió fue feroz, pero ambos soldados lucharon como si sus vidas dependieran no solo de su entrenamiento, sino de algo mucho más profundo. Ambos hombres, codo a codo, lograron escapar de la trampa tendida por los enemigos, y tras varias horas más de lucha, encontraron el camino de regreso al punto de extracción.

Cuando finalmente llegaron a un lugar seguro, exhaustos pero vivos, Aldair y Keegan se apartaron del equipo para tomar un respiro. El sol comenzaba a salir, iluminando el cielo con tonos anaranjados y dorados. Aldair, aún con la adrenalina corriendo por sus venas, miró a Keegan con una intensidad que no podía ocultar más.

-Keegan... -empezó, sus palabras quedándose atoradas en su garganta-. Lo que quería decirte es que... no creo que haya sobrevivido solo por ser un buen soldado. Creo que sobreviví porque tú estabas conmigo. Porque... no quiero imaginar este lugar, esta vida, sin ti.

Keegan, por primera vez en mucho tiempo, dejó que sus emociones lo alcanzaran. Se acercó a Aldair, sintiendo la conexión inquebrantable que había crecido entre ellos. Sin decir nada más, lo tomó por la nuca y lo besó, un beso que fue tanto una descarga de todo lo que había reprimido como una promesa de lo que vendría.

En ese momento, en medio de las ruinas y la devastación, Aldair y Keegan encontraron algo más fuerte que cualquier batalla: el amor. Un amor que los haría más fuertes, no más débiles. Un amor que, aunque inesperado, era lo único real en un mundo lleno de caos.

Y así, mientras las guerras continuaban y las misiones se sucedían, Aldair y Keegan supieron que, sin importar lo que viniera, siempre se tendrían el uno al otro.

One-Shots For AllDonde viven las historias. Descúbrelo ahora