Fuerza

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Habían pasado casi 24 horas y el mundo estaba expectante. No podían esperar más. Muchos miraban nerviosos al cielo, aguardando con ansiedad. El miedo y la emoción se mezclaban en igual magnitud entre la gente común. Habían presenciado a hombres congelar mares enteros y traer meteoritos desde el cielo. Un autoproclamado dios había vaporizado toda una isla. Aquellos provenientes de los Cuatro Mares no podían creer que en el Grand Line existieran tales monstruos. ¿Y ahora iban a presenciar al hombre más fuerte?

Hablando de Enel, en algunos rincones del mundo, tanto entre la gente común como entre las tribus, había comenzado a surgir un nuevo culto. Para ellos, Enel no era solo un autoproclamado dios, sino un verdadero ser divino. Después de todo, el dios de la lluvia siempre había sido parte del panteón junto al dios sol. Enel había sido elevado a la categoría de una deidad corrompida, el dios de la tormenta, cuya ira había sido desatada en este mundo por aquellos que se atrevieron a desafiar y tratar de borrar de la historia a su compatriota, el dios del sol. Pero esa es una historia para otro momento.

Sengoku aún seguía lidiando con el caos desatado por la canción de Nika. En muchas partes del mundo, prisiones habían sido tomadas por los reclusos, quienes tocaban tambores improvisados mientras afirmaban que habían sido encarcelados por no someterse a los tiranos. El Ejército Revolucionario había aprovechado el momento de caos para lanzar ataques y comenzar múltiples levantamientos. En tan solo 12 horas, más de ocho reinos habían caído con apenas un poco de apoyo de los revolucionarios.

—Cinco monarcas reconocidos por el Gobierno Mundial han sido ejecutados bajo cargos de tiranía por sus propios pueblos. Tu hijo apenas tuvo que mover un dedo, el mismo pueblo se rebeló—. Maldijo Sengoku, mirando con frustración a Garp, que comía felizmente su ramen de almuerzo. Habían trasladado el escritorio y los papeles de Sengoku a las mazmorras.

—¿Quién mejor para vigilar al prisionero?— Había bromeado Garp, pero la verdad era que se había negado a moverse, y Sengoku lo apreciaba demasiado como para obligarlo a tomar medidas más drásticas en contra de su nieto. Además, muy en el fondo, temía que su viejo amigo intentara liberar a Ace si las circunstancias lo apremiaban.

Nuevos informes llegaban. Barcos de esclavos habían desaparecido sin dejar rastro. Según las investigaciones, lo último que reportaron fue que pesqueros no identificados abordaron los barcos esclavistas. Aunque no se sabía con certeza qué había ocurrido, para Sengoku estaba claro: la gente común se había aliado con piratas para atacar embarcaciones del gobierno, liberar esclavos y robar armas y todo lo de valor que no estuviera fijo al barco.

—Incluso hay rumores de que en los rincones más lejanos del mar, se han visto barcos de la Marina atacando a esclavistas e incluso a transportistas del gobierno. No hay confirmación, ya que no hay supervivientes, solo las transmisiones antes del abordaje—. Sengoku habló con fatiga, intentando beber té, pero sus manos temblaban.

—El mundo va a cambiar. Todos los que tenían resentimiento contra la Marina o el Gobierno Mundial están aprovechando que trajimos a los oficiales de todos los mares para la guerra en Marineford. Ahora que nuestra fuerza no está para proteger a los tiranos, los eliminan. El pueblo busca su justicia—. Garp se expresó sin detener su almuerzo.

Ace no dijo nada, solo escuchaba a los dos viejos hablar, atrapado en sus pensamientos. El silencio que siguió fue ensordecedor, como si todos supieran que el cambio era inevitable.

En Impel Luffy se estaba preparando para el asalto, y comenzaría junto con la canción que serviría de distracción, o al menos eso decía Iva-chan. Además, Hancock había logrado que Mr. 3 formara parte del equipo que seguiría a Luffy en todo momento; después de todo, su cera era la única manera de enfrentarse a Magellan.

One Piece: El Mundo Está CantandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora