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Abrió sus ojos lentamente mientras sus manos buscaban la manta para cubrirse, soltó un ligero bostezo mientras estiraba sus músculos en busca de hacer que estos despertarán. Giro su rostro en dirección a la ventana que era cubierta por las cortinas oscuras, dejando entrar el mínimo rayo de luz; había amanecido.

Observo la hora en su teléfono, no pasaban de las siete de la mañana, no era tarde, tenía el tiempo suficiente para desayunar, se levantó, dejando la cama completamente ordenada; si su madre lo viera en ese instante, probablemente lloraría de la felicidad al ver a su hijo, ordenando la cama donde durmió. Camino arrastrando los pies hasta el baño de la habitación, lavo su cara en un intento de estar completamente despierto, sus ojos estaban hinchados y rojos por el llanto de la noche anterior, negó, tallando sus globos oculares.


Frente a él, en el mismo espejo, sobre salía aquella pequeña perilla, así, que la abrió con la esperanza de encontrar un cepillo de dientes para sí, ya después repondría haberlo tomado sin permiso. Dentro había tantas cosas ordenadas de una manera tan perfecta y minuciosa que no le fue difícil encontrar un paquete completamente nuevo, en el fondo, resaltaba aquel cepillo.





— ¡ah mierda! — Exclamó, al tirar por accidente la crema facial que, había estado en la orilla, afortunadamente el tarro no se rompió, o habría tenido que gastar su mesada de la semana en conseguir una nueva para el pelinegro, antes de colocarla, observo aquello que parecía una hoja doblada, escondida entre los productos de higiene, no parecía tener la intención de ocultarla, ya que, muy difícil de encontrar, no fue.


La curiosidad mato al gato, pero el gato tenía siete vidas.

Así que la tomó, notando el papel fotográfico, dando por sentado que se trataba de una fotografía, esta solo estaba doblada por la mitad, y al abrirla, casi llorar de la ternura, juraría que ese pequeño niño de lentes era Park Sunghoon, no podía distinguir al otro pequeño que estaba a su lado, por la inmensa mancha verde, probablemente causada por la humedad. La observo por un buen rato, el vecindario le resultaba muy familiar, pero no le tomó tanta importancia cuando en la ciudad existían miles de calles similares.



Los toques en la puerta lo sacaron de su momento donde sólo había husmeado las cosas del más alto.



— Vamos, se hace tarde — cierto, había olvidado lo molesto que era el pelinegro.






— Ya voy — hablo lo suficiente alto, para ser escuchado sin la necesidad de gritar y sonar grosero.



Lavo rápido sus dientes, y alistó su cabello para no lucir como vagabundo, lo peino hacia atrás usando, una vez más sin permiso, el fijador de cabello del menor, dejando sus frente al descubierto y matando por completo el aspecto tierno que le daba su flequillo, luciendo, más maduro y atractivo.


Viento y melodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora