3 | El paseo más corto jamás dado

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3 | EL PASEO MÁS CORTO JAMÁS DADO

*broken home - 5 seconds of summer

13 años

Ax

Nada. No quedaba nada.

Seguí contemplando la carta sobre la mesa. Mi madre tenía los labios fruncidos, apretándolos con tanta fuerza que temí por su mandíbula. Sabía por qué no alzaba la mirada. Sabía que, si me miraba a la cara, se echaría a llorar.

—Esto no es ni la mitad de lo que cobran tus compañeras de trabajo —murmuré impasible, viendo la pequeña cifra de dinero que mi madre había conseguido traer a casa a fin de mes.

Ella tragó con fuerza.

—No te enfades, por favor —suspiró entrecortadamente, hundiendo sus dedos entre sus rizos castaños. Parecía tan sumamente agotada que un calambrazo me cruzó el pecho —. Tú no.

—No estoy enfadado, mamá, solo... —negué con la cabeza, frustrado. Joder, no era justo —. Eres la única mujer de color en tu puesto.

—Axel —me advirtió.

—¿Esto es legal? —me atreví a preguntar. No tenía ni idea de lo que hablaba, pero estaba harto de la situación. Llevaba sin verla cuatro días, ya que sus horarios normalmente eran de noche, y yo por las mañanas me iba al instituto. Estaba más delgada, su tez morena lucía más pálida que nunca, y sus pómulos estaban tan marcados que se me revolvió el estómago. No había tocado el plato que le había preparado con lo que había pillado de la nevera —. No creo que el resto de tus compañeras cobren...

—¡Ya vale! —espetó, dando tal golpe en la mesa que me hizo dar un respingo. De inmediato hundió las cejas, arrepentida por su reacción, y tomó mi mano entre las suyas. Estaba temblando —. Lo siento, Axel, pero entre el garaje, la gasolina, los gastos y el alquiler... —negó con la cabeza y rompió a llorar. Se me formó un nudo en el estómago —. No llegamos. Lo siento, cariño, pero yo no... No puedo trabajar más horas al día, y tampoco compaginarlo con otro trabajo —se encogió de hombros, pareciendo casi avergonzada. Apreté la mandíbula —. La batería va a tener que esperar.

—No me importa la batería, mamá —le aseguré, pese a que no fuese del todo cierto. Me sentía culpable por haberme decepcionado. Mi madre se estaba dejando la vida para poder llegar a fin de mes, pagar las facturas y mantenernos a ambos como siempre lo había hecho, y yo estaba triste por una maldita batería. Habíamos estado casi dos años viviendo en un puñetero albergue porque no teníamos dinero suficiente, y lo que me preocupaba era la batería de los cojones. Me levanté de la silla y la abracé, sintiéndome impotente —. Lo solucionaremos. El señor Irwin conoce a un mecánico local que necesita ayuda. Tal vez podría pasarme por allí y ver si...

El lloriqueo de mi madre se volvió un sollozo. Las lágrimas que llevaba acumulando en mis párpados durante toda la conversación resbalaron por mis mejillas, y mi madre me estrechó con fuerza contra su pecho.

—Mi hombrecito —balbuceó, acariciándome el pelo y sorbiéndose la nariz —. Siento haberte preocupado. Eres un niño todavía, Axel, no puedes trabajar y...

—No soy un crío, soy mayor —me defendí, aunque no fuese del todo cierto. Tal vez no tenía la edad adecuada para trabajar, pero no se me daba mal arreglar las viejas bicicletas de los chicos, y estaba seguro de que, aunque fuese poca la ayuda, un poco más de dinero nos vendría bien —. Déjame intentarlo al menos.

Ella ladeó la cabeza, dispuesta a replicar, y una sonrisa entristecida se formó en sus labios.

—No vas a hacerme caso si me niego, ¿verdad? —murmuró, acariciándome las mejillas con cariño —. ¿Y qué hay de la batería?

Un solo ritmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora