Prólogo

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El sentimiento que le invadía era horrible, una opresión en el pecho que le robaba la calma y la tranquilidad; una impotencia desgarradora que le tensaba la mandíbula y oscurecía su mirada mientras sostenía aquella fotografía entre sus manos.

—Querer regresar es una locura total, Bill— exclamó Andreas, observando al aludido con seriedad.

Se cruzó de brazos y se recostó en el umbral de la puerta, su postura reflejando una mezcla de preocupación y determinación.

Bill no alzó la vista ni por un instante. En un acto casi automático, llevó el cigarrillo a sus labios, dando una profunda calada antes de expulsar el humo con una calma engañosa, como si intentara ahogar sus propios demonios en cada bocanada.

—Creí que me entendías, que estabas de mi lado— respondió con voz ronca, cargada de desilusión.

—Lo estoy, claro que lo estoy— replicó Andreas, apartándose del umbral y acercándose a Bill con pasos lentos y medidos —Pero pienso que no deberías regresar. Te hará daño— resopló, como si cada palabra le costara un esfuerzo sobrehumano —No arruines tu vida por esto.

Fue entonces cuando Bill, al fin, levantó la mirada de la foto para clavar sus ojos en los de su amigo, entrecerrándolos con un ceño fruncido que reflejaba su tormento interno.

—Mi vida lleva años arruinada, Andreas— expresó, dejando escapar toda la rabia contenida en su voz, —Todo por su culpa. Él me enamoró, me mintió, me humilló… Por su culpa todos supieron lo que no debían saber; me expuso ante todos en mi graduación…

Andreas se sentó a su lado en la cama, y Bill volvió a sumergirse en la fotografía.

—No hice más que enamorarme, caer en su asqueroso juego. En su red de mentiras. Confié en él; le di todo lo que tenía y más porque realmente lo amé. Y no sabes cuánto me arrepiento de haber sido tan idiota e ingenuo— gruñó, cerrando los ojos con fuerza como si eso pudiera detener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse —Por su culpa mis padres me dieron la espalda; por su culpa acabé encerrado en un maldito hospital psiquiátrico recibiendo electroshocks todos los días… ¡Por su maldita culpa!

Bill dirigió una mirada punzante a Andreas.

—Me destrozó la vida; él es el culpable de mis desgracias— estrujó con rabia la fotografía en su mano, cerrando los dedos sobre ella hasta convertirla en un amasijo arrugado.

—Lo sé, Bill.— Andreas bufó —Quiero evitar que caigas en ese abismo del que tanto te costó salir. Tu idea de venganza puede hacerte más daño a ti que a él y...

—Si eso sucede, entonces habrá merecido la pena— interrumpió Bill abruptamente, arrojando la fotografía arrugada al suelo y poniéndose de pie mientras daba otra calada a su cigarrillo.

—No sabes lo que dices.

—¡No, sí lo sé!— espetó con rabia —¿Te parece absurdo que quiera que él pague por lo que me hizo? ¿Acaso crees que no merece la pena? ¿Debo quedarme de brazos cruzados viendo cómo sigue su vida tan campante después de haber destrozado la mía? ¡¿Eh?! ¡¿Eso crees, Andreas?!

—Bill, cálmate.

Su respiración era un torbellino tras esa pequeña explosión de ira, negaba repetidamente con la cabeza. Ya tenía bastante con las voces en su mente que le recordaban a diario lo idiota que fue al creer en falsas promesas de amor, los ataques de ansiedad que sufría en silencio, el dolor desgarrador en su alma y los ecos de su yo pasado que le atormentaban en sueños y se reflejaban en cada espejo.

Los electroshocks en el hospital psiquiátrico le hicieron un daño irreparable; sus pensamientos se ahogaban en la duda sobre qué estaba mal en él. Su mente parecía haber sucumbido a un delirio constante, luchando cada día contra un demonio interno. Su cabeza era un infierno sin tregua.

—Me prometí volver para hacerle pagar por sus actos, por el daño que me causó. Andy, yo no merecía esto— sus ojos se llenaron de lágrimas de repente.

Andreas se levantó con rapidez y corrió a envolverlo entre sus brazos. Bill era como un hermano pequeño para él; lo adoraba y le invadía una profunda tristeza al saber por todo lo que había tenido que pasar el chico.

—Ya, tranquilo— intentó reconfortarlo —Sé que no te merecías esto, sé que no merecías nada del sufrimiento que soportaste. Eras solo un niño y sigues siéndolo. Estás lleno de resentimiento porque creíste en alguien que terminó por traicionarte. ¿Quieres venganza? ¡Perfecto! La tendrás, pero yo estaré contigo para evitar que te hundas en el proceso.

Bill correspondió al abrazo con fuerza, sintiendo un nudo apretado en su garganta.

—¿Quieres verlo sufrir? ¿Deseas que sienta lo mismo que tú sentiste? ¿Quieres que pague por lo que te hizo?

—Quiero hacer de su vida un infierno, como él lo hizo con la mía.

—Está bien. Estoy contigo. No dejaré que enfrentes esto solo.

Los dedos de Andreas se perdían entre el cabello del menor; podía sentir cómo Bill temblaba de vez en cuando. Sabía que algo terrible sucedía dentro de él, pero nunca se atrevió a preguntar. Era evidente el sufrimiento de Bill; su mente le estaba destruyendo poco a poco. No era casualidad que hubiera intentado acabar con su vida pagando a una pandilla: no podía soportar el peso de aquellas voces atormentadoras. Eran tantas y tan susurrantes, tan frustrantes, que le volvían completamente loco.

—Quiero verlo de rodillas, Andy. Lo odio, lo odio con toda mi alma —susurró Bill entre dientes, arrugando las cejas y temblando —No sabes cuánto lo desprecio. Lo aborrezco; lo odio, lo odio con todas mis fuerzas, con todo mi ser... ¡maldito!

El ojiazul cerró los ojos y se preguntó cómo podían las personas buenas sufrir tanto. Era desgarrador observar la crueldad humana; Bill era tan inocente que había creído en la bondad del mundo y no podía ver nada malo en la vida. Su alma se había manchado irremediablemente. Sentía tanto odio; tanto rencor. Bill exhaló pesadamente y miró fijamente la fotografía arrugada donde yacía la imagen de aquel chico de rastas sonriendo felizmente a la cámara: una foto tomada por él mismo cinco años atrás cuando aún era ajeno a las verdaderas intenciones del rastafari hacia él.

Su odio creció desmesuradamente y su mirada se oscureció una vez más.

—No descansaré hasta hacer sufrir a Tom Trümper; seré su verdugo...


𝗔𝘃𝗲𝗿𝘀𝗶𝗼́𝗻 || ᵀᴼᴸᴸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora