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La noche había llegado más rápido de lo esperado. Bill supuso que, al estar estudiando y concentrado, no se había dado cuenta de que ya había oscurecido y mucho menos de que sus padres ya habían llegado. Al menos no lo supo hasta que su madre entró en su habitación después de tocar la puerta.

—William, cariño— Charlotte cerró la puerta con suavidad detrás de ella y miró a su hijo, quien levantó la mirada del libro de sociales que leía y giró en la silla. Llevaba un gorro de lana negro que cubría su pelo rubio despeinado y enredado, y usaba la chaqueta negra que nunca se quitaba por mero aprecio; había sido un regalo de su abuela. Unos guantes sin dedos y un pantalón deportivo desgastado completaban su atuendo. —Oh, ¿estás ocupado?— preguntó la mujer tras echar un vistazo a las espaldas del menor.

Observando un par de hojas sueltas llenas de una caligrafía perfecta, libros apilados descuidadamente y lápices esparcidos por el escritorio, Bill asintió lentamente.

—¿Qué tal tu trabajo?— le preguntó.

Si bien con su madre tenía un poco más de libertad al hablar, podía decirle cualquier cosa; como ya se había mencionado antes, también le ocultaba algunas otras, como su homosexualidad. Con su padre era un poco más reservado... No era temor ni incomodidad; era una sensación extraña que no le permitía entablar conversación con su progenitor de manera tranquila como lo hacía con su madre. Era más reservado cuando su padre estaba cerca.

—Oh, bien. Ya sabes, lo mismo de siempre— respondió la mayor sonriendo levemente. —¿Qué ha sido de tu día, eh?

—Bien, supongo— mencionó encogiéndose de hombros. —Han dejado demasiada tarea; debo estudiar para los exámenes y hacer una exposición sobre el planeta Tierra y lo importante que es reciclar— y a Bill le horrorizaban las exposiciones.

Las odiaba porque debía ponerse de pie frente a todos sus compañeros y hablar sobre el tema que le hubiera tocado. Las odiaba porque en ese preciso momento todos le miraban, y a él no le gustaba sentir las miradas puestas solo en él. Odiaba exponer porque se ponía nervioso, demasiado como para hablar adecuadamente sin titubear. Su corazón latía desbocado por el pánico y su mente se nublaba; olvidaba lo que había aprendido y eso le perjudicaba. En las exposiciones siempre obtenía un notable, algo que a su padre le desagradaba.

Aquella vez que Bill le explicó su problema, hacía más de tres años, el hombre le golpeó llamándole "ridículo" por ponerse nervioso al exponer. Pero no era culpa de Bill. Su única ayuda en ese momento era Susanne; la miraba a ella cuando le tocaba pasar al frente para calmarse, porque sabía que si miraba a sus compañeros o peor aún, si miraba a Tom Trümper, se quedaría mudo y eso sería motivo para que todos se riera.

Ya le había pasado y detestaba sentirse tan... pequeño ante todos.

—Bueno, deberías bajar a cenar y luego puedes seguir estudiando— le dijo su madre —Tu padre está abajo.

—¿Ya ha llegado?— normalmente Jhörg llegaba tarde; no solo era mecánico, también trabajaba a media jornada en un casino como camarero. Por eso, solía llegar a casa entre las nueve y las diez de la noche, justo cuando Bill ya estaba dormido.

—Le han dado la tarde libre en el casino— dijo su madre suspirando —Venga, vamos abajo y, por favor, quítate el gorro y recoge tu pelo si no quieres que te lo vuelva a cortar como aquella vez.

Sí, Bill lo recordaba claramente. Su padre había cogido unas tijeras y le había cortado su larga melena rubia en un ataque de rabia solo porque Bill no quiso hacerse un corte como el suyo, sino algo más rockero. A Bill le encantaba el rock, esos cortes donde el pelo se veía rebelde y en capas le fascinaban. Soñaba con teñirse el cabello, quizás las puntas, y hacerse un piercing... pero seguramente su padre se lo arrancaría con los dientes después de decirle "vago" o que iba por mal camino.

𝗔𝘃𝗲𝗿𝘀𝗶𝗼́𝗻 || ᵀᴼᴸᴸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora