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El tiempo parece detenerse mientras observo con tranquilidad el atardecer, cada día subo la colina con el único fin de ver la muerte del día, es un milagro que me maravilla y que al mismo tiempo refleja el destino al que estoy condenada.

Podría a morir―Pienso observando el ocaso―. Un día de estos podría terminar muerta, así como el día muere cada tarde cuando la noche reclama el cielo.

Vivo en una aldea pequeña en la que los humanos repudian la brujería, mi padre, un patriarca orgulloso, ha dado mi mano al patriarca de la aldea vecina para que me tome por esposa, el hombre que es incluso mayor que mi padre, es aún más decidido en su odio a la magia, hay quienes incluso le tildan de paranoico, acusando de practicar magia a personas que mueren en los juicios a los que los someten.

Una sonrisa se pasea por mis labios a pesar de que la tristeza me devora el alma, ¿cuán gracioso puede resultar el que se de cuenta de que ha tomado por esposa a una bruja?

Mentiría si dijera que sé de dónde proviene este poder, incluso mi madre quién huyó de la aldea cuando tenía cinco años, parecía una mujer mundana carente de todo poder mágico, sin embargo, yo fui bendecida con un poder que me ha costado muy poco dominar, el poder de las sombras.

Mi mirada cae en una liebre que salta despreocupado por los solitarios caminos de la colina, sin duda, sin remordimiento, extiendo mi poder al animal domando su naturaleza, al principio se retuerce y lucha por escapar del inesperado enemigo, pero cuando mi poder se ha filtrado en su ser, no hay manera que pueda escapar de mi control.

―Ven aquí―Ordeno suavemente.

El animal ahora carente de voluntad, se dirige hacia mí con devoción, sus ojos se han vuelto dos oscuros fosos negros carentes de alma, puesto que la misma es presa de las sombras que ahora habitan en su ser.

―Al menos tendré una buena cena antes de partir―Digo sosteniendo la liebre.

Llevo el animal conmigo de regreso a casa, mañana la caravana me llevará a la aldea vecina, en la que mi futuro esposo me tomará como su mujer, aborrezco la idea de pasar el resto de mi vida al lado de un viejo verde, pero negarme de frente sería estúpido.

Por eso tengo un plan―Pienso mientras entrego la liebre a la cocina.

Mi padre está contento con su elección, según su juicio no hay mejor esposo para mí que ese hombre, es una pena que sea su propio amigo el que le ha condenado a casarse con aquello que tanto odia.

Las ancianas de la aldea me visitan para recordarme las buenas costumbres, todo lo que debo hacer ahora como esposa, mi deber para con mi marido y por supuesto, para recordarme la importancia de dar descendientes al hombre que me desposará.

Tras escuchar todas esas sandeces, me decido a dormir, esperando con ansias el día de mi matrimonio, después de este día sabré si estoy destinada a morir o si por el contrario, existe una forma de escapar de este montón de ignorantes que creen poder entender la magia.

La caravana parte con la salida del sol, mi padre no se molesta en despedirse, mis hermanos están demasiado ebrios para acompañarme, así que es sólo un carruaje escoltado por cuatro soldados y el cochero, tras largas horas sin descanso, llegamos al atardecer al templo en el que se celebraría la ceremonia.

No es la primera vez que le veo, es un hombre entrado en los sesenta, su cabello cano está atado en una cola de caballo, la cuál luce enmarañada, su vestimenta tiene los colores verde con detalles negros, los colores de la aldea, escuálido y aparentemente borracho.

―Por fin, llegó mi novia―Dice acercándose―. Tengo muchos días esperando por ti.

La ceremonia es tan rápida que incluso dudo que se trate de una ceremonia real, tras los aplausos, entiendo que oficialmente me he convertido en la esposa de este hombre, caminamos hacia un caserón cercano, por las decoraciones nupciales, asumo que es la casa del que ya es mi esposo.

Legado de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora