CAP 1

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TAMARA ROUSSEAU

No sabía la razón por la cual había decidió aceptar la oferta de aquella extraña familia, sin embargo esta era beneficiosa para mi futuro. Los Toussaint habían ofrecido pagar por mi educación después de la preparatoria bajo la condición de que viviera con ellos. No estaban adoptándome pero me darían todo lo que necesitaría para terminar mis estudios de la universidad.

No tenía ni la más mínima idea de la razón detrás de aquella oferta pero las monjas decían que era un milagro e incluso que la matriarca de la familia era una completa Santa.

Varias veces había escuchado hablar de la mujer, decían que era hermosa, casi irreal y justo el día en que el convento recibió un gran fondo de su parte, logre verla por primera vez. Un retrato suyo por lo menos, las chicas, niñas y las hermanas no se equivocaban con su apariencia. Su cabello color carbón y su piel pálida la hacían resaltar con ese fondo aterciopelado, y sus ojos no pasaban desapercibidos, dos orbes color caramelo y unas facciones feroces pera delicadas.

Era hermosa.

-¿Me extrañarás?- le pregunté a Lizzy, una monja joven la cual había decidido mudarse al convento de las hermanas de la Lux hace un año, ella logró sacarme de mi eterna solitud y desde entonces éramos inseparables.

-Sabes bien que si - dijo apoyando su cabeza en mi hombro- pero siempre está la opción de convertirte en monja, podemos vivir juntas aquí en el convento-me sonrió

Suspire pesadamente

No me quedaría aquí ni un minuto más

Había estado aquí toda mi vida o por lo menos lo que recordaba de ella, hace 10 años, cuando mi madre desapareció sin dejar rastro.

-No trates de manipularme-entrecerré mis ojos y sonreí ampliamente- además vendré a visitarte siempre, no creo que la mayor patrocinadora de este convento me lo prohíba- espete refiriéndome a Victoria Toussaint

-Ya veremos, últimamente las hermanas han estado raras, preocupadas o inquietas diría yo- dijo alisando el dobladillo de su falda

Fruncí el ceño, ¿extrañas?

Para mí las hermanas seguían igual de aburridas.

-¿Tienes tus cosas listas para mañana?-preguntó la rubia

-Si todo listo- mentí

Ambas caminábamos hacia el ala de dormitorios estaba nerviosa por mi partida y una parte de mi no quería marcharse, lo encontraba difícil pero también tenía ese deseo de conocer a la madre de la familia con la que me quedaría. Me intrigaba su interés, tal vez que siempre quiso adoptar una niña pensé sin embargo recapacite, la misma mujer ya tenía cuatro hijos con los cuales lidiar, una extra hubiera sido difícil.

Los había visto rondar por el convento varias veces, la mayoría en el jardín central, sin embargo era demasiado pequeña para recordar sus caras y nombres.

Me encontraba empacando mi escasa ropa en mi maleta de viaje, cuando mi mano se encontró con aquel rosario plateado, el cual me habia regalado Ana, la ex madre superiora del convento que al igual que mi madre se había desvanecido, las hermanas Jackie y Esther trataron de consolarme diciendo que la madre Ana se había retirado por su edad.  Nunca lo creí , ella y yo teníamos un vínculo especial, y para ser sinceras la veía como una madre verdadera, sin embargo no recuerdo nada de la última vez que la vi, mi mala memoria no me lo permitía.

El ocaso se apoderaba del cielo y las hermanas y las chicas estaban enfundadas en sus largos camisones listas para dormir, mientras yo apreciaba la vista del lugar el cual había sido mi hogar durante tanto tiempo o al menos desde que aquella mujer me abandonó en aquella vieja puerta de madera.

La oscuridad  ahora cubría la cuadrada estructura del convento, la piedra arena ahora lucia totalmente gris y las sombras que los arcos formaban lo hacían lucir tétrico sin embargo en este lugar no había ni una pizca de maldad; los arbustos verdes y las flores del jardín peleaban con el extraño viento de esta noche, normalmente nunca teníamos clima demasiado tempestuoso.

Moví mi vela y la coloque frente al vasto espejo en mi habitación, era viejo pero su reflejo aún estaba impecable, mordí mi labio inferior mirando hacia el frente, estaba demasiado nerviosa y mi cuerpo me delataba.

¿Que si me secuestran?

¿Y si no regreso?

¿Que tal si me convierten en vampiro?

Mis manos estaban tensas al igual que mis hombros posicionándose levemente hacia delante, apretando mi mandíbula inconsciente.
Estaba comenzando a sacar mis más extremas y locas conclusiones, aún que la última fue la más descabellada pero generada gracias a que la belleza de Victoria Toussaint era sospechosa y un tanto inquietante, varias chicas en el convento comenzaban a especular sobre ella diciendo que probablemente era un vampiro y claro eso resonó un poco en mi cabeza. Sin duda era extraño como después de tantos año ella seguía siendo igual de bella, no parecía envejecer.

Yo reconocía que no era fea pero tampoco me consideraba bella a comparación de la Señora Toussaint, mi cabello oscuro era largo y mi piel de lívida me hacían lucir delicada, mi mirada parecía sacada directamente del océano; profunda y azul, consideraba que mis ojos hacían la diferencia, me daban ese toque coqueto y oscuro,mi nariz era pequeña y no tenía quejas al respecto sin embargo siempre había deseado que mis labios fueran más delgados y sin aquel arco de cupido.

Coloque el Rosario sobre mi cuello y lo admiré entre mis manos un momento. Verlo me generaba nostalgia y tristeza, sin embargo esa chispa de ira siempre aparecía dentro de mi espontáneamente. Mis dientes se apretaron con fuerza mientras mi puño se cerraba sobre esa cruz plateada.

Aquel me recordaba a todos esos buenos momentos junto a Ana pero junto con ellos llegaba el enojo y rencor hacia mi madre, mis recuerdos sobre ella eran escasos pero hasta el día de hoy me preguntaba por qué después de 8 años la mujer había decidido marcharse y deshacerse de mi, aquella figura nunca se dignó a regresar y eso era algo que ahora me enfurecía.

Los terrores nocturnos no ayudaban a mis emociones, la desaparición de ambas figuras maternas habían orillado a mi mente a desarrollar escenarios monstruosos donde cosas imperdonables y violentas me atormentaban. Mi mente era un completo infierno.

Esther ahora la madre superiora del convento siempre citaba para mi durante mis consultas semanales: Póngase toda la armadura de Dios para que pueda hacer frente a las artimañas del diablo, Efesios 6:11.

La armadura de Dios nunca me ha ayudado, y a pesar de eso las pesadillas no se marchaban, tal vez si salía de este lugar por fin estas dejarían de acecharme. Mi mente estaba saturada con un millón de cosas sin embargo después de varios minutos el sueño llegó a mi haciéndome dormir noqueándome por completo y alejando todas aquellas preocupaciones.

Este Martes sería el inicio de un cambio importante en mi vida.

Santa PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora