Sí, Amo

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Angélica se maldecía, había tenido un difícil día de trabajo y esperaba encontrarse a Juan en casa. Quería emoción, deseaba que la follaran bien, aunque solo fuera una vez....


Estaba harta del misionero, quería chupársela y dejarlo seco, deseaba sexo anal, con él no lo hacía. Quería que él la controlara, estaba harta de llevar la iniciativa y recibir noes.
Era alta, pasaba del metro setenta y con los tacones que solía utilizar pasaba del metro ochenta. Tenía cuerpo de gimnasio, le dedicaba una hora diaria a tornearlo. Y no le servía para nada, no sabía hacer que se le levantara. Que la penetrara sin mirar el mañana. Sus ojos marrones estaban cansados de verlo en el sofá sentado, sin ninguna idea. Juan carecía de ganas de una cubana. No disfrutaba nunca de su casi talla cien, no chupaba sus pezones.
Al abrir la puerta se quitó los zapatos, dejándolos en el mueble del recibidor y se dirigió hacia el comedor. Oía una conversación, había alguien con Juan.
—Buenas, zorra —dijo ese hombre dejándola helada—. Hoy tendrás un buen sexo. El consolador de tu pareja cree que a decidido prestarte. —Ese hombre guiño el ojo.

Angélica no podía creerse la situación, un sueño realizado, miró a los dos hombres y se percató que Juan no llevaba pantalones y puso cara rara.

—Zorra no lo mires así. Se ha desnudado para que el ano recibiera mi polla.
—Cariño, yo no quería —dice Juan.
—Está mintiendo. Lleva preparándote varios meses, para entregarte. ¿Deseas sexo anal? —Angélica no respondió solo se puso roja, mientras ese hombre reía—. ¿Te mojarías si mis dedos recorrieran el interior de tus muslos?
—Lo estoy ahora.
—Me gustan las zorras mojadas. Id a la habitación: Juan vístete y marcha, y tú, zorra, ponte los zapatos que tengas con más tacón.

Los dos se dirigieron en silencio hasta la habitación. Allí Juan busco unos calzoncillos en el cajón. Mientras se los subía ella pudo ver que tenía una joya en el ano. Se excitó al pensar que en su culo quedaría mejor.
Una vez marchó Juan del piso, se quitó la falda y se desabrochó la blusa. Llevaba un conjunto monísimo; un sujetador de encaje negro y rojo, y un tanga de puntilla granate. Le hubiera encantado ir protegida con eso, pero ese hombre la quería desnuda. Se lo quitó y buscó unos zapatos de 12 cm y se dirigió al comedor.—Estas preciosa laica, de rodillas. —Ella solo podía obedecerlo, esa profunda voz la excitaba cada vez más.
Él se le acercó por detrás y le acarició el cuello. Ella notó que le colocaban un collar.
—Mi nombre es Amo, y tú eres mi perrita. Ya lo sabías.
Él se separó de ella y fue desnudándose mientras se dirigía al sofá. Una vez sentado ella no podía dejar de mirar el rabo, quería intentar tragárselo.
—¿El pringado de Juan hizo que le chupararas los huevos? —Nego con la cabeza—. Ven, de rodillas.Angélica se alegró de escuchar el detalle, se iba a colocar de pie, no quería empezar con mal pie.

Se le acercó y siguió las instrucciones que le daba. Angélica estaba excitada y eso que aún no la había tocado.
—¡Qué pérdida ha tenido el cornudo! Lo haces bien. Ahora la polla.
Se incorporó y la colocó entre los labios. Más gruesa y más larga que la de Juan. Entonces él puso las manos en la cabeza e hizo que se la tragara toda. A Juan nunca se lo había permitido.
Por la cabeza de Angélica pasaba que no se corriese, que quería ser perforada por él.
—Para —dijo de forma seca, ella se asustó—. Zorrita primero de pie, luego te sientas encima mío y te la metes entera en el coño. A Angélica le entró miedo al verla, no creía que su coño fuera capaz de soportarla. A ella le daba igual, iba a tener un polvo que recordaría.

Se puso de rodillas sobre las piernas de aquel hombre. Al estar de rodillas la fue guardando poco a poco, hasta llegar al final. Se acercó y beso esa cara seria, sin barba. Su nalga izquierda recibió dos zurras y un jadeo se le escapó, vió como se le dibujaba una sonrisa. —Han sido de aviso, has cometido dos errores: besarme y pensar que te quería de cara.

Ella se levantó, se la quitó y noto un gran vacío. Se giró y con mucho cuidado se sentó en las piernas. Notó como las manos del Amo la sujetaban por la cintura y se puso el prepucio en el coño y notó como él movió las piernas para metérsela de golpe.

—Las manos detrás de la espalda. —Angélica notaba dolor y placer en esa situación y le hizo caso.

Con cada movimiento que hacía Amo notaba como el orgasmo se le acercaba. Entonces él decidió pellizcarle con una mano un pezón mientras que con la otra la masturbaba. Angélica noto como se corría encima de él y se sentía avergonzada.






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