𝐈𝐕.

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Lo primero que vio una vez la puerta estuvo abierta fue una figura alta y robusta. Atrás de esta, la iluminación de las lámparas revelaba bien los rostros de los demás extraños presentes.

Parecían extranjeros, pues tenían facciones diferentes. Los nativos de Goram se caracterizaban por los ojos rasgados, narices con el puente bajo... Aquellos hombres tenían todo lo contrario.

No perdieron el tiempo. El hombre que abrió el escondite se adentró en este y tiró del brazo de Dak. Éste en respuesta, asustado, se echó hacia atrás logrando soltarse.

No dudaría en romper otro brazo si era absolutamente necesario. Sobretodo si intentaban hacerle algo su hermano.

Los demás varones hablaban en un idioma que no entendía, reafirmando que no eran locales.

- No​ juegues conmigo, niño.

Suertudamente el inglés era el segundo idioma más hablado allí, por lo que a pesar de no saber demasiado, le había entendido.

El menor de ambos no podía dejar de llorar, por mucho que lo meciese no se calmaba, necesitaba a su madre.

Volvió a tomar el brazo de Dak y esta vez no se resistió. Pensó que, quizá, querían llevarle con sus padres a un lugar más seguro y menos oscuro.

Salieron de la habitación y uno de los señores intentó quitarle a su hermano de sus brazos. A modo de defensa clavó sus colmillos en su mano y a cambio recibió una bofetada en el rostro que lo hizo caer al suelo de rodillas. Pero jamás soltó a Eka, a quien sujetó mejor

Con los ojos llenos de lágrimas dejando salir algún que otro sollozo, se levantó del suelo y sobó su mejilla.

Uno del grupo pareció reñirle por pegarle. A los ojos inocentes de Dak, era porque los niños eran preciados y no se debían tocar. Claro que, en realidad sólo necesitaban engañar sus puras mentes y que confiasen un mínimo en ellos.

Siguió al grupo por el castillo, había gente inmóvil en el suelo y el niño se preguntaba que porqué dormían la siesta en un momento así.

Llegaron hasta las estrechas mazmorras, donde casi ni se podía caminar de tantos soldados que habían caído. Le daba cosa tener que pisarles, se disculpaba por lo bajo.

Eso hasta que entre la gente distinguió a su madre, relativamente cerca de su esposo. Siendo realistas, probablemente había intentado vengarle una vez cayó, pero no pudo.

Dak corrió hacia ella, sacudiendo su hombro y llamándola. "Mami... Mamá... Despierta..." decía entre lágrimas. Intentó lo mismo con su padre, pero ninguno de los dos le hacía caso. ¿Por qué no despertaban?

El menor estiró su mano cada vez que estaba cerca de sus progenitores, intentando llegar a ellos. No logró rozarles siquiera cuando el adulto volvió a tomar el brazo del mayor, esta vez más fuerte, y lo separó a rastras de sus padres.

Intentó safarse, pero su mente estaba demasiado nublada de confusión y tristeza como para intentarlo de verdad.

Una vez estaban fuera los señores sacaron faroles y se guiaron por el bosque hasta un grupo grande de caballos. Dijeron algo en su idioma y todos excepto dos se quedaron a juntar a los animales.

Metieron a los niños en un carruaje de posta lo suficientemente grande como para que cupiesen dos adultos varones sin problemas. Delante habían atados cuatro caballos negros hermosos.

Cerraron de un portazo, lo cual sobresaltó a ambos y provocó que el más pequeño volviese a llorar. Lo sentó en sus piernas y lo abrazó, ocultándole sus lágrimas.

Eka tenía a su hermano mayor pero, él ya no tenía a nadie.

La única forma que tenía de saber que estaban pasando los días era cada vez que el sol escondía a la luna

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La única forma que tenía de saber que estaban pasando los días era cada vez que el sol escondía a la luna. No estaba seguro de cuántas veces fueron, había perdido ya la cuenta, lo que sabía es que no habían sido pocas.

Sus conversaciones mentales con la luna eran lo único que lo mantenía entretenido cuando lograba que su hermano durmiese.

¿Dónde estaban? No tenía idea alguna. Nunca había viajado tan lejos del castillo, estaba viendo nuevo mundo a través de esos barrotes. En el fondo deseaba que se hubiese dado de otra manera.

En una de las muchas paradas abrieron la puerta. Sujetó al más joven en brazos y bajó del vehículo, habían llegado a la costa.

Amaba la playa, había ido varias veces con sus padres a jugar con la arena o mojar sus pies. No dejaría que el recuerdo de ese día opacasen los buenos.

Suspiró cuando se dio cuenta de que aún quedaba mucho viaje por delante. Los esperaba una chalupa a vela, en la cual el aire meneaba la bandera de Goram.

Por muy joven que fuese, no era tonto. Sabía que habían robado la chalupa, no les pertenecía y eso le hizo sentir mal, igual que cuando a él le robaron su cochecito.

Subieron al vehículo de agua, adentro habían hombres con remos por si el viento no acababa siendo de mucha ayuda.

Y así emprendieron un segundo viaje, en el cual su hermano le sorprendió al no llorar tanto como en el primero. En su lugar, observaba el océano, el horizonte, casi hipnotizado.

Claro que, era un lugar nuevo para él, y para serlo estaba reaccionando bastante bien. Parecía que le gustaba.

Se acomodó en el suelo de la chalupa, decidió que dormiría por el resto del viaje.

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