𝐈.

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Dak miraba por la ventana de su habitación, apoyando su cabeza en sus manos.
Observaba atentamente y con algo de lástima hacia uno de los patios del castillo, donde se veían a niños persiguiéndose, riendo con todas sus fuerzas.

Uno de ellos tenía el brazo vendado y sujetado por un cabestrillo.

El pequeño niño pelinegro de tan sólo cuatro años aún estaba desarrollando sus poderes.
¡No era su culpa que por accidente le hubiese roto un brazo a su amigo!

Claro que no se lo merecía, pero él le había quitado su coche rosa de juguete favorito y no se lo quería devolver.

Su enfado se le había ido de las manos y ahora estaba castigado "injustamente" sin poder salir de la habitación por el resto de la tarde.

Tampoco es como si estuviese ansioso por hacerlo.
Esa mañana se había despertado llorando debido a una pesadilla que había tenido.

No había sido nada grotesco, tampoco la recordaba bien. Sólo recordaba los sollozos de su hermano de seis meses de edad, Eka, una habitación a oscuras y el miedo invadiendo sus venas.

Claro que su madre, Ysara, lo calmó todo lo que pudo afirmándole que sólo había sido un mal sueño y que todo estaría bien. Pero Dak había quedado con una sensación extraña en el cuerpo.

Con un suspiro pesado se bajó del taburete en el que se subía para poder abrir la ventana. Aún era muy bajito como para alcanzarla.

Se sentó en medio de todo el desorden de sus juguetes. Al menos tenía su cochecito, el cual empezó a mover hacia delante y hacia atrás, imaginando en su mente una carretera infinita con miles de curvas y obstáculos.

Entonces escuchó el toque en la puerta de madera del cuarto.

- Dak, cariño... Ya son las seis, vamos a prepararte.

Era su madre, quien siempre llevaba una dulce sonrisa en su rostro.

Sujetaba al hijo menor, dándole suaves palmadas en la espalda. Probablemente había terminado recién de darle el pecho.

Esa noche tenían la celebración del aniversario número 30 de Lorcan e Ysara siendo los reyes de Goram, empezaba a las nueve de la noche.

Miró con curiosidad el reloj de su pared.
Aún no sabía leerlo bien, pero la aguja no apuntaba al número ocho, que era la hora en la que su castigo terminaba, según su padre.

Dak la miró un poco confundido por ello, en lo que ella negó con la cabeza a sabiendas de lo que pasaba por su cabecita.

- Sé que no era tu intención causar lo de antes... Te enfadaste y es válido. Has aprendido de tu error, ¿verdad?

- Sí, mami. - Se levantó y corrió a su ritmo hacia ella, abrazando su pierna y sacándole una risa por ello.

Al separarse el niño fue, animado, hacia su armario. Era un pequeño cuarto dentro de su propia habitación, con ropa y zapatos por todas partes.

La mujer lo siguió por detrás y empezó a apartar la ropa colgada en perchas, pensando en qué ponerle.

Era otoño, por lo que se decidió por un abrigo tipo trench negro sobre su camiseta blanca, unas medias moradas bajo unos pantalones vaqueros negros con botones dorados y unos zapatitos de charol del mismo color que el abrigo.

Dejó en la cama a un Eka profundamente dormido, así yendo a ayudar a Dak a vestirse.

Después del outfit iba su pelo. Su hijo amaba jugar con éste, haciéndose colitas él solo o poniéndose coloridos accesorios de todo tipo.

Optó por hacerle dos trencitas a los lados de su cabeza. No tenía el pelo tan largo aún, pero era lo suficiente.

Al terminar, Dak fue a su mesita de noche y sacó una caja amarilla, que era donde guardaba clips, horquillas, coleteros...

Se apartó el flequillo de un sólo lado con un clip verde con purpurina, el cual al borde tenía el típico diseño de cerezas.

- Todo listo, mi bonito... Vamos a ir con papá a hablar de lo de antes, y después con Plir, ¿te parece bien?

Asintió contento. Plir era el nombre del niño con el que se había peleado por su cochecito. El mismo con el que ahora Dak dudaría en prestarle sus cosas.

Pero no le importaba, lo único que sí lo hacía era que su padre no continuase estando enfadado, no le gustaba. Aunque en el fondo sabía que lo perdonaría de todas formas.

Y claro que, así fue.

Verath. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora