╏𝘊𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 25 ⊰⁠⊹ฺ

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Una risa en el baño, haciendo al hombre soltar otra carcajada mientras agarraba un poco de jabón con sus manos y se la ponía al patito, haciendo a su hija reír en otra carcajada

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Una risa en el baño, haciendo al hombre soltar otra carcajada mientras agarraba un poco de jabón con sus manos y se la ponía al patito, haciendo a su hija reír en otra carcajada. Sus dientesitos, sus labios que se subieron en una sonrisa y sus ojos que comenzaron levemente a ocultarse entre sus mejillas, haciendo media luna.

Esos ojos que eran su luna, su sol, su vida. Satja volvió a acumular jabón entre sus grandes manos y volvió a ponerlo con cuidado en el cabello de su hija, haciendo que volviera a carcajear, sosteniendo el patito de hule que tenía el mismo jabón.

―¿Patoclo y yo nos parecemos? ―el hombre asintió, haciendo a su hija arrugar su nariz, y él mismo puso jabón sobre esa naricita ―¡Ponte a ti también!

―¿Yo?― apenas iba a agarrar leves burbujas pero la manita de su ángel fue la que terminó poniendo jabón en su nariz y mejillas, haciéndolo reir.

Su ángel. Satja abrazó a su hija mientras la cubría con la toalla y besó sus mejillas repetidas veces, sonoras veces, haciendo a Orm reír mientras se removía, atrapada entre la toalla rosa que la tenía.

Pasó del baño al cuarto de su bebé, teniendo que cruzar entre la sala, entre la sala donde estaba tumbada Malee en el sillón con la tele prendida, viendo algún programa, ida. Él puso la cabeza de su hija en su hombro mientras pasaba al cuarto, dejándola en la cama, comenzando a buscar el uniforme hasta que una voz lo detuvo.

―Papi, la maestra dijo que es tiempo de que nosotros nos cambiemos, recuérdalo ―habló, abultando sus labios, haciendo a Satja reír, asintiendo, sentándose en la cama mientras veía a Orm buscar entre sus cajones, de puntillas, las calcetas de su uniforme.

Sostuvo la almohada en sus piernas, volteando a la puerta cuando asumió que su princesa se estaba cambiando, y la escuchó cantar alguna canción alegre mientras se ponía el deportivo, haciéndolo sonreír.

Él sacó del closet un saco color negro mientras se peinaba en el espejo, donde veía a su hija elegir los libros y un juguete que alzó, esperando la aprobación de su padre para llevarlo. Él asintió, pasando el cepillo por su cabello ya lleno de gel. Una mañana regular, una mañana que lo llenaba de energía para seguir en su agotado día.

Satja sonrió, cepillando el pelo de su hija mientras tenía ligas de colores celestes en una mano y broches de figuras coloridas en la otra, una liga en su boca mientras pasaba el cepillo por los castaños cabellos de su princesa. Una vez acabó, la abrazó, volviendo a besar su cabeza.

Satja ahora se vió en el espejo, viendo su labio temblar mientras sostenía la misma liga celeste entre su mano. Sonó su nariz, se apoyó en el mueble, y ahí sollozó. No había sido fácil.

Los días en los que él, cegado por su horrible día, no pensaba y sólo llegaba a casa a quejarse, a ver al inútil de su hermano en la sala, aventando ese horrible olor de ajo que le hacía arrugar la nariz y querer echarlo de la casa cuanto antes, al ver la sala que su hija un día antes había organizado, llena de latas de cerveza.

El suspiró, apretando sus puños, viendo al idiota ese.

―Oye, recoge tu trasero organiza eso, Orm limpió todo ayer, aporta algo más en esta casa más que tu estúpido olor a ajo ―un empujón, haciéndolo fruncir su ceño, y lo que dijo hizo que su paciencia, agotada a menos cinco, explotara.

―¿De quién hablas? ¿De quién te abandonó o de la inútil que-

No pudo terminar porque tiró su maletín y con el puño cerrado, golpeó al hombre hasta dejarlo en el suelo, escupiendo sangre, y él mismo le tiró las latas de cerveza al cuerpo en el suelo. Limpió su nudillo con su camisa, suspirando.

―Limpia todo esto, y te juro que si vuelves a hablar así de Orm, si no te saco de la casa, te mato con mis propias manos, ¿Entendiste? ―el asqueroso olor a ajo inundó su nariz, pero lo amenazó con su puño cerrado de nuevo, haciéndolo retroceder ―Dije que si entendiste.

―S-si...

―Y mañana quiero tu parte aquí ―pasó a su cuarto, no sin antes pasar al cuarto de su hija para verla dormir.

¿Se había echado la culpa? Si, tantas veces. Por no haber estado más de cuatro horas en su casa más que para dormir, de seguro por haberle generado odio a su hermano, por no haber protegido a su pequeña.

No entendía por qué después de los trece años, cuando él, su hermano, y ella veían caricaturas juntos, pasó de insultarla y decirle frente a él tantas cosas, que lo hacía terminar con algún moretón en el ojo.

Satja lo entendió, años después, con un acta de detención y una confesión grabada que le hizo vomitar, que le hizo apretar sus puños, y echarse la culpa de nuevo, por haberlo dejado entrar. Él mismo se arrodilló frente a su hija, besando su mano, temblando.

El perdón que pensó que nunca llegó a merecer, el perdón que había soñado tantas veces que era negado, rechazado y hasta que su hija quería verlo muerto, Satja la abrazó. Las veces que había soñado que la podía abrazar, que podía ver su rostro, que la volvería a ver sonreír, esa sonrisa que no volvió a salir desde que tenía catorce años.

Satja vió fijo a su hija que reía ante la película de Disney, que reía. Sonrió el mismo, viéndola, apoyándose en su brazo. Una carcajada que le hacía sentir vivo, con una nueva razón para vivir. La misma sonrisa que veía a los nueve años, pero ya no era una niña. Su princesa había crecido, lo había hecho, pero sabía que en el fondo, seguía siendo esa niña de nueve años que seguía queriendo a papi.

Las marcas en sus brazos y nudillos, causadas por él, estaban siendo curadas por una crema de avellana que Orm le untaba cada que lo veía, diciéndole que era tan efectiva que ella no veía sus cicatrices ya.

Tal vez lo decía en mayor parte por su compañía, y ahí, Satja asintió, sintiendo que es verdad. No sabía si era verdad lo de la crema, pero si que su hija que buscaba curarlo de alguna u otra forma, hacía ver las cicatrices que le generaban rechazo por su pasado, a aceptarlas y sanarlas.

Un proceso que le ayudó, que le hizo saber aceptar mejor, porque tenían razón, vivir acompañado era mejor que afrontar todo solo. El sintió que ya pudo respirar, que ya pudo volver a ser feliz sin culpa. Dejó las palomitas en la mesa de la sala, se acercó a verla de frente, y sonrió.

Sostuvo el rostro de su hija, besó su frente, y la abrazó

―Gracias, mi ángel.

Gracias por devolverme la vida.

A ver, lloren (como yo la escribir) 😭❗

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A ver, lloren (como yo la escribir) 😭❗

Hasta la siguiente actualización mis preciosxs ❤️‍🩹💐❗

⋋⁠✿⁠ 𝙒𝙝𝙚𝙣 𝙩𝙝𝙞𝙨 𝙧𝙖𝙞𝙣 𝙨𝙩𝙤𝙥𝙨 ⁠✿⁠⋌   [LingOrm] [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora