Capítulo 8: Abyssus

61 11 3
                                    

Al otro día, Izuku despertó temprano esa mañana. La suave luz del amanecer se colaba por la ventana, y por un breve instante, se sintió en paz. A su lado, Kaziel dormía plácidamente, su pequeño cuerpo acurrucado en la cama. Era una sensación familiar, casi como despertar junto a Katsuki, pero algo en su interior sabía que, por más que sintiera esa conexión, no era él. Debía rescatar a su verdadero Kacchan.

Izuku se levantó con cuidado, sin querer despertar a Kaziel. Mientras caminaba hacia la cocina, trató de concentrarse en tareas cotidianas: preparar el desayuno, poner agua a hervir, buscar ingredientes. La calidez de esas rutinas le brindaba cierto consuelo.

Estaba rompiendo un par de huevos en una sartén cuando oyó el aleteo suave detrás de él. Kaziel, flotando a su lado, lo observaba con curiosidad, aún despeinando y somnoliento, con la inocencia que no correspondía a un ser con tanta sabiduría.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kaziel con su voz suave, mientras miraba los movimientos de Izuku y se rascaba los ojos.

—Preparando el desayuno —respondió Izuku con una sonrisa, tratando de aliviar la tensión que sentía en su pecho— ¿Tienes hambre? ¿Quieres algo?

Kaziel lo miró con un leve aire de confusión.

—Yo no como. No lo necesito.

Izuku asintió, no sorprendido, pero aún era extraño pensar que el pequeño ser celestial no compartía esas necesidades humanas básicas. Se giró hacia la sartén, continuando su tarea mientras la fragancia de los alimentos empezaba a llenar la cocina.

—Debe ser conveniente no tener que comer —comentó Izuku, con la intención de mantener la charla ligera.

Kaziel flotaba alrededor de la cocina, observando con ojos curiosos cada movimiento, aunque no comprendiera del todo el propósito de los utensilios o de los ingredientes que Izuku usaba.

—A veces es conveniente —dijo Kaziel, mientras daba pequeños giros en el aire— Pero hay cosas que ustedes los humanos experimentan que... nosotros no. Sentir hambre, la satisfacción de saciarla. Tal vez eso los hace más... vivos.

Izuku dejó escapar una risa suave y se encogió de hombros.

—Bueno, cuando tienes que comer todos los días, deja de parecer tan especial. Es solo... parte de la rutina. —Se quedó en silencio un momento, pensando en cómo hasta las cosas más mundanas podían ser importantes en medio de tanto caos. Entonces, cambiando el tono, agregó— Kaziel, ya que estamos hablando de cosas que no son humanas... Hay algo que me ha estado rondando la cabeza.

Kaziel dejó de flotar por un segundo, reconociendo que el tono de Izuku había cambiado a uno más serio.

—¿Qué cosa? —preguntó el ser celestial, acercándose un poco más, pero aún manteniendo esa inocencia en su expresión.

Izuku suspiró, dejando la espátula a un lado y apoyándose en la encimera. No sabía cómo hacer la pregunta sin sonar abrupto, pero lo necesitaba.

—Quiero saber más sobre... Belial. —La palabra salió con algo de cautela, como si el nombre tuviera peso propio— ¿Quién es realmente? ¿Por qué está tan enojado?

Kaziel bajó ligeramente la vista, como si la pregunta le hubiera traído un peso inesperado, una tristeza que no había mostrado antes. Se posó en el suelo, su expresión más seria que antes, y respiró profundamente antes de hablar.

—Belial... —empezó Kaziel, su voz volviéndose más grave, casi como si las palabras fueran difíciles de pronunciar— Fue un ángel, uno de los más nobles y bondadosos. Durante siglos, él fue un guardián de la humanidad, un defensor de su potencial, creyendo que los humanos podían ser buenos, que podían aprender y mejorar. Pero vio... demasiadas cosas.

Silencio Celestial Donde viven las historias. Descúbrelo ahora