05 - Alio - El guerrero entre dos dimensiones

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Oruddín, Continente de Veralis, cadena montañosa de Perewan, monasterio jinnxista

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Oruddín, Continente de Veralis, cadena montañosa de Perewan, monasterio jinnxista.


El aire frío se movía como una parvada desorientada aquella noche. No era que no estuviera acostumbrado. Peores fríos habían pasado en la región. Quizás era que estaba ansioso, pensando en el amanecer.


Viina, la última sacerdotisa de Sirjin había venido al monasterio hacía unas horas con noticias importantes. Justo las que él esperaba. Pero ahora no sabía si sería capaz de lo que se deseaba de él.


El paisaje nocturno desde el recinto siempre le había parecido imponente: las montañas boscosas se extendían a su alrededor rodeando los picos nevados, que brillaban como colmillos de plata azulada a la luz de la luna.

Esta noche no se podían ver las estrellas. Le pareció un anuncio de dificultades.

"Rescatar a un Dios, ¿eh?"-se dijo cerrando los ojos masajeando sus sienes-"...suena a una ridícula locura arrogante..."

Se sentó en unas losas sueltas y quebradas entre la hierba. Sus cabellos negros fueron acariciados por el viento.


¿Qué diría el Maestro Kganf de todo esto? Suspiró.


Recordó el momento en que había tenido que rociar con perfumes sagrados la pira dónde ardía su cuerpo inerte. Las llamas lo iban consumiendo mientras que diez de sus discípulos alrededor, de pie, lloraban en un relativo silencio. Había sido un magnífico instructor. Su fama de estricto y misterioso era tan solo superada por la de su amabilidad y destreza.

"Qué bueno que no tuvo que vivir lo de la estúpida quimera en expansión..."

El monasterio, que tiempos atrás hubiera llegado a albergar a más de setecientos monjes, ahora era solo una ruina apenas sostenida por tres jóvenes inexpertos. La creencia en Sirius Jinnx estaba agonizando. Durante años habían buscado alguna luz, pero había llegado hasta que la esperanza casi se había vuelto un recuerdo.


Sintió una leve vibración en su cuerpo.


-Alio, ¿estás bien?

Era Mungur, otro de los monjes, algo más joven que él y que llevaba la cabeza rasurada.


-Sí, Mung... todo bien... pero llegas en un momento que no te gustará: tal vez voy a salir de mi cuerpo...


La cara de Mungur se contrajo. -...No te creo...


-No es broma, acabo de...-y volvió a sentir su cuerpo vibrar, todavía más fuerte-...tener las señales...


-No, amigo, me voy..., no más fantasmas, por favor...


A Mungur le daba miedo ver los cuerpos estelares, pensaba que eran fantasmas. No estaba acostumbrado. Tenía la habilidad de ver más cosas que las personas comunes pero no le gustaba. Incluso le daba miedo ver el cuerpo estelar de Alio. La primera vez se había quedado inmóvil unos minutos e incluso -aunque no lo aceptaba- se había orinado un poco. A pesar de las explicaciones y racionalizaciones trataba de evitar la experiencia.


Había acertado en irse. El cuerpo de Alio vibró más y más hasta que observó, no sin asombro, que el mundo cambiaba de color. La oscuridad pasaba a ser turquesa por momentos, y el aire frío se transformaba en un suspiro cálido.


Vio con gusto cómo su piel, de un moreno de un brillo dorado, y sus ropas -al igual que sus accesorios- seguían siendo los mismos que había diseñado. Su voluntad se había mantenido en dicha dimensión: los frutos del entrenamiento seguían vigentes.

De inmediato, una extraña masa de lo que le parecieron muchos prismas de un rojo con tinte marrón se movió hacia él velozmente.

-¿Maestro... Kganf?-preguntó dudoso. Creyó sentir su presencia en ese ser.

Las piedras que ahora se erguían a manera de una flotante y gigante serpiente lo embistieron.

Alio dio un saltó hacia atrás, esquivándola. En su mente apareció la imagen de una guerra.

-Esto quiere pelear, ¿eh?...

Extendió su mano derecha mirando al horizonte astral. De inmediato apareció en ella una maza muy larga de diferentes tonos de azul.

Los prismas se reordenaron formando una suerte de esfera desigual que también se abalanzó sobre él. Tuvo que volver a esquivar con un salto, no le había dado tiempo de reaccionar con el arma.

La esfera se separó en cientos de lanzas que comenzaron a llover sobre Alio. La maza danzó en sus brazos como un remolino haciendo rebotar los proyectiles. El sudor bañaba las sonrisas de unos combatientes de algún universo lejano.

Pero desde el suelo los prismas se volvieron a unir en la cabeza titánica de una estatua: el rostro era justamente el de su maestro.

Alio no titubeó un instante, tras un altísimo salto y con la Maza Legendaria en ambas manos soltó un golpe igualmente de leyenda:


-¡Trueno diamantino!-invocó.


El horizonte se incendió por un instante. Un rayo plateado cayó en la cabeza que con su gran boca había atacado al monje. Los prismas salieron en todas direcciones sin ningún control mientras que un ruido atronador lo invadía todo.

Enfrente de él había una esfera de luz blanca que emitía una música serena. Parecía una canción de cuna. Algunas figuras de diferentes colores se movían al ritmo de la melodía alrededor de la esfera.

En la mente de Alio apareció el maestro Kganf, sonriente.

-Después de todo sí era usted, maestro... me hacía mucha falta una pelea estelar, gracias...-dijo alegre.

La cara del instructor se tornó en una escena en algún punto concurrido de una ciudad:

-¡Aléjate de mí, niño! Yo no entreno criminales-gritó Kganf al jovencito de ojos oscuros.
-Señor Maestro, por favor, ¡no tengo a dónde ir!-respondió aquel niño con voz aguda que se quebraba.

El monasterio apareció de pronto en algún verano años después.

-Alio, la Maza te ha elegido...
-¿Qué? ¿A mí por qué?-respondió el adolescente.
-Si no lo sabes tú, menos yo, cosa de Jinnx...-y rió con gusto.

Y entonces el joven monje vio una imagen doble de sí mismo: su cuerpo físico, con sus ropajes monacales morados y cafés, y su cuerpo estelar, en el que sus cabellos eran del color del rayo y sus ojos ardían en rojo.

Kganf le dirigió una sonrisa de orgullo paternal.

Alrededor de la esfera fueron regresando los prismas lentamente y formaron el arco de una puerta en esta ocasión.

El Maestro, en los pensamientos del joven, señaló hacia un cielo bermejo, cuyas nubes se arremolinaron formando el rostro del Dios Sirius.

-Lo sé... debo ir, y además, solo... Si no fuera una orden le pediría a usted que me acompañara, juntos tal vez tendríamos alguna oportunidad...

La mirada amarilla de Kganf infundió un mayor fuego en los ojos astrales del monje.

La maza se desvaneció, la esfera ascendió a la parte superior del portal y el joven cruzó la puerta.

+


Sintió el frío de la montaña otra vez, un monje y Viina se apresuraron a arroparlo con una manta. Mungur les había avisado de la situación.

El corazón de Alio latía con la felicidad del encuentro. De igual manera, como hierba que crece lenta pero segura, la incertidumbre y tristeza del soldado que irá al frente al día siguiente se hicieron manifiestas en su expresión.

Los preparativos del viaje cósmico iniciarían pronto.

Sirius Jinnx - Prólogo -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora