Sonó la campana que indicaba el final de las clases, así que me dirigí directamente a mi casillero. Dejé dentro los libros que no necesitaría llevar a casa. Mientras acomodaba mis cosas, noté de reojo que alguien se recargaba en el casillero de al lado, observándome con una sonrisa. No hacía falta mirar dos veces para saber que era Camille.
Hoy fui su guía en la escuela y, además, estuvo conmigo en todas las clases, siempre sentándose a mi lado. Nuestras conversaciones fueron breves y limitadas a temas de clases. Salí de mis pensamientos cuando escuché que carraspeaba para llamar mi atención. Instintivamente, volteé a verla.
—¿Sí? —respondí con frialdad. Sin embargo, ella no pareció darle importancia y me contestó con entusiasmo:
—Sé que apenas nos conocemos y que probablemente te sentiste obligada a mostrarme la escuela, pero como agradecimiento te traje esto —dijo, sacando las manos de detrás de su espalda. Al hacerlo, pude mirar que llevaba escondiendo ¿una flor?
Me quedé un poco desconcertada.
—La vi en el jardín trasero cuando salí a tomar aire fresco. Como el blanco simboliza gratitud, pensé que sería lindo dártela. Además, hace un bonito contraste con tu atuendo —añadió sonriente.
No podía creerlo. Jamás en mi vida alguien había sido tan amable conmigo, y ahora, una chica que apenas conocía me estaba regalando una flor. El día no podía ser más extraño. Tomé la flor casi por inercia y la observé detenidamente. Era preciosa. Tardé en reaccionar, hasta que ella volvió a hablar.
—Veo que te gustó —dijo sonriendo. Justo cuando iba a añadir algo más, su teléfono sonó. Ambas miramos hacia el sonido. Camille sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón y, al mirar la pantalla, su expresión cambió un poco.
—Bueno, tengo que irme. Nos vemos mañana —se despidió rápidamente, y antes de que pudiera decir algo más, se marchó. La seguí con la mirada hasta que desapareció por la puerta.
¿Qué fue todo eso? Cerré mi casillero y caminé rumbo al bosque. Seguía lloviendo, así que preferí trotar hacia casa. Durante todo el trayecto, repasaba lo que había sucedido hoy. Me sentía extraña, y sinceramente, no sabía cómo describir lo que estaba experimentando. Eran sensaciones que jamás había manifestado antes.
Llegué a una colina que debía subir, y de repente, algo cayó frente a mí, bloqueando mi camino. ¿Eran lobos? La intensidad de la lluvia me impedía identificarlo con claridad. Retrocedí instintivamente, pero resbalé con una roca mojada y caí, golpeándome la cabeza con una rama. Antes de desvanecerme, alcancé a ver la sombra de algo, o alguien, acercándose mientras decía mi nombre. Luego, todo se volvió oscuro.
Recuerdo haber intentado recuperar la consciencia. Sentí que alguien me llevaba cargada sobre su hombro. Seguía lloviendo, y continuábamos en el bosque. Volví a perder el conocimiento.
Desperté asustada, mirando a mi alrededor. ¿Dónde estaba? Poco a poco fui recobrando la consciencia, hasta que me di cuenta: estaba en... ¿mi cuarto? ¿Cómo demonios llegué aquí? Miré mi ropa. ¿En qué momento me cambié? Empecé a repasar todo lo que había sucedido. Recordaba correr, detenerme al ver... ¡los lobos! Pero, ¿qué hacían en esta zona?
Salí de mis pensamientos cuando escuché ruidos provenientes del piso de abajo. Instintivamente, bajé corriendo. Para mi sorpresa, era mi padre, que venía llegando del muro.
—¿Qué pasa? —me preguntó con tono seco.
—Nada —respondí nerviosa, aunque intenté sonar segura; el nerviosismo era evidente.
—¿Segura? Te ves más pálida de lo normal. ¿Estás enferma?
—No, para nada —esta vez respondí con más seguridad—. Solo quería bajar a... saludar, sí, eso —contesté rápidamente—. Voy a mi habitación —dije antes de subir corriendo de nuevo.
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La Prueba de Los Elegidos
FantasyEn un mundo donde los jóvenes descubren sus habilidades, ser uno de los elegidos significa participar en los Torneos, una competencia extrema para demostrar su dominio sobre tierra, aire, agua o fuego. Estos torneos no son solo pruebas de destreza...