—Al fin, terminamos con este martirio —dijo Camille mientras se estiraba. La forma en que lo hacía me parecía adorable.
—Creo que es momento de ir a casa.
—Claro, te llevo —respondí de inmediato—. Ya es tarde, ¿tus papás no te dirán nada si llegas a esta hora? —añadí, mirando con preocupación el reloj en mi muñeca.
—No te preocupes, ya le mandé un mensaje a mi padre avisando que llegaría tarde —respondió con calma mientras recogía sus cosas y las colocaba en su mochila. La observé durante unos segundos, fascinada por la delicadeza con la que hacía todo, como si cada movimiento suyo fuera cuidadosamente orquestado. Había una elegancia natural en ella, algo que me hipnotizaba.
Simplemente asentí y comencé a recoger los vasos y platos que usamos para comer.
—Ahora vuelvo, solo llevo esto a la cocina —dije, señalando los platos que llevaba en las manos—. Sin tardanza.
—¿Puedo usar tu baño? —preguntó rápidamente.
—Claro, está subiendo las escaleras, la primera puerta a la derecha.
—Lo tengo —respondió sonriente, dirigiéndose a las escaleras.
Mientras ella subía, aproveché para lavar los platos. Pasaron unos cinco minutos y Camille seguía sin bajar, lo que comenzó a preocuparme un poco. Subí rápidamente las escaleras, inquieta.
Cuando llegué, noté que la puerta del baño estaba abierta, lo que significaba que no estaba ahí. Al final del pasillo, la puerta de mi habitación estaba entreabierta. Mi corazón dio un vuelco. Avancé lentamente, sin hacer ruido, y al asomarme, ahí estaba Camille, inspeccionando mi cuarto, curioseando entre mis cosas. La escena me incomodó profundamente. Apenas la conocía, y estaba irrumpiendo en un espacio que consideraba mi refugio, mi lugar más personal.
— ¿Qué haces aquí? —pregunté, con un tono seco y frío. Estaba genuinamente ofendida por su intrusión. Nunca me había sentido tan violada en mi espacio personal.
—Ehh... y... yo... estaba... —Camille tartamudeaba, claramente avergonzada, pero en ese momento ya no me importaba su disculpa.
—Es hora de irnos, es tarde —dije, cortante, sin ganas de seguir con esa conversación. Me coloqué con la espalda contra la pared, dándole espacio para que saliera de mi cuarto. Camille, visiblemente apenada, salió sin decir una palabra. Cerré la puerta de mi habitación de un golpe brusco, aún sintiendo esa mezcla de decepción y enfado en mi pecho.
La seguía en silencio mientras bajábamos las escaleras. Tomé las llaves de la camioneta; A pesar de mi molestia, no iba a dejarla sola a estas horas de la noche. No sabía si vivía lejos o cerca, pero eso no cambiaba mi decisión de llevarla. Camille tomó sus cosas y caminó directamente hacia la puerta del garaje. Esta vez, no me molesté en abrirle la puerta. Simplemente subí a la camioneta y ella hizo lo mismo en el asiento del copiloto, en silencio.
Encendí el motor y comenzamos el trayecto hacia su casa.
—¿Puedes irme dando indicaciones? —pregunté secamente, sin mirarla.
—Sí... ve hacia la escuela, desde ahí te puedo explicar mejor cómo llegar —dijo en voz baja.
Un largo silencio llenó el aire, cargado de incomodidad. Después de unos minutos, Camille finalmente habló.
—Lo siento —murmuró, sin atreverse a mirarme directamente—. No deberías entrar a tu habitación. Sé que fue una invasión de tu espacio, no era mi intención hacerte sentir cómoda.
Apreté las manos en el volante, tratando de mantener la calma, aunque aún me sentía herida por su acción.
—Camille —respondí, con voz controlada—no es solo que entraras a mi cuarto. Es que... ese lugar es importante para mí. Es donde me siento segura. Y que alguien entre sin permiso, sin conocerme bien, es... difícil para mí.
Ella se movió en silencio, claramente afectada por mis palabras.
—De verdad, lo siento. —repitió en voz baja, con un tono genuino de arrepentimiento.
El resto del trayecto transcurrió en un silencio más llevadero. No estaba segura de si podría superar el incidente tan fácilmente, pero al menos Camille parecía comprender el error. Lo único que quedaba era dejar que el tiempo aclarara las cosas entre nosotras.
Al llegar a la escuela, Camille empezó a darme indicaciones, aunque, curiosamente, me dirigió hacia la zona más prestigiosa de la ciudad. Extrañada, seguí conduciendo hasta que nos adentramos en un área residencial que reconocí de inmediato. Si no me equivocaba, era donde vivía la gente de la Regencia, la élite que dirigía y coordinaba los esfuerzos de protección en nuestro mundo.
La miré, confundida, pero Camille se mantenía en silencio, encogida en el asiento del copiloto, con una expresión seria que no había visto en ella antes.
—Es aquí —dijo en voz baja cuando llegamos a la entrada de otra zona aún más exclusiva, flanqueada por un enorme portón. Un guardia se acercó a la camioneta, alumbrando con su linterna.
—Buenas noches, señoritas. Revisaré adentro si no les importa —dijo el guardia con amabilidad, y aunque no me incomodó, ya que no teníamos nada que ocultar, noté que a Camille le molestaba la situación.
—No es necesario, Fredyck —respondió de forma firme, sin un rastro de la dulzura que siempre usé conmigo. Al escuchar su tono, el guardia la ilumina con la linterna, y su rostro palideció.
—S-Señorita Zedock... —balbuceó, con evidente nerviosismo.
—Es amiga mía. Abre la puerta si eres tan amable —ordenó Camille, con una autoridad que me heló la sangre. Jamás la había visto comportarse de esa manera. Siempre había sido tan amable y sonriente conmigo que verla tan fría y dominante me resultaba inquietante.
—Inmediatamente, señorita Zedock —dijo Fredyck, haciendo una leve inclinación, como la gente hace ante la realeza.
¿Acaso era Camille una especie de princesa o alguien de linaje importante? ¿Por qué la trataban con tanta reverencia?
—Es al final de la calle—dijo, esta vez dirigiéndose a mí, con su habitual tono suave. La diferencia entre cómo le hablaba al guardia ya mí me dejó atónita, pero asentí y puse en marcha la camioneta.
Mientras avanzábamos por la lujosa calle, no pude evitar quedarme impresionada por el tamaño de las casas que había visto antes. A pesar de que mi propia casa era grande y cómoda, aquellas residencias eran enormes, con detalles arquitectónicos exquisitos y jardines perfectamente cuidados. A medida que avanzábamos, el paisaje se volvía más frondoso, y tuvimos que cruzar un pequeño bosque antes de llegar a una propiedad mucho más imponente que los demás.
La casa de Camille era simplemente deslumbrante, con una fachada señorial y un patio tan grande que fácilmente podría haber albergado varias casas como la mía. Tenía su propio camino privado y amplias zonas verdes que la separaban de las demás mansiones. Me quedé boquiabierta, intentando procesar la magnitud del lugar.
Camille me miró de reojo, como si supiera lo que estaba pensando, y esbozó una pequeña sonrisa, regresando por un momento a ser la chica amable y dulce que conoció. Pero algo en esa noche me hizo darme cuenta de que había mucho más en ella de lo que jamás imaginé.
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La Prueba de Los Elegidos
FantasyEn un mundo donde los jóvenes descubren sus habilidades, ser uno de los elegidos significa participar en los Torneos, una competencia extrema para demostrar su dominio sobre tierra, aire, agua o fuego. Estos torneos no son solo pruebas de destreza...