6.- Mudanza

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1862, Segundo Imperio Mexicano

Apenas había pasado una semana desde que el compromiso entre el mexicano y el austriaco había sido oficializado. Aun no conocía a los emperadores, pero si a su futuro esposo y su futuro hogar, el Catillo de Chapultepec.

El mexicano fue prácticamente obligado a abandonar su hogar para ir a vivir al castillo, realmente no era muy grande la distancia que había entre un lugar y otro, pero aun así las mudanzas nunca son algo sencillo.

"—Es por el bien del imperio, imagine lo que todas las naciones europeas pensarían si ustedes dos vivieran en lugares separados, eso mostraría baja confianza y una débil unión, lo que nos dejaría abiertos a ataques- Le comento uno de los conservadores mientras preguntaba el porque de la mudanza"

El mexicano había entendido bien los motivos, pero eso no lo ponía más contento, en realidad empeoraba su humor, ¿Por qué debía preocuparse de la imagen que mostraba un matrimonio que el no había pedido?

Empezó a desocupar su casa, juntando todo aquello que considerara importante, si bien no iba a dejar vacía su casa, sabia que no volvería por un tiempo, por lo que iba a llevarse todo lo esencial y aquello que le resultaba significativo.

Escucho pasos provenientes de la entrada, un poco alterado se acerco a ver.

—Oh, solo eres tu— La mirada del mexicano se ensombreció, y una mueca de disgusto apareció en su cara. —¿Cómo entraste?¿Que necesitas?

Austria se encontraba en la entrada un poco desconcertando observando todo a su alrededor.

—Vine a ver si necesitabas ayuda con la mudanza, ya me contaron la situación. Uno de los soldados me dio una replica de tu llave, perdón por irrumpir sin permiso.

El austriaco dio una pequeña reverencia a modo de disculpa.

—Hm, esta bien, pasa —El mexicano respondió bastante resignado. Pero el austriaco estaba animado, le agradaba la idea de serle de utilidad a su futuro cónyuge.

Empezaron a guardar algunas pinturas, eran pequeñas, en realidad demasiado, y parecían hechas por manos inexpertas, pero mostraban a un grupo de niños, el austriaco no pudo evitar preguntar.

—Son mis primos y hermanos— respondió con simpleza— La pintura la hizo un pintor que acababa de llegar a el país, ¿se nota mucho?

El mexicano observo el rostro analítico del austriaco que examinaba cada parte de la imagen, notando el mal manejo de luz, las partes desproporcionadas, los rostros inexpresivos, y el fondo simple, pero eso si, mucha hoja de oro adornando.

El mexicano rio ligeramente ante la vista de un austriaco tan juzgón, a su parecer.

—Lo se, no es necesario que respondas, tu cara habla sola— Austria se sonrojo de la vergüenza, el haber criticado con la mirada de tan mala manera era de mala educación— No te preocupes, a mi tampoco me gusta mucho, pero es de los pocos retratos familiares que tengo.

—Se ven...bien— El mexicano levanto una ceja y le pidió al austriaco explicarse— Bueno, no quiero sonar grosero, a lo que me refiero es que se ven felices, como una buena familia. Las cosas en Europa suelen ser algo pesadas, incluso dentro de tu misma familia...

El mexicano sonrió, claramente el austriaco no comprendía las dificultades que atravesaban todos sus primos en sus relaciones familiares, el mismo mexicano había entrado en conflicto con sus hermanos sureños hace ya un buen tiempo, pero decidió callar, la cara alegre de Austria lo hizo reconsiderar decir algo.

Así ambos decidieron seguir abriendo cajones, encontrando cosas lindas, cosas raras, cosas viejas, entre muchas otras. Pero cada objeto le parecía una maravilla al austriaco, y México se tomo la molestia de explicarle la historia y uso de cada uno de los objetos que iban encontrando.

—Este era un mapa de las diferentes castas durante mi periodo colonial, serbia para poner la raza de una persona en el acta de bautizo.

Dijo mientras mostraba las pequeñas pinturas.

—¿Y tu donde calificabas?

—Califico, señor Austria, que el sistema de castas se haya eliminado no quita lo que soy, y soy un mestizo.

El mexicano sonrió con orgullo, y el austriaco solo lo pudo ver con admiración, solía oír lo orgullosa que se sentía la gente de ser raza pura, pero México estaba feliz de no pertenecer a solo una, y eso le encantaba.

Siguieron levantando y clasificando cosas, el mexicano estaba aprovechando para deshacerse de baratijas que ya no usaría. Pero realmente no habían avanzado casi nada, ya que entre los relatos terminaron alargando demasiado su misión.

México hablaba sobre su país, su historia, su vida y su gente; y el austriaco, a su vez, le explicaba sobre su propio país, su continente, incluso llegando a contarle tonteras que hacia España. Eso era bueno, el mexicano no había oído mucho de su padre desde hace un tiempo y en asuntos que tuvieran que ver mas allá de la política.

El día había sido lindo, y eso lo reconoció el mexicano, estaba feliz. Al anochecer ambos se encontraban en el piso de una de las habitaciones del castillo, aun estaba vacía, esperando a ser decorada con lo que sus nuevos ocupantes estaban destinados a llevar a sus puertas. El mexicano estaba leyendo un libro que saco de una de las maletas del austriaco, era un libro sobre cocina germánica, iba a prepararle algo a su prometido como agradecimiento por la ayuda de ese día.

Por otro lado, el austriaco estaba leyendo un libro sobre historia de México, quería aprender lo máximo posible sobre su prometido, sabia que la mudanza no seria sencilla, para ninguno de los dos, pero al igual que México, quería que el palacio fuera la combinación de dos naciones completamente distintas para crear algo maravilloso. Quería que el mexicano lo conociera, a la vez que se sintiera cómodo.

Quería que el castillo fuera mas que el lugar donde vivirán, deseaba que fuera: un hogar.

Mas tarde los escoltas del austriaco fueron a buscarlo, para poder ver temas de negocios, pero al final decidieron dejarlo en paz, sobre todo al encontrarse con ambas naciones sentadas en el piso, con México recargando su cabeza en el hombro del austriaco, y el saco de este mismo cubriendo a ambos del frio.

Flufftober 2024 "Ausmex"Where stories live. Discover now