Pinceladas de velocidad || Ollie Bearman

III [El arte cotidiano]

Suddenly I see 

This is what I wanna be

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El día de mi graduación llego con una velocidad insospechada, como si el tiempo mismo hubiese decidido acortar los días entre mi llegada a Roma y este momento culminante. Lo había soñado innumerables veces, con la impaciencia de quien ansía lo inalcanzable; sin embargo, cuando el día al fin amaneció, la realidad se sintió volátil, como envuelta en un velo de irrealidad. Los primeros rayos del sol se colaban delicadamente por las cortinas de mi habitación en la residencia, y una calma solemne llenaba el aire, como si la propia ciudad comprendiera la singularidad de la ocasión. Permanecí unos minutos recostada, dejando que la emoción fuese inundando mi pecho lentamente, como una marea apacible pero irresistible. Mi corazón palpitaba con intensidad, y una mezcla de euforia y nerviosismo serpenteaba por mi cuerpo.

Me levanté y, tras una ducha breve, me senté frente al espejo. A medida que aplicaba el maquillaje con movimientos estudiados, mis ojos se encontraron con el reflejo de una persona familiar, pero distinta. Conservaba los mismos rasgos, el mismo cabello (Aunque ahora mas rubio), pero había en mi mirada una firmeza nueva, una certidumbre desconocida. Roma, en su magnificencia, me había transformado de maneras profundas e insospechadas; sus calles, sus monumentos, y ese aliento artístico impregnado en cada rincón habían forjado mi espíritu, dándome el valor para abrazar mis verdaderas pasiones.

El vestido que había elegido para la ceremonia era sencillo, pero poseía una perfección sobria, casi natural. Su suave tono marfil se ceñía a mi figura con elegancia sin caer en la ostentación tenía la largura suficiente para que se arrastrara y se ataba en el cuello con un pañuelo cuyas telas caían por mi espalda. Me sentía cómoda, y al mismo tiempo poderosa, como si aquella prenda representa, de algún modo, el arduo recorrido que me había traído hasta este instante. Mientras me lo ajustaba, un pensamiento fugaz irrumpió en mi mente: mis padres. Desde mi partida de Sicilia, nuestras conversaciones habían sido escasas; ellos siempre quisieron para mí un camino "más útil", quizás la medicina. Sin embargo, de pie frente al espejo, a un paso de alcanzar la meta que con tanta convicción había elegido, supe con certeza que esta era, sin duda, la mejor decisión de mi vida.

Al salir, el airede Roma me envolvió con la familiaridad de un abrazo. El sol brillaba con esplendor, y las calles rebosaban de vida, como cualquier otro día en esta ciudad que jamás cesa de vibrar. Alessia me esperaba en la esquina, su rostro iluminado de entusiasmo, con esa energía contagiosa que siempre la caracterizaba. Su abrazo me brindó una calidez reconfortante, disipando cualquier incertidumbre que pudiera quedarme.

—¡Hoy es nuestro día, ragazza! —exclamó, tomándome del brazo con efusividad mientras avanzábamos hacia la universidad.

El campus, tan transitado y familiar, hoy parecía transformado. A la entrada del auditorio principal se extendía una alfombra roja que adornaba el acceso a la ceremonia. A nuestro alrededor, los estudiantes, vestidos de gala, compartían miradas cómplices y saludos furtivos, cada cual emocionado por el vértigo de este instante. Las conversaciones oscilaban entre recuerdos y asombro por la fugacidad de estos años, como si aún costara creer que el final había llegado.

El auditorio, engalanado con guirnaldas y flores frescas, se inundaba de la luz que atravesaba los grandes ventanales, creando un ambiente casi mágico. Alessia y yo tomamos asiento en la sección reservada para los graduados. Mis ojos recorrieron cada rincón, intentando retener cada detalle en la memoria, como quien atesora un momento irrepetible. Aquel espacio había sido testigo de incontables horas de estudio, presentaciones y exámenes; pero hoy, se alzaba como el escenario de un cierre glorioso, de la culminación de una etapa y el comienzo de otra.