Capítulo 1: Encuentro en el Bar

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Era una de esas noches en las que no tenía planes, y en el fondo, tampoco tenía ganas de salir. El día había sido largo y agotador, y lo último que quería era estar rodeada de gente. Sin embargo, cuando alguien llegó con esa energía desbordante que parece contagiar, no pude resistirme. "Vamos a salir, vamos a ir a aquel bar que fuimos una vez", me dijo con insistencia. A pesar de mis reservas, la idea de salir a distraerme, aunque fuera por un rato, fue suficiente para que decidiera aceptar. ¡Fok! ¿Por qué no le hice caso a mi instinto? Sabía que no era el lugar en el que debía estar esa noche, pero ahí estaba, una vez más, sin saber que esa decisión marcaría un antes y un después en mi vida.

Llegamos al bar, y el bullicio, las luces parpadeantes y la música vibrante envolvían todo el ambiente en una atmósfera casi mágica. La música sonaba a un volumen que hacía que tu corazón latiera al ritmo de la melodía, y el aire estaba impregnado del aroma a cócteles recién preparados. Me senté en un banco alto, justo frente a la barra, un lugar estratégico que me permitía observar todo lo que sucedía a mi alrededor. A medida que me acomodaba, la euforia de la multitud se sentía palpable, pero yo me sentía desconectada, como si un vidrio invisible me separara de esa realidad efervescente.

Observaba a la gente moverse, reír y brindar, como si estuviera en otro mundo. Algunos se dejaban llevar por el ritmo de la música, mientras que otros intercambiaban historias y risas. Intentaba recordar por qué había aceptado salir esa noche, y mi mente vagaba entre pensamientos dispersos, llenos de dudas y reflexiones. Era un espacio lleno de vida, pero a mí me parecía un torbellino de sonidos y luces del que quería escapar. Sin embargo, lo que no sabía era que, en cuestión de momentos, mi mundo cambiaría para siempre.

Entonces, como si el destino hubiera decidido interrumpir mi monólogo interno, lo vi. No fue que lo buscara; simplemente apareció en mi campo de visión, como si hubiera sido convocado por mis pensamientos. Llevaba una camisa azul de manga corta que realzaba su figura, y desde el primer momento, su presencia era innegable. Entró al bar con paso firme y decidido, sin mirar a su alrededor, como si conociera cada rincón de aquel lugar. Al pasar justo a mi lado y adentrarse en la parte interna del lugar, detrás de la barra, pensé para mis adentros: "Seguro es alguien que tiene buenas relaciones aquí, alguien de confianza". Sin embargo, no tenía idea de lo que realmente se estaba gestando entre nosotros.

En ese momento, yo estaba inmersa en una conversación con un grupo de hombres que, sinceramente, no lograban captar mi interés. Sus temas giraban en torno a lo que poseían, a sus logros materiales y sus experiencias, cosas que, para ser honesta, no me interesaban en lo más mínimo. Yo dejaba claro, con una actitud despreocupada, que esas cosas no eran lo que me llenaban ni me atraían en un hombre. Era una charla que me aburría, pero me mantenía firme en mi postura, tratando de mostrarme educada mientras me ahogaba en mi propia frustración.

De repente, noté que él, el hombre de la camisa azul, se había acercado lo suficiente para escuchar lo que decía. Al parecer, mi opinión le resultó interesante, porque sin pensarlo dos veces, se unió a la conversación para compartir su propio punto de vista. Su intervención fue directa, clara, y desde el primer momento captó mi atención. No solo por lo que dijo, sino por cómo lo dijo. Había una seguridad y una claridad en sus palabras que rompieron con la monotonía de la charla.

A medida que hablaba, la conversación cambió de rumbo. Lo que había sido un intercambio superficial se transformó en algo más profundo y auténtico. De repente, los temas vacíos de la conversación anterior se desvanecieron, dando paso a ideas y reflexiones que resonaban con mis propias inquietudes. Disfrutaba cada palabra que salía de su boca, cada idea que planteaba. Su forma de ver el mundo era refrescante y estimulante, y en un instante, me di cuenta de que no era como el resto de los hombres allí. Pero, ¿sería esto el principio de algo inesperado?

La chispa de la conexión se encendió en el aire, y, por un momento, el bullicio del bar se desvaneció a mi alrededor. Todo lo que importaba era esa conversación, ese intercambio de ideas que nos unía. Mientras hablaba, sus ojos brillaban con una intensidad que me atrapaba, y sentí que cada palabra que decía resonaba en un rincón de mi ser que había estado dormido durante demasiado tiempo. No podía evitar sonreír, fascinada por la forma en que se expresaba, la pasión que mostraba al discutir sus puntos de vista. Sin embargo, algo dentro de mí sabía que este momento perfecto no podía durar para siempre.

Era una conversación que no quería que terminara. Por primera vez en la noche, me sentía conectada, cómoda, casi como si el tiempo hubiera decidido detenerse. Pero, como siempre, la realidad tiene su propio ritmo, y pronto la persona que me había llevado hasta allí, esa misma que había insistido tanto para que saliera, me miró y me dijo que quería irse. En ese instante, sentí un pequeño nudo en el estómago, un peso inesperado que me bajó la energía de golpe. Por dentro, pensaba: ¡Maldición! ¿Ahora? ¿Justo ahora que me siento tan cómoda? Dios mío, ¡no quiero irme!

Pero claro, no podía decirlo. No podía expresar lo que realmente estaba sintiendo, esa mezcla de sorpresa y emoción que se había apoderado de mí. Así que simplemente sonreí, como quien acepta lo inevitable, y asentí con la cabeza. Estaba atrapada en una especie de contradicción interna. No quería parecer descortés con mi acompañante, pero tampoco quería marcharme. Cada fibra de mi ser me pedía quedarme un poco más, seguir esa conversación, profundizar en esa conexión que se había gestado de forma tan espontánea. Sin embargo, una pregunta retumbaba en mi mente: ¿Qué pasaría si me marchaba sin obtener su número?

Mientras me ponía de pie, mi mente era un torbellino de pensamientos. Me debatía entre el deseo de prolongar el momento y la necesidad de mantener mi compostura. ¿Y ahora qué hago?, me repetía una y otra vez, sabiendo que el tiempo se agotaba. En mi interior, había una voz que me empujaba a hacer algo fuera de lo común, algo que, sinceramente, no solía hacer. De repente, sin darle más vueltas, dejé a un lado la vergüenza y, sin pensarlo demasiado, me acerqué a él.

A pesar de que no era mi estilo pedir el número de alguien, algo en ese momento me dio el valor para hacerlo. Las palabras salieron de mi boca con una naturalidad que me sorprendió: "¿Me darías tu número?". No podía creerlo, había roto una de mis propias reglas no escritas, pero en ese instante, todo lo demás dejó de importar. Lo vi sonreír, con esa mezcla de sorpresa y complicidad que confirmó que había tomado la decisión correcta. Me dio su número, y aunque mi corazón latía acelerado, traté de mantener la calma. Pero, ¿realmente podría confiar en que esto no era solo un momento pasajero?

No sabía lo que pasaría después, pero lo que sí supe en ese momento fue que no podía dejar que esa conexión se desvaneciera tan fácilmente. Con su número guardado en mi teléfono, sentí una especie de alivio. Era como si, de alguna forma, el destino me hubiera dado una segunda oportunidad para seguir descubriendo lo que había comenzado esa noche.

Me marché del bar con la sensación de que algo importante había sucedido. Y aunque no era de hacer ese tipo de cosas, ese pequeño acto de valentía —pedir su número— fue el primer paso hacia lo que, sin saberlo aún, sería una historia que cambiaría mi vida. Pero, ¿qué me depararía el destino al día siguiente?

Lo que nunca te dije, pero siempre sentí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora