Capítulo 5: Un Refugio Propio

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Los días pasaban, y entre mis citas de trabajo y su mundo de motos, cada vez sentía que Elías y yo estábamos más cerca. Su pasión por restaurar motos me fascinaba. Podía pasar horas ensamblando cada pieza con la misma paciencia y precisión con la que alguien compone una obra de arte. Era increíble verlo transformar algo destartalado en una máquina impecable, como si reparar cosas fuera también su forma de sanar.

Habían noches que se quedaba en mi casa, pero nunca me pedía nada. Simplemente, una noche se quedaba, y luego otra. Hasta que un día, mientras estábamos en la sala de la casa, me hizo una confesión que me dejó pensando.

—No siempre me quedo en casa de mi mamá —dijo en voz baja—. A veces, cuando no tengo dónde ir, duermo en cualquier mueble del bar.

Sus palabras me golpearon más de lo que esperaba. Imaginarlo pasando las noches solo, buscando un rincón donde acomodarse, me llenó de tristeza.

Poco después me comentó en el bar hay un lugar donde puedo adecuarla como una habitación.

—Voy a poner una cama y adecuar todo para que parezca mi oficina. Nadie sube ahí, así que será perfecto —me explicó.

Él se encargó de todo por su cuenta, pero durante las compras en IKEA me enviaba fotos preguntándome qué me parecían las opciones.

—¿Qué opinas de esta mesita? ¿Y esta cama? —me preguntaba por mensaje.

Me gustaba participar en los detalles, aunque fuera a distancia. Podía notar su entusiasmo en cada mensaje, y me hacía feliz verlo así. Sabía que no se trataba solo de decorar una habitación; estaba creando un lugar donde pudiera sentirse bien, donde pudiera ser él mismo.

Cuando finalmente terminó, me invitó a verla. Fuimos al bar después del cierre, y me llevó a la parte superior, donde estaba el cuarto. Al abrir la puerta, me quedé sin palabras.

La habitación estaba espectacular. La cama se veía cómoda y perfecta para desconectarse al final del día. Frente a ella, una televisión enorme colgaba de la pared. Había banquitos elegantes junto a una mesa pequeña, que le daban al espacio un aire acogedor. El baño, completamente renovado, tenía una ducha impecable y toallas nuevas dobladas con cuidado.

—¿Te gusta? —me preguntó, con esa sonrisa discreta que solo aparecía en momentos especiales.

—Me encanta, Elías. Está espectacular. Lo dejaste perfecto.

Él asintió, satisfecho, pero sin alardear. Lo conocía lo suficiente para saber que esa habitación era mucho más que un cuarto: era su refugio. Un lugar donde, como con sus motos, había logrado armar algo desde cero. Y en ese momento, entendí que este espacio no solo era para él; era una pieza más en el rompecabezas de su vida, un recordatorio de que siempre podía volver a empezar.

Me sentí afortunada de ser parte de ese proceso, aunque fuera de manera indirecta. Mientras recorríamos juntos la habitación, me di cuenta de que, así como él había encontrado un lugar propio, yo también había encontrado uno en su vida.

Lo que nunca te dije, pero siempre sentí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora