Capítulo 3: Una Obsesión Silenciosa

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Me desperté tarde ese día. Apenas había dormido, después de haberme acostado a las 5:20 de la madrugada, pensando en todo lo que había pasado. Las dudas seguían ahí, latentes. ¿Volvería a suceder? ¿Lo volvería a ver? Con los ojos aún pesados por el sueño, tomé el teléfono de la mesita de noche. Y entonces, ahí estaba: un mensaje de Elías. No podía contener mi emoción.

¡Sí, me había escrito! ¡Quería saber de mí! Sonreí, incapaz de explicarme lo contenta que me hacía sentir ese simple gesto.

Me duché rápidamente, todavía con una sonrisa en los labios, mientras me preparaba para ir a la oficina. Tenía varias citas programadas para mostrar apartamentos, pero, afortunadamente, las había agendado tarde. De no ser así, no habría podido descansar lo suficiente. Ser asesora inmobiliaria me daba la libertad de organizar mi horario, lo que era perfecto para permitirme esas salidas nocturnas sin preocupaciones.

A lo largo del día, mientras atendía a los clientes, mi mente volvía a Elías. Cada vez que tenía un momento libre, revisaba mi teléfono, esperando otro mensaje suyo, ansiando esa pequeña chispa que hacía que todo lo demás pareciera más fácil de llevar. Era como si cada palabra que compartíamos alimentara una obsesión que no podía controlar.

No podía dejar de pensar en él. Cada mañana, lo primero que hacía era revisar mi teléfono, esperando ese mensaje que hacía que el día tuviera sentido. Si pasaba una hora sin saber de el, mi mente se llenaba de inquietud. ¿Qué estaría haciendo? ¿Por qué no había escrito aún?

Empecé a visitarlo regularmente en su bar, un lugar que poco a poco se convirtió en nuestro punto de encuentro. Me sentía un poco rara, ya que las personas podían pensar que era yo quien quería estar ahí porque sí, pero la verdad es que siempre era él quien me invitaba. Incluso los viernes, cuando el bar estaba lleno, el disimulaba si notaba que alguien me miraba demasiado.

Trataba de marcar territorio conmigo, y aunque nunca se lo decía, me encantaba que lo hiciera. Me volvia loca cuando llegaba, me besaba, y esos besos, cada vez más profundos, me hacían perderme.

Recuerdo uno de esos viernes en particular. Estaba en el bar, y cuando el me vio desde lejos, caminó hacia mí como si no hubiera nadie más. Me besó, y mi corazón comenzó a latir más rápido. No podía evitarlo, en mi mente se desataba una serie de pensamientos. "Dios mío, me encanta. ¿Qué me pasa con él? ¡Me vuelve loca!". No podía apartarlo de mi cabeza, ni de mi corazón.

Durante los primeros días, nuestro tiempo juntos consistía en compartir largas noches entre risas y tragos. Era nuestro ritual. Nos reíamos de cualquier cosa, brindábamos por todo y por nada, mientras el mundo seguía girando a nuestro alrededor. Y aunque ahora me parece increíble cómo podíamos pasar tantas horas así, en ese momento lo disfrutaba como si fuera lo único que importara.

Con el paso del tiempo, sin darme cuenta, esos encuentros se convirtieron en algo más que simples salidas. Era como si cada copa, cada conversación, nos uniera más, pero sin que ninguno de los dos se atreviera a reconocerlo en voz alta.

Y entonces llegó esa noche. El bar ya había cerrado, las luces estaban apagadas, y el silencio reinaba. Nos quedamos solos en un rincón oscuro, apenas iluminado por la luz de una vieja televisión que parpadeaba en la distancia. Había dos sofás desgastados, pero el ambiente era tan íntimo que podría haber sido cualquier lugar del mundo. Nos sentamos juntos, al principio hablando en voz baja, pero la tensión entre nosotros era innegable.

Elías me abrazó, y sentí su calor envolverme. Sus manos recorrieron mi espalda, atrayéndome hacia él, y cuando sus labios rozaron los míos, todo cambió. Lo que comenzó como un beso suave se transformó rápidamente en algo más profundo, más intenso. Su boca sabía a deseo, a una urgencia que compartíamos sin decir palabra.

Sus manos bajaron lentamente, desabrochando mi pantalón, cada movimiento calculado para encender mi piel. Mi respiración se volvió errática mientras su toque me hacía perder la noción de todo lo que no fuera él. "Dios, no puedo detenerme", pensé. Mi cuerpo lo pedía, lo ansiaba.

Me subi sobre él, sintiendo su cuerpo reaccionar bajo el mío, y lo besé con una pasión que nunca había conocido. Sus manos encontraron mi piel desnuda, recorriéndola con la habilidad de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Mi mente era un torbellino, llena de un único pensamiento: "Lo quiero, lo necesito".

Sus dedos desabotonaron mi camisa, y antes de que me diera cuenta, la ropa había desaparecido.
Nuestros cuerpos se buscaban, se encontraban, y la urgencia de cada caricia nos llevaba más lejos.
Todo lo que éramos, todo lo que habíamos contenido, estallaba en ese momento. Ya no había vuelta atrás.

En medio de la locura, en medio de aquella tormenta de deseo, él tuvo la claridad de buscar protección. Un acto sencillo, pero que me hizo desearlo aún más. Y entonces me dejé llevar por completo. Cada movimiento, cada beso, cada susurro era una chispa que avivaba el fuego entre nosotros. No había nada más. Solo él. Solo nosotros.

Me sentía en las nubes, flotando entre el placer y la necesidad. No podía contenerme. "Esto es lo que quiero, lo quiero a el", repetía mi mente mientras nuestros cuerpos seguían ese ritmo imparable, un ritmo que habíamos esperado sin darnos cuenta.
Nada volvería a ser igual después de esa noche.
Nuestros cuerpos se movían en un ritmo frenético, sin pensar en nada más que en el momento, en el fuego que ardía entre nosotros. Sentía su respiración entrecortada contra mi piel, y cada vez que se hundía más en mí, todo lo demás desaparecía. Lo único que existía era él, cada vez más profundo, cada vez más intenso. El sudor comenzaba a recorrer nuestros cuerpos, mezclándose en una danza silenciosa, como testigo de lo que estábamos viviendo.

Mis manos se aferraban a el como si pudiera detener el tiempo. Lo deseaba más. Lo quería más profundo, más dentro de mí, como si nunca fuera suficiente. Su piel caliente se deslizaba contra la mía, y ambos nos dejábamos llevar por ese deseo incontrolable, hasta que finalmente llegamos al éxtasis juntos, como una ola que nos arrasó por completo. Sentí su cuerpo tensarse mientras el mío se deshacía en mil pedazos, un instante eterno donde el placer lo consumía todo.
Ambos jadeábamos, atrapados en el momento, empapados en nuestro propio sudor, aún temblando por lo que acababa de suceder.

Nuestras miradas se encontraron, y durante unos segundos, no hubo palabras, solo el reconocimiento silencioso de lo que habíamos compartido. Todo había sido salvaje, intenso, y al mismo tiempo, perfecto.
Pero entonces, como un golpe repentino de realidad, me di cuenta de dónde estaba. "¡Oh, Dios mío!", pensé, sintiendo una mezcla de adrenalina y nervios. Necesitaba vestirme rápido, como si el tiempo hubiera vuelto de golpe y yo fuera consciente de la locura que acabábamos de vivir.

Me apresuré a recoger mi ropa esparcida por el suelo, vistiéndome con manos temblorosas. Mi mente era un torbellino, pero el, mientras tanto, se recostó ligeramente, con esa sonrisa suya, satisfecha, como si todo hubiera salido según lo previsto.

—¿Estas bien? —preguntó el, divertido, como si todo fuera parte de algún juego que solo él entendía.

No respondí. En su lugar, me giré rápidamente, casi tropezando con la puerta, y salí corriendo hacia el baño. Necesitaba un momento para procesar todo lo que acababa de ocurrir. Cerré la puerta detrás de mí, apoyándome contra ella mientras intentaba recuperar la respiración. Mi reflejo en el espejo me devolvía una mirada sorprendida, como si yo misma no pudiera creer lo que acababa de hacer.

Apoyé las manos en el lavabo, con el corazón todavía desbocado. "Esto... esto fue una locura", me repetía en silencio, intentando darle sentido a la avalancha de emociones que sentía. Pero, aunque el nerviosismo aún vibraba en mi pecho, una pequeña sonrisa se asomó en mis labios. Porque, en el fondo, sabía que lo volvería a hacer Una y otra vez. Porque lo quería. A él.

Salí del baño y lo vi sonriendo, una expresión relajada en su rostro. "¿Te gustaría algo? ¿Ver una serie o una película?" preguntó, su tono casual ocultando la tensión que aún flotaba
entre nosotros. Entonces, como si leyera mis pensamientos, sugirió: "¿Y si nos quedamos aquí?" Mi mente estalló de preguntas: ¡qué locura! Pero, a pesar de la confusión, acepté. Nunca había vivido una experiencia así, y algo en mí se sintió intrigado. ¿Por qué aquí? ¿Por qué no en su casa? ¿Qué estaba pasando realmente? Sin embargo, decidí no darle demasiada mente a esas inquietudes. Nos acomodamos en los sofás, dejando que la noche se deslizara suavemente sobre nosotros, sin darnos cuenta de que había un mundo lleno de secretos esperando ser descubierto.

Lo que nunca te dije, pero siempre sentí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora