Capítulo 8 - Confusión entre copas

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Llegué al bar con un vestido corto y ajustado, pensando en seducir también a mi hombre. Al entrar, me sorprendió la cantidad de personas. La oferta especial había dado resultado. Entre la multitud, vi a Elías acercarse con su sonrisa medio cómplice.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó con naturalidad.

—La sangría de la oferta —respondí, guiñándole un ojo.

Elías me sirvió una copa, y esa noche fui acompañada por Maigualida, una amiga con quien compartimos las primeras rondas. Las horas fueron pasando, y la sangría empezó a hacer efecto. El ambiente se encendía; la música subía de volumen y todos se entregaban al momento. Maigualida comenzó a bailar como si el mundo no existiera, y pronto conocimos a un amigo de Elías con quien también nos pusimos a bailar.

Riendo y moviéndonos entre el bullicio, cambiábamos de pareja como si la pista fuera nuestra. Bailé un rato con el amigo, luego Maigualida hizo lo mismo. En un momento de descuido, arrastré a Elías hacia un rincón escondido y le di un beso rápido, sintiendo la emoción del secreto.

—Nadie tiene que saber —le susurré antes de perderme otra vez entre la multitud.

Maigualida, ya borracha, se tambaleaba hacia la salida.

—¡Quiero irme ya! —me dijo con la lengua medio trabada.

Justo en ese momento llegó su novia, una chica con la que mantenía una relación en secreto. Le pedí que la ayudara, pero Maigualida estaba tan mal que no podía conducir. Terminó quedándose dormida en su carro, con el motor todavía encendido.

Corrí hacia la ventana y comencé a golpear el vidrio.

—¡Ey! ¡Ey! ¡Despierta! —le gritaba, preocupada.

Su novia me aseguró que la llevaría a casa, así que accedí y me quedé con el auto de Maigualida, prometiendo devolvérselo al día siguiente. Volví al bar, donde el ambiente seguía encendido, y decidí seguir disfrutando de la noche sin preocuparme demasiado.

A la mañana siguiente, el sol ya se filtraba por las ventanas cuando desperté. Me moví entre las sábanas y descubrí que había amanecido con Elías a mi lado. Apenas podía recordar cómo había terminado la noche, pero no tenía tiempo para averiguarlo: el reloj avanzaba más rápido de lo que esperaba, y debía salir corriendo para llegar al trabajo.

Más tarde, Maigualida pasó a buscar su carro. No había vuelto a su casa; se había quedado con su novia. Le entregué las llaves a la chica y me dirigí rápidamente hacia las citas que tenía programadas con unos clientes. El trabajo siempre me ayudaba a despejar la mente, pero esa mañana todo se sentía distinto.

Estaba en medio de una conversación cuando mi teléfono vibró. Miré la pantalla y vi un mensaje de Elías. Pensé que sería un comentario travieso sobre la noche anterior, pero no.

Elías:
La verdad, pienso que es mejor que mantengamos una distancia entre nosotros. Las puertas del bar siguen abiertas, no hay problema con eso. Si necesitas asistencia con el carro o cualquier otra cosa en la que pueda ayudarte, cuenta conmigo, pero hasta ahí.
Y para que sepas, y lo tengas presente, no todo el que te parece bobo es bobo.

Leí el mensaje una, dos, tres veces. Me quedé atónita. ¿Qué? ¿De qué estaba hablando? No entendía nada. Mi mente empezó a repasar cada detalle de la noche anterior, pero no encontraba ninguna razón para ese cambio tan brusco.

—¿Todo bien? —preguntó el cliente, notando mi desconcierto.

—Sí, disculpa... Todo en orden —mentí con una sonrisa automática.

Pero por dentro, todo se desmoronaba. ¿Qué hice mal? ¿Qué quiso decir con eso de "no todo el que parece bobo es bobo"? Elías siempre había sido serio y reservado, pero esto... esto no lo había visto venir.

La incertidumbre me pesaba más que cualquier resaca. ¿Había cruzado un límite sin darme cuenta? ¿O era él quien había decidido cortar todo sin explicación? Dejé el teléfono sobre la mesa y traté de enfocarme en la conversación con el cliente, pero mis pensamientos seguían atrapados en ese mensaje enigmático.

Lo que nunca te dije, pero siempre sentí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora