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Su mano permaneció bajo la mía, inmóvil pero cálida, como si ese simple contacto fuera suficiente para contener todo lo que no nos atrevíamos a decir. El tiempo pareció detenerse de nuevo, y por un instante me olvidé del bullicio a nuestro alrededor, del pasado que nos separaba, y del futuro incierto que colgaba entre nosotros.

"Siempre me pregunté..." comenzó él, pero se detuvo, inseguro. Lo vi tragar saliva, como si las palabras fueran difíciles de decir.

"¿Qué?", susurré, inclinándome un poco más cerca, apenas consciente de que mi corazón latía con fuerza, esperando lo que iba a decir.

"Siempre me pregunté si las cosas hubieran sido diferentes... si nosotros..." Se interrumpió de nuevo, buscando las palabras correctas, pero no había necesidad de que continuara. Yo sabía exactamente lo que quería decir, porque lo había pensado innumerables veces.

Nos quedamos así, atrapados en esa posibilidad no dicha. Las palabras "si nosotros..." flotaban en el aire, llenas de todos los caminos que no tomamos, de todas las decisiones que nos llevaron a este momento, donde todo parecía posible y a la vez tan complicado.

"Yo también me lo pregunté", admití finalmente, mi voz apenas un susurro, temiendo romper el frágil equilibrio que habíamos creado.

Él suspiró, una mezcla de alivio y nostalgia en sus ojos. "A veces pienso que quizás no estábamos listos, que teníamos que vivir nuestras propias vidas antes de entender lo que teníamos."

Sus palabras resonaron en mí de una manera que no esperaba. Tal vez tenía razón. Tal vez el tiempo que habíamos pasado separados, con nuestras propias batallas y errores, nos había moldeado en lo que éramos ahora. Pero aún así, no podía ignorar el "qué si..." que seguía latiendo en mi mente.

"¿Y ahora? ¿Estamos listos ahora?" Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera detenerme. No sabía de dónde había sacado el valor para decirlas, pero una vez dichas, no había marcha atrás.

Él me miró profundamente, como si estuviera considerando todas las posibilidades, todos los riesgos. Finalmente, su mano apretó la mía con suavidad, un gesto pequeño pero cargado de significado.

"No lo sé", respondió honestamente, su voz suave pero firme. "Pero creo que esta vez, estoy dispuesto a averiguarlo."

Y ahí, en medio del caos del mundo que seguía girando a nuestro alrededor, supe que habíamos llegado a un punto de no retorno. El pasado nos había traído hasta aquí, y aunque el futuro seguía siendo incierto, por primera vez en mucho tiempo, estaba dispuesta a enfrentar lo que viniera, sin mirar atrás.

Nos quedamos en silencio, pero esta vez no había incomodidad, solo la certeza de que algo había cambiado. El pasado, con todas sus heridas y dudas, parecía desvanecerse lentamente, dejándonos solo con el presente y una nueva posibilidad.

Apreté su mano, sintiendo el calor y la fuerza en ese gesto. No necesitábamos más palabras en ese momento. Su presencia, su cercanía, lo decía todo. Pero, a pesar de esa conexión silenciosa, el miedo seguía allí, una sombra al acecho, recordándome que abrir esa puerta podría traer tanto alegría como dolor.

“¿Te quedarás mucho tiempo?”, pregunté, mi voz temblorosa, rompiendo el hechizo del momento.

Él me miró con una expresión que no podía descifrar del todo. “No lo sé. No tenía planes concretos… hasta ahora.” Sus palabras tenían un peso diferente, como si implicaran más de lo que parecía a simple vista. Como si él, al igual que yo, estuviera debatiéndose entre quedarse o marcharse, entre arriesgarse o seguir adelante con su vida sin mirar atrás.

“Siempre fuiste así”, dije con una pequeña sonrisa, recordando cuánto había admirado su capacidad para vivir sin un plan fijo, dejando que la vida lo sorprendiera. Yo, en cambio, siempre había sido la que necesitaba un mapa, una dirección, una certeza de hacia dónde iba.

Él rió suavemente, inclinándose un poco más cerca, hasta que pude ver las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, señales de los años que habíamos pasado separados. “Y tú siempre tuviste todo bajo control… hasta que te conocí.”

Nos reímos juntos, una risa ligera, como si el peso de todos esos años finalmente comenzara a disiparse. Pero aún sentía la pregunta en el aire, suspendida entre nosotros. ¿Qué haríamos ahora? ¿Sería suficiente ese reencuentro para borrar todo lo que había quedado en el pasado?

“Quiero verte de nuevo,” dijo de repente, su voz más seria ahora, mirándome con esa intensidad que siempre había tenido. “No sé qué va a pasar… ni si esto es lo correcto. Pero no quiero que este sea el final.”

Mi corazón dio un vuelco. Las palabras que había temido y deseado escuchar estaban ahí, flotando entre nosotros, ofreciéndonos la oportunidad de algo más. De algo que habíamos dejado inconcluso.

“Yo tampoco quiero que sea el final,” respondí, casi en un susurro. Era una promesa silenciosa, una rendición a lo que siempre habíamos sabido, pero que nunca habíamos tenido el valor de enfrentar.

El mundo a nuestro alrededor comenzó a moverse otra vez. La gente pasaba, las voces llenaban el espacio, y el tiempo, que antes parecía suspendido, retomaba su curso. Pero nosotros estábamos ahí, de pie, en medio de todo, con la sensación de que, después de todo, tal vez sí podíamos encontrar un nuevo comienzo.

Nos miramos una última vez antes de soltar nuestras manos, no con despedida, sino con una promesa tácita. No sabíamos qué iba a pasar, pero ambos estábamos dispuestos a descubrirlo, juntos.

El Susurro De Los Amores Imposibles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora