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Esa noche, mientras caminaba hacia casa, mis pensamientos giraban sin cesar. El aire fresco me ayudaba a calmarme, pero no podía dejar de imaginar lo que vendría. Habíamos abierto una puerta que había estado cerrada durante años, y aunque una parte de mí se sentía expuesta y vulnerable, otra parte —una mucho más pequeña pero persistente— estaba emocionada.

Al llegar a mi apartamento, el silencio me recibió como un viejo conocido. Era el mismo espacio en el que había construido mi vida después de él, con muebles elegidos con cuidado, cada rincón ordenado de acuerdo con la nueva persona en la que me había convertido. Pero ahora, en ese mismo lugar, me di cuenta de que, aunque había seguido adelante, había dejado una parte de mí en suspenso. Una parte que, a pesar del tiempo, nunca había cerrado del todo.

Me dejé caer en el sofá, mirando el techo, mientras una marea de recuerdos se estrellaba en mi mente. Las risas, las conversaciones largas bajo las estrellas, los silencios cómodos. Y luego, el final abrupto. Las razones de nuestra separación, aunque borrosas con el paso del tiempo, aún pesaban. Ambos habíamos elegido caminos diferentes, y en ese momento, parecían los correctos. Pero, ¿y ahora? ¿Había una nueva oportunidad esperando en ese café el viernes?

El sonido del reloj marcando el tiempo en la pared me devolvió al presente. Aún faltaban días para el encuentro, pero el simple hecho de saber que lo vería de nuevo, de tener esa fecha marcada, lo hacía todo más real. Ya no era solo un reencuentro casual, sino el comienzo de algo que aún no sabía cómo definir.

Durante los días siguientes, traté de mantenerme ocupada. El trabajo, las reuniones con amigos, los compromisos cotidianos se mezclaban en una rutina que intentaba seguir con normalidad. Pero, en el fondo de mi mente, siempre estaba él. Cada vez que el viernes se acercaba más, las dudas volvían a colarse. ¿Y si era un error? ¿Y si todo lo que habíamos vivido pertenecía al pasado y volver a ello solo traería más confusión?

El viernes llegó más rápido de lo que esperaba. Me encontré de pie frente al espejo, mirándome, tratando de decidir qué ponerme, aunque sabía que lo que realmente me preocupaba no era la ropa. Era lo que vendría después. ¿Qué se dice cuando se reabre una historia inacabada? ¿Cómo se comporta uno cuando se reencuentra con alguien que una vez fue todo?

Elegí algo sencillo, cómodo. No quería aparentar, no quería que pareciera que había pasado horas pensando en cómo impresionarlo. Al final, me di cuenta de que lo más importante era presentarme tal como soy ahora, con todas mis dudas, cicatrices y esperanzas.

Al salir de mi apartamento y caminar hacia el café, sentí una mezcla de anticipación y nervios. Cada paso me acercaba más a él, y con cada paso, las preguntas que había intentado evitar comenzaron a surgir con más fuerza. Pero, cuando finalmente llegué a la puerta del café, tomé una respiración profunda y empujé la puerta, dispuesta a enfrentar lo que fuera que nos aguardaba.

Y allí estaba él, sentado en la misma mesa de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado. Cuando nuestros ojos se encontraron, todo lo demás desapareció. El mundo exterior, las dudas, las expectativas... todo se desvaneció, dejando solo a dos personas que, después de tanto tiempo, estaban dispuestas a descubrir si aún quedaba algo por decir.

El Susurro De Los Amores Imposibles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora