6

0 0 0
                                    

Cruzamos miradas y, por un segundo, fue como si el tiempo retrocediera. Todo se sentía familiar y a la vez cargado de nuevas posibilidades. Respiré hondo y me acerqué a la mesa, sintiendo cada paso como una pequeña victoria sobre el nerviosismo que me había acompañado todo el día.

“Hola,” dije con una sonrisa suave, más tranquila de lo que esperaba.

“Hola,” respondió él, levantándose ligeramente para recibirme, su sonrisa reflejando esa mezcla de alivio y expectativa que ambos compartíamos.

Me senté frente a él, y por un instante, nos quedamos en silencio. No era incómodo, más bien parecía que estábamos tomándonos el tiempo de acostumbrarnos a estar juntos de nuevo, de asimilar que habíamos llegado hasta ese punto. La última vez que habíamos estado sentados en esa misma mesa, éramos otras personas, con sueños, inseguridades y vidas muy diferentes. Ahora, el peso de los años que habíamos pasado separados nos daba una perspectiva distinta, pero también un reto: ¿qué haríamos con esta oportunidad?

Él fue el primero en hablar. “No pensé que volveríamos a estar aquí,” dijo, su voz cálida pero cargada de una sinceridad que me hizo sentir que él también estaba procesando todo esto tan intensamente como yo.

“Yo tampoco lo pensé,” admití, mirando mis manos por un segundo antes de volver a mirarlo. “Pero aquí estamos.”

Asintió, como si ambos supiéramos que ese simple hecho, el estar sentados de nuevo en esa mesa, ya significaba algo. Pasamos los siguientes minutos hablando de cosas triviales, como el trabajo y la vida diaria. Era una conversación ligera, una manera de romper el hielo, pero debajo de cada frase había una tensión palpable. Ambos sabíamos que no estábamos aquí solo para hablar de lo cotidiano.

De pronto, él se inclinó un poco hacia adelante, sus dedos tamborileando suavemente sobre la mesa. “He estado pensando mucho en esto, en lo que significó vernos de nuevo, y en todo lo que dejamos en el aire...”

Sus palabras colgaban entre nosotros, llenas de una verdad que no podíamos seguir evitando. Sentí cómo mi corazón se aceleraba de nuevo, la barrera que habíamos levantado con nuestra charla casual comenzaba a desmoronarse. Era el momento de ser honestos, de dejar de lado las trivialidades y enfrentar lo que realmente nos trajo aquí.

“Yo también,” dije suavemente. “He pensado en todo lo que pasó, en lo que éramos… y en lo que no dijimos.” Me detuve un segundo, dudando si debía continuar. Pero algo dentro de mí me empujaba a hablar. “Nunca supe si lo que decidimos fue lo correcto, si tomar caminos distintos era lo que realmente queríamos o simplemente lo que nos pareció más fácil en ese momento.”

Él asintió lentamente, su mirada fija en la mía, como si estuviera procesando mis palabras con cuidado. “Nunca fue fácil para mí, ¿sabes? Me alejé pensando que era lo mejor, pero siempre me quedó esa sensación de incompletitud. Como si hubiera algo que dejamos sin terminar.”

Sentí un nudo en la garganta. Era exactamente lo que yo había sentido durante tanto tiempo. “Sí, yo también lo sentí así,” respondí, mi voz quebrándose ligeramente. “Como si hubiéramos dejado una parte de nosotros atrás, esperando a que algún día volviéramos a recogerla.”

Nos quedamos en silencio de nuevo, pero esta vez el silencio era distinto. Era un silencio lleno de comprensión, de reconocimiento mutuo. No había necesidad de decir más para entender lo que ambos habíamos pasado en estos años.

Él tomó aire antes de hablar de nuevo. “No sé qué nos depara el futuro. No sé si estamos aquí para cerrar ese capítulo o para empezar uno nuevo. Pero lo que sí sé es que no quiero quedarme con más dudas, ni con más cosas sin decir.”

Asentí, mis ojos llenos de emoción mientras escuchaba cada palabra. Era un momento de verdad, de esos que definen no solo un reencuentro, sino lo que cada uno de nosotros estaba dispuesto a arriesgar.

“Yo tampoco,” murmuré, con una sonrisa temblorosa pero sincera. “No quiero más arrepentimientos, ni más suposiciones sobre lo que pudo haber sido.”

Nos miramos a los ojos, sabiendo que lo que sucediera después no dependería de lo que fuimos, sino de lo que decidíamos ser ahora. No era solo una cuestión de revivir el pasado; era la posibilidad de construir algo nuevo, sabiendo que ya habíamos aprendido de nuestros errores.

“Entonces, ¿qué hacemos con esto?” preguntó, su tono ligero, pero con una seriedad subyacente. La pregunta quedó en el aire, esperando mi respuesta.

Tomé un respiro profundo. “Creo que lo único que podemos hacer es intentarlo. Sin expectativas, sin presiones. Ver hacia dónde nos lleva esto, con la única certeza de que estamos aquí porque queremos estarlo, no porque debamos.”

Una sonrisa se dibujó en su rostro. “Me parece justo. Y creo que es lo que debimos haber hecho desde el principio.”

Y así, bajo la luz tenue del café que tantas veces habíamos compartido, nos dimos la oportunidad de descubrir si el destino nos había reunido de nuevo para cerrar un ciclo, o para abrir uno completamente nuevo. Dejamos que el futuro decidiera, mientras nosotros, en ese instante, simplemente estábamos presentes, juntos, como no lo habíamos estado en mucho tiempo.

El Susurro De Los Amores Imposibles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora