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A medida que avanzaba hacia casa, me invadía una sensación de calma. Algo profundo había cambiado esa noche; ya no estaba atrapada en el torbellino de emociones que solía sentir cuando pensaba en él. Había algo nuevo: una certeza tranquila, una paz que no había sentido antes. El destino nos había reunido de nuevo, pero esta vez no se trataba de arreglar el pasado, sino de permitirnos explorar lo que el presente nos ofrecía.

Al llegar a mi apartamento, el silencio me recibió de nuevo, pero esta vez no era una carga. Me quité los zapatos y me dejé caer en el sofá, repasando mentalmente la noche. Cada sonrisa, cada palabra intercambiada, me hacía sentir que algo se había desbloqueado dentro de mí. Era como si hubiese estado conteniendo la respiración durante años y ahora, por fin, pudiera respirar profundamente de nuevo.

El móvil vibró en mi bolso. Lo saqué y vi un mensaje de él:

"Espero que duermas bien. Hoy fue importante, ¿no crees? Buenas noches."

Sonreí mientras leía esas palabras sencillas pero cargadas de significado. Era un recordatorio de que ambos estábamos de acuerdo en que lo que había pasado esa noche no era solo un reencuentro casual. Era algo más profundo, un punto de inflexión.

Respondí: "Sí, lo fue. Buenas noches. Hablamos pronto."

Apagué la pantalla y me recosté en el sofá, con los ojos cerrados, permitiéndome disfrutar del eco de esa paz. Habíamos hecho lo más difícil: abrirnos de nuevo, con honestidad y sin miedo a lo que el otro pensara. Ahora, lo que viniera sería el resultado de esa valentía compartida.

Los días siguientes pasaron con una ligereza nueva. Las conversaciones con él, aunque espaciadas, eran fluidas, llenas de una frescura que no había sentido antes. Nos habíamos sacado el peso de lo no dicho, y eso nos permitía hablar de todo, desde lo más banal hasta lo más significativo, sin reservas. Era como si estuviéramos redescubriéndonos, pero no desde la nostalgia, sino desde la curiosidad de quienes somos ahora.

Un viernes, exactamente una semana después de nuestro reencuentro, me escribió: "¿Te gustaría que hiciéramos algo este fin de semana? Sin expectativas, solo pasar el rato."

Mi primer impulso fue analizarlo, buscar algún significado oculto, pero me detuve. Ya no éramos esas personas que se guardaban lo que sentían. Sabía que si proponía algo, era porque realmente quería pasar tiempo conmigo, sin más complicaciones.

“Claro, me encantaría,” respondí, sintiendo una sonrisa asomarse mientras enviaba el mensaje.

El día que habíamos acordado llegó con una tranquilidad inusual. No me sentía nerviosa, ni siquiera ansiosa. Había algo en esa nueva dinámica entre nosotros que me daba seguridad. Sabía que lo importante no era lo que pasara durante el encuentro, sino el hecho de que habíamos decidido intentarlo, sin presión.

Nos encontramos en un parque cerca de mi casa, un lugar neutral, al aire libre, donde podíamos caminar y hablar. Cuando lo vi esperándome, apoyado en un árbol con una expresión relajada, me di cuenta de lo mucho que habíamos cambiado. No solo físicamente, sino en la manera en que nos mirábamos. Ya no había esa mezcla de inseguridad y miedo a lo que el otro pensara. Solo estábamos allí, juntos, en ese momento.

Caminamos durante un rato, hablando de cosas sin importancia. El clima, las personas que pasaban, la vida en la ciudad. Pero lo que realmente importaba no eran las palabras, sino el hecho de que estábamos cómodos en la compañía del otro. No había necesidad de llenar el silencio con conversaciones profundas. El simple hecho de estar juntos ya lo decía todo.

Finalmente, nos sentamos en una banca, frente a un pequeño lago. Nos quedamos en silencio, observando las aves que volaban sobre el agua, el sonido suave de las hojas movidas por el viento. Era un momento de calma compartida, de esos que no requieren nada más que estar presente.

“¿En qué piensas?” me preguntó de repente, rompiendo el silencio, pero su tono era suave, casi como si no quisiera interrumpir el momento.

Lo miré y sonreí. “En lo bien que se siente esto. Estar aquí, sin complicaciones, sin expectativas. Solo disfrutando el momento.”

Él asintió, sus ojos brillando con esa comprensión que había nacido entre nosotros. “Sí, se siente bien, ¿verdad? Creo que por fin estamos donde debíamos haber estado desde hace tiempo.”

No respondí, solo asentí, porque sus palabras eran verdad. Habíamos llegado a ese punto en nuestras vidas donde las prisas, los miedos y las inseguridades ya no nos controlaban. Lo que importaba ahora era lo que decidíamos construir, con calma, paso a paso.

Nos quedamos allí, sentados juntos, observando el lago mientras el sol comenzaba a bajar en el horizonte. Y en ese momento, entendí que no importaba lo que viniera después, porque finalmente habíamos aprendido a estar presentes el uno con el otro. Todo lo demás, lo que el futuro trajera, lo descubriríamos juntos.

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⏰ Última actualización: Oct 11 ⏰

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