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Oh Dios, él no estaba tan listo.

Como si fueran millones de cables eléctricos caídos, los nervios de Sergio crujían mientras seguía a Max por el elegante pasillo hacia el condominio de Carlos. Situado en el Centro de San Francisco, desde donde vivía Carlos se podía apreciar la bahía de San Francisco y el puente Golden Gate. Era tan exclusivo como el gusto en la ropa de Carlos. Max, en una sorprendente muestra de conformidad, se había vestido para la ocasión. La vista lo estaba distrayendo, por no hablar que era una complicación que Sergio no había considerado cuando había asumido que estaba preparado mentalmente para esta noche.

Cuando se acercaron al apartamento, el sonido de las risas y la música flotaba ligeramente por debajo de la puerta de Carlos. Max se giró hacia él y de pronto Sergio necesitó aire, así que se jaló la corbata, con la esperanza de aliviarse.

—Deja de moverte —dijo Max.

—No puedo evitarlo.

—Amigo, tienes que relajarte —dijo Max—. Te ves tan tenso como el alambre de una trampa que está a dos segundos de activar una explosión. Y recuerda...

Max dio un paso adelante para ajustar la corbata de Sergio, trayendo a su azul mirada cerca y a esas manos callosas aún más cerca. Sergio deseaba saber qué especiado jabón era el que usaba Max, y ¿cómo sería posible relajarse con Max estando alrededor?

—Sólo finge que no puedes quitarme los ojos de encima. —Max le dio a su corbata una palmadita incómoda, su mirada alejándose mientras caminaba de nuevo.

«Fingir». En este punto Sergio apenas fingía.

Max se había presentado en casa de Sergio llevando unos bonitos pantalones de vestir, una elegante chaqueta de cuero, y una camisa azul de botones que hacía cosas locas con el color de sus ojos. Ojos que le hacían recordar La Mirada.

El momento en el bar cuando el cerebro de Sergio había sufrido un colapso total.

Estaba mal, tan sumamente mal, sentirse atraído por su nuevo amigo. Sobre todo cuando dicha atracción tenía viendo a Sergio cosas que no estaban allí.

Como Max participando en La Mirada, como si sintiera la misma atracción.

Lewis y su novio habían tomado un asiento trasero entre las preocupaciones más urgentes de Sergio. A pesar de su promesa anterior, Max era un comodín. ¿Quién sabía lo que el hombre iba a hacer? Peor aún, ¿cómo se suponía que Sergio iba a participar en conversaciones triviales, cuando en lo único que podía pensar era en el imaginario calor en los ojos de Max?

Max tocó el timbre y la puerta se abrió.

—Finalmente —dijo Carlos, agarrándolos a los dos por un codo y jalándolos hacia el vestíbulo de mármol—. Estoy contento de que estén aquí. —Más allá, en la gran sala de estar, la gente se arremolinaba en vestidos de cóctel y trajes.

Carlos se inclinó, susurrando con complicidad. —Para tu información, Lewis trajo a ese dulce pedazo de culo suyo. Y, cariño —Carlos le disparó a Sergio una mirada compasiva—, George es una preciosidad. Todo el mundo lo adora. ¿Sabías que es productor de documentales y ganó un premio en el Festival de Cine de Sundance?

—¿Y qué? —Max respondió, lanzando un brazo alrededor de los hombros de Sergio de manera casual, y cada célula del cuerpo de Sergio tarareó alegremente—. Sergio tiene un columpio sexual y a mí.

El cuerpo de Sergio pasó de tararear a zumbar en alarma, y Carlos soltó una carcajada.

—Cristo, necesito un trago —Sergio murmuró.

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