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Treinta minutos más tarde, Sergio dejó escapar un suspiro de alivio cuando oyó el bip, bip, bip de la combinación de la entrada sin llave frente a su casa, y Carlos se arrastró al interior vestido con ropa informal, pero Sergio sabía que el traje de Hermes había costado una fortuna. La delgada figura de Carlos lucía una camiseta de manga larga de cachemira y apretados jeans negros.

Sergio solo esperaba que el hombre hubiera traído todos sus poderes de persuasión con él.

Carlos cerró la puerta y se detuvo, evaluando a Sergio y Max desde donde estaban sentados en la sala. —Necesito un Bloody Mary.

—Apenas son las once de la mañana —dijo Sergio.

Sin embargo, Dios sabía, que después de la visita de Lewis y la francotiradora boca de Max, Sergio también sentía la necesidad de una bebida.

—Sí, un mal quita otro mal y todo eso —dijo Carlos mientras alisaba un mechón de cabello castaño de la frente—. ¿No podrías haber esperado hasta un mejor momento? ¿Como el año que viene?

Sergio dijo con firmeza: —No.

Lo primero que Sergio había hecho después de que Lewis se hubiera ido fue llamar a Carlos e insistir en que viniera. Normalmente se habría apiadado de su amigo, pero esta vez las protestas por la astronómica resaca que tenía Carlos no fueron escuchadas. Sergio lo necesitaba para hacer entrar en razón a Max. Además, era lo justo. Carlos era el que le había recomendado a Sergio que buscara a Max en primer lugar, y Carlos había olvidado mencionar que el hombre estaba loco.

Sergio habría recordado tal descripción.

Carlos cruzó la sala hacia Max, donde él estaba situado en el minibar, mezclando el Bloody Mary.

—Recuerda, Carlos —Max dijo—. La reunión de esta tarde sobre la carrera de póker no puede durar más de cuarenta y cinco minutos, como máximo.

—Haré mi mejor esfuerzo —Carlos aceptó la bebida con un gracias murmurado—. Pero no puedo garantizar nada.

Max señaló con el dedo en dirección de Carlos. —No me hagas sacar un cronómetro.

—De acuerdo —dijo Carlos—. Con tal de que no me hagas beber solo.

Max sacó amablemente una cerveza de la pequeña nevera, y Sergio tuvo la impresión que el patrón de interacción mutuamente tolerante había sido forjado hacía siglos.

—Vi el blog la semana pasada —Carlos le dijo a Max—. Tengo que decir, que tu post fue inspirador.

Sorprendido, Sergio miró al mecánico. —¿Tienes un blog?

—Sí. —Max retorció la tapa de la botella abriéndola con un pop silbante—. Acerca de motos de época. —Movió la tapa entre los dedos, y la tiró en el cubo de basura de acero inoxidable haciendo ping, al caer en el interior.

Carlos sonrió mientras observaba el procedimiento. —Eso no deja de divertirme —dijo, dirigiéndose a Sergio—. ¿No es lo más marimacho que alguna vez hayas visto?

En lugar de contestar, Sergio se dirigió a Max. —¿Qué escribes?

—La semana pasada expliqué lo que produce el sonido único de una Harley, comenzando con una explicación acerca de los cuatro ciclos de generación de energía. —Una leve sonrisa se deslizó por el rostro de Max—. El mamar, el apretón, la explosión, y el golpe.

—Suena como mi noche de ayer. —Carlos le envió a Max una expresión inocente—. El mamar y el apretón fueron buenos. Pero el golpe y la explosión fueron fenomenales.

—No queremos oírte hablar de eso —dijo Sergio.

—Cariño, eso es porque ya no estás teniendo sexo regularmente —Carlos hizo un gesto hacia la bahía en la ventana—. Vives en San Francisco, por Dios. Hay un gran mundo gay por ahí con un montón de hombres para todo el mundo. —Su mirada se posó en Sergio, bajando la voz una octava—. Es tiempo, Checo.

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