Epílogo

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Un año después

—¿Extrañas estar a cargo? —preguntó Sergio.

Max le dio un sorbo a su cerveza estando en la terraza del restaurante, disfrutando de la puesta de sol y el parloteo de los motociclistas después de un buen día de viaje. La Sexta Edición de la Carrera Conmemorativa de Póker en Motos Clásicas ya había sido considerada un éxito, el tiempo era perfecto, la participación al nivel más alto de todos los tiempos. Una brisa alborotaba el cabello de Sergio, su codo apretado contra el de Max, mientras estaban apoyados en el barandal de madera.

—Pensé que estuve a cargo anoche —dijo Max.

Sergio continuó escaneando la multitud, sus ojos se arrugaron con humor. —Después de todo este tiempo, tu mente aún sigue siendo igual de calenturienta, Max Verstappen.

—Hey, es posible que me rescataras de un taller, me mudaras a tu casa, y me dieras formación-hogareña, pero la vida sórdida aún sigue siendo una de las cosas más divertidas. —Tomó en su puño el frente de la camisa de Sergio y se inclinó para morder su hombro antes de alisar la marca con su lengua—. Mientras alguien me siga visitando allí diariamente, no estoy seguro de que pueda entender cuál es la queja.

Sergio se giró, sus ojos fijos en Max. —No me estoy quejando.

Un repiqueteo de conciencia onduló justo por debajo de la piel de Max, y de mala gana se enderezó. Este no era el momento ni el lugar.

—No creo eso. —Max alisó las arrugas que había dejado en la camisa de Sergio—. Y la respuesta a tu pregunta original es no. No extraño estar a cargo de la carrera de póker. Cuatro años fueron suficientes. Prefiero disfrutarla que organizar el evento.

—Carlos no ha dejado de quejarse durante todo el día. —La boca de Sergio se elevó—. Creo que has lastimado sus sentimientos cuando contrataste a una planificadora de eventos.

Max vio a Carlos, ahora sentado en la terraza rodeado de duros motociclistas participantes vestidos para la ocasión. A diferencia de las chaparreras de cuero de sus compañeros de mesa, los pantalones de cuero de Carlos eran elegantes. Chic era la palabra que Carlos utilizaba, lo que sea que eso significara. Durante el almuerzo, Carlos había compartido el precio que había pagado por su camiseta imitación de piel de cocodrilo, y Max casi se había mordido la lengua a la mitad, arruinando la perfectamente bien preparada hamburguesa de Max con el sabor de la sangre.

—Confía en mí —dijo Max—. A Carlos sólo le gusta quejarse. Él prefiere pasar su tiempo con la multitud. Además —hizo un gesto con la botella en dirección a los motociclistas satisfechos—, los participantes están complacidos con los arreglos de este año. Sobre todo el entretenimiento.

—Definitivamente es mejor que el del año pasado.

Max gruñó. —No me lo recuerdes.

Carlos nunca dejaba que Max olvidara que Destiny's Bitch había recibido una gran ovación tras su interpretación de "I Will Survive". Por desgracia, el recordatorio era aún más molesto que el incidente en sí.

Cada mes o algo así, el celular de Max sonaba a todo volumen con la canción. Aún no había logrado descubrir cómo Carlos lograba tomar su teléfono a escondidas y cambiar el tono de la llamada. O por qué la llamada siempre llegaba en el momento más embarazoso posible, con el volumen al máximo.

La semana pasada, el anciano detrás de Max en la tienda NAPA Auto Partes casi había sufrido un jodido ataque al corazón.

Max llamó la atención de Carlos, y el hombre le lanzó un guiño y una sonrisa. Max se la voleó de vuelta con un no-eres-nada-divertido en la mirada.

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