compás.

233 31 9
                                    

Me encontraba en aquella colina descuidada a las afueras de la ciudad donde solíamos pasar el tiempo juntos, con el sol filtrándose a través de las hojas verdes. La misma colina a la que traje a Nerea hace un par de meses y en donde me contó que estaba casi segura que se trataba del lugar que le habló su hermano años atrás. La luz dorada creaba un juego de sombras sobre el césped, y el aire estaba impregnado del aroma de flores frescas. Todo parecía perfecto, como si el mundo hubiera sido creado solo para nosotros. Aunque el lugar lucía diferente, el césped cuidado y recortado, unas flores de las que no me había percatado en las anteriores visitas, y el frondoso árbol que era el encanto del lugar lucía algo más pequeño, tal vez lo habían podado un poco desde la última vez que vinimos.

Y ahí estaba Nerea, radiante y sonriente, su risa resonando en el aire como una melodía que me llenaba de calidez el pecho. Me acerqué y mi corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho. La vi, hermosa y despreocupada, y en ese instante olvidé todo lo que había pasado entre nosotros.

— ¿Te acuerdas de este lugar? — le pregunté, y ella asintió, sus ojos brillando de emoción. Comenzamos a hablar sobre los recuerdos, compartiendo risas y momentos que solo nosotros conocíamos. Era como si el tiempo se hubiera detenido.

Pero de repente una sombra se deslizó entre nosotros. Miré hacia atrás y vi a Levi Ackerman, observándonos a unos cuantos metros. Su presencia era inquietante, una mancha oscura en un día brillante. El aire se volvió pesado, y una sensación de incomodidad me invadió.

— Eren. — dijo Nerea, su voz temblando ligeramente. —Hay algo que debo decirte...— pero antes de que pudiera terminar, el profesor se acercó, interrumpiendo nuestro momento.

—¿No sabías que Nerea y yo tenemos una conexión especial? —su voz era burlona, como si se estuviera divirtiendo con mi sufrimiento. De repente, la atmósfera en la colina cambió, el cielo se nubló y los colores vibrantes se desvanecieron.

Nerea estaba allí, pero su voz se había vuelto un susurro distante. "Eren..." decía, pero cada vez que intentaba acercarme, la distancia se hacía más y más amplia. "Por favor, no te vayas..." imploraba, pero no podía oírla con claridad.

Era como si hubiera dejado de ser capaz de escuchar su voz pero podía escuchar las ráfagas de viento que hacían que el enorme árbol detrás de mi se moviera con fuerza y salvajismo.

Abrí los ojos de golpe, el corazón desbocado y la respiración entrecortada. El sudor empapaba mi frente y mi camiseta, y el aire en la habitación se sentía pesado y caliente. Me senté en la cama, temblando, mientras las imágenes del sueño se desvanecían lentamente, pero la sensación de angustia permanecía, un eco de la pesadilla que aún retumbaba en mi mente.

Tomo asiento sobre el colchón enderezando mi espalda y mirando al techo por unos segundos en lo que regulaba mi respiración.

Para alguien que casi nunca solía soñar, esta había sido una pesadilla de mierda.

Mi mano derecha viaja hasta la mesa de noche al lado de mi cama en donde mi celular reposaba conectado al cable del cargador. Lo desconecto y automáticamente lo desbloqueo con el pin que usaba. La hora marcaba las cuatro de la tarde así que Connie y Jean ya debían estar en el sitio de bolos.

Busco rápidamente el contacto de Jean y opto por llamarlo.

—¿Ya están allá? —pregunto una vez contesta la llamada. En efecto por el fondo se escucha el típico ruido de los bolos cuando son derribados, eso y junto a la risa de Connie. —Mándame la dirección, estaré en treinta. —le aviso mientras con mi mano libre me sacaba la delgada camiseta de algodón ahora algo húmeda por el sudor por lo que tomaría una ducha. En eso un gruñido proveniente de mi estómago me obliga a pararme de la cama finalmente. —Y Jean, ve pidiéndome una hamburguesa doble.

bad guy | eren jeager. (oc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora