El recinto de sobrevivientes mexicas no se movió de lugar al enterarse que la persona que se "encontró" con el cara pálida cerca de su escondite se trataba de la loca mestiza quien siempre había alucinado con el hecho de reconquistar Tenochtitlán.
Se vieron en la necesidad de decir la verdad una vez que la duda se esparció por el pueblo, puesto que nadie parecía creer que un entrenado guerrero como lo era Cuauhtli hubiese dudado al atacar a un enemigo, mucho menos cuando sólo se trataba de uno, quien estaba en desventaja al no conocer el entorno.
Un hombre como Cuauhtli era perfectamente capaz de derribar a ese soldado y matarlo con todo y su reluciente armadura.
Si bien era de esperarse esa reacción, Amellali no podía estar más indignada y, sobre todo, desesperada; porque sabía que el encontrarse con uno de ellos había sido la forma en la que los dioses los quisieron poner en alerta, tratando de salvarlos de la amenaza latente y cada vez más cercana al asentamiento.
Muy a su parecer, los ancianos estaban siendo torpes y demasiado confiando. Se sentían protegidos por la inmensidad del bosque y el temor de los invasores a introducirse a las fauces del depredador, pero Amellali consideraba que los caras pálidas no se darían por vencidos, seguirían haciendo expediciones de reconocimiento, los obligarían a retraerse cada vez más hacia los bosques, hasta que llegara el punto en el que los tendrían aislados en lo alto de una montaña.
Porque sabía que su tribu haría cualquier cosa con tal de evitar el mestizaje al que muchos otros nativos se habían hecho a la idea; el claro ejemplo era ella, a quien repudiaban por el simple hecho de no tener el color adecuado de ojos, piel y cabello.
La joven, quien se había aislado más que antes, aventó otra roca con fastidio al lago que tenía enfrente, recordando en ese momento que el arma del cara pálida seguía sumergida en el lago.
Recordaba el lugar a la perfección, puesto que desde que era una niña que comenzó a explorar, había marcado el árbol en el cual se recostaba, ese era su escondite, su lugar, uno que había sido invadido, pero finalmente era suyo y no permitiría lo contrario.
Asomó su cabeza hacia el lago y apretó los labios al intentar buscar aquello que había aventado sin cuidado alguno a las profundidades.
¿Seguiría ahí? ¿En espera de que alguien la rescatara para ser usada de una forma más honorable? ¿Quizá en contra de los caras pálida que amenazaban con quitarles todo lo conocido?
El corazón le latió con fuerza cuando gateó hacia la orilla y se asomó de nuevo hacia el lago; el agua cristalina le devolvía la profundidad de la mirada de Quetzalcóatl, la cual tenía impregnada en sus ojos, impidiéndole ver lo que escondía en el fondo.
Giró su cabeza de lado a lado, cerciorándose de que no hubiera intrusos y simplemente se echó al agua, sumergiéndose en busca del objeto plateado que brillaba como la luz de la luna.
Después de la cuarta zambullida sin éxito, Amellali sopesó la posibilidad de que no la encontraría; llevaba más de una hora buscándola y la realidad era que estaba llegando al punto de desesperarse, más no de darse por vencida, porque no era de la clase de personas que se rendía con facilidad.
Se sumergió otra vez hasta llegar a la profundidad del lago y nadó por un buen rato. Era bastante buena estando bajo el agua, puesto que fuera una de las prácticas esenciales de su tataj, pero lastimosamente siempre tenía que salir, pero al estar empecinada con su búsqueda, tardó más de la cuenta, llegando al punto que sintió que sus pulmones colisionarían antes de alcanzar la superficie.
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Los hijos de Quetzalcóatl
Исторические романыFue un pueblo que cayó, pero que jamás se rindió. Cualquiera que haya conocido a un mexica sabría que se trataba de gente orgullosa, feroz y determinada. Eran guerreros que luchaban hasta perecer, que se aferraban a sus costumbres y a sus Dioses. Pe...