Caxtolli

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Cuauhtli abrió los ojos por quinceava vez desde que fue capturado en su primer día de libertad.

Sí, casi podría parecer una broma, pero fue la realidad que experimentó; los dioses parecían jugar con su vida, realmente ya no le importaba saber cuál de todos los dioses que conocía era el que realmente tocaba la canción de ese mundo, pero fuera quien fuera, él no debía ser de su agrado, lo estaba dejando muy en claro.

Se levantó del suelo húmedo donde dormía y trató de estirar los huesos que tronaron ante el movimiento de su espalda. Suspiró aliviado y miró a su alrededor, notando que ya había un plato de comida bastante generoso si se consideraba que, durante el tiempo con los Franciscanos, Cuauhtli desfallecía de hambre todos los días.

Tomó la comida en sus manos, la olió y determinó que, si querían envenenarlo, ya era tiempo de que lo hicieran. Francamente no comprendía por qué seguía con vida cuando era una obviedad que lo veían como enemigo, lo dejaron en claro cuando lo llamaron "traidor" al ver que defendía al fraile Pedro hasta su muerte.

Lo era, realmente lo era, porque había matado a hombres de sangre nativa, o indígena, como solían llamarlos los cara pálidas, por defender a un hombre de fe que sólo le había demostrado bondad; pero eso no lo entenderían, ¿por qué lo harían?

Si él estuviera en su posición, también habría hecho lo mismo, porque sólo experimentando lo que Cuauhtli vivió, los guerreros habrían podido entender la razón de sus acciones.

Comió sin presura, fortaleció los músculos por un rato y después se recostó, porque no tenía otra cosa que hacer además que esperar en soledad y silencio, lo cual le permitía pensar, más que nada reflexionar sobre su vida, incluso sin incluirse en la oración.

Fue a media tarde cuando algo cambió, los tambores comenzaron a resonar y las caracolas indicaban un evento importante. «Finalmente moriré» comprendió Cuauhtli cuando escuchó los gritos que se acercaban hacia la puerta de su reja.

Se puso en pie, muy erecto, tratando de mostrar toda la dignidad que le fuera posible a pesar de estar en un estado deplorable, incluso para un sentenciado a muerte, lo adecuado sería que estuviera pulcro para que su espíritu abandonara con facilidad ese mundo.

Los hombres que entraron lo tomaron por los brazos y lo dirigieron hacia el exterior que de pronto lo encandiló, puesto que la presencia del sol era apenas una ilusión que Cuauhtli imaginaba cuando aquellos pequeños rayos lograban atravesar la madera dañada de las ventanas que impedían el acceso del aire.

Jalaron de él hasta introducirlo a otra estructura, donde se apuraron a quitarle las ropas que le brindaron los Franciscanos y a lanzarle artesas de agua fría que sirvieron para que la mente de Cuauhtli se enfocara después de tantos días en la oscuridad y calma mental.

Lo bañaron a consciencia, tallándolo con fibras y amolli, dejándolo listo para reintegrarse a la sociedad, aunque estaba seguro que ese no sería su destino. Le tendieron ropas adecuadas para el estatus de un pillis y esperaron a las afueras para que se cambiara por sí mismo, y en esa soledad, Cuauhtli pudo notar que no sólo eran ropas para los hombres de categoría noble de los mexicas, sino que eran las telas con las que se elaboraban los atuendos de los guerreros.

Salió sintiéndose un hombre nuevo, en las pieles de un guerrero y parecía ser que era el propósito que tenía aquel asentamiento, del cual aún no descubría el origen, puesto que hablaban náhuatl, pero no tenían el acento de los tlaxcaltecas o los mexicas.

—¿Qué arma prefieres tener?

Cuauhtli frunció el ceño y lo miró.

—¿Arma?

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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