Amellali había desarrollado un nuevo respeto por la condición física requerida para ser un guerrero o cazador.
A pesar de haber comido y bebido hasta acearse, sentía que sus fuerzas jugaban en su contra, muy a diferencia del caminar seguro y regular que tenía Cuauhtli, ella parecía aventar una pierna después de la otra, sentía que había caminado por días enteros, cuando sabía que el dios sol no había terminado su proceso diario.
Para ese momento, incluso los brazaletes que colgaban de sus tobillos le pesaban; el oro y la turquesa pertenecientes a la esposa de su tataj actuaban como castigo en lugar de un prestigio; y ahora comprendía por qué estaban destinados únicamente para los pillis, porque sólo los privilegiados no tendrían como necesidad ejercer un esfuerzo tan grande como el que estaba haciendo ella en esa larga y, aparentemente, eterna caminata.
Quizá le pesaban más porque no se los había ganado o porque no le perteneciesen. Seguro que su tataj tuvo que trabajar duro para alcanzar los niveles más altos en la jerarquía de poder mexica y, conociendo a su padre, seguro lo obtuvo, al menos lo sabía porque contaba con su téntetl, con el cual portó hasta sus últimos momentos. Cerró los ojos, tratando de reprimir su furia.
Seguro que si algún cara pálida encontraba su cuerpo, arrancaría sin predicamento la insignia meritoria de su padre, porque al final de cuentas, era una turquesa con oro, y eso era lo único que les interesaba a esos monstruos, era por lo que habían matado a mucha de su gente.
Si bien era cierto que todo guerrero caído sufría ese mismo destino a manos del victorioso, los cara pálida lo veían con ambición, cuando ese símbolo era más bien el recordatorio de que un gran guerrero había perdido contra uno que se había logrado hacer más fuerte.
Levantó su vista cansada hacia Cuauhtli, quien seguía acelerando el paso en lugar de hacerlo más lento, como lo haría cualquier ser ordinario tras horas de un caminar sin descanso.
Ese guerrero también llevaba un téntetl en la parte inferior de su labio, un signo de que había ganado batallas y dirigidos hombres hacia victorias contundentes de las que ella no sabía nada.
Iba pensando en lo mucho que le gustaría tener la capacidad, la habilidad y la experiencia que tenía Cuauhtli, cuando de pronto tropezó con la raíz expuesta de un árbol, mandándola directamente al suelo en un estruendo que hizo que el hombre levantara alarmado su macuahuitl hacia ella, poco le faltó para intentar matarla.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, bien —trató de levantarse, pero sus piernas fallaron, mandándola de nuevo al suelo en lo que fue el momento más vergonzoso de toda su vida—. Creo que...
—Descansaremos por un momento —. Ella lo agradeció, pero su vergüenza la obligó a mantener la cabeza agachada, sintiéndose culpable por retrasarlo—. Buscaré algo que te de energía para el resto de camino, quédate aquí y no hagas locuras.
—Siendo sincera... —su voz salió pequeña y engorrosa—, no creo que pueda moverme demasiado.
—Te acostumbrarás, no te preocupes.
—Pero lo hago, Cuauhtli —lo miró desesperada—, no quiero seguir estorbándote por el resto de tu vida.
—No lo haces.
—Soy tu carga por el momento —aceptó—, pero no tiene que ser así, podrías enseñarme a ser como tú.
—¿A ser como yo?
—Necesito ser un guerrero de tu calibre, o al menos, aceptable.
—¿Por qué necesitarías algo así?
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Los hijos de Quetzalcóatl
Historical FictionFue un pueblo que cayó, pero que jamás se rindió. Cualquiera que haya conocido a un mexica sabría que se trataba de gente orgullosa, feroz y determinada. Eran guerreros que luchaban hasta perecer, que se aferraban a sus costumbres y a sus Dioses. Pe...