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Jungkook aún no tenía idea de lo que había pasado.

Su simple y plano Jimin se había vuelto algo agreste y salvaje bajo sus manos, convirtiéndose en algo extraordinario. Exhibiendo un tipo de belleza que rara vez se encontraba en los cuerpos tallados, formas perfectas y rostros inolvidables. Cada sensación, cada emoción, cada nanosegundo de placer le habían sido revelados a Jungkook sin dudarlo. Jimin se había más que abierto, había eviscerado su alma, y se la había entregado a un desconocido para que jugara como él deseaba.

A Jungkook, un extraño, confiando en él lo suficiente como para dejarle hacer lo que quisiera, incluso cuando era obvio que Jimin no tenía idea qué demonios estaba pasando, ni por qué. Nada, absolutamente nada había excitado tanto a Jungkook en años.

En un minuto, Jimin era todo suyo, retorciéndose bajo sus manos, una víctima dispuesta, una entrega total. Claro que había usado su palabra segura para detener el tormento que Jungkook le infligió a su cuerpo. Pero maldita sea, los subs más experimentados no habrían durado tanto tiempo con Jungkook ordeñando su próstata, tres dedos, trabajando duro, con toda la intención de forzar otro orgasmo, ya sea que su cuerpo lo quisiera o no. No, ellos se habrían rendido en el primer minuto, sin darle nada. No Jimin. No el chico con ojos de ciervo de Jungkook, virgen, no virgen, ¿a quién carajo le importaba? La necesidad, el deseo, la buena voluntad en sus ojos, y Dios, su cuerpo, la polla dura incluso después de correrse, todavía dispuesto incluso después de haberse corrido dos veces. Un libro abierto esperando a que sus páginas se llenen de todo tipo de primicias o al menos las de Jungkook.

Y lo había hecho muy bien, aguantó hasta donde nadie podría hacerlo.

Con el cuerpo tembloroso, lágrimas en sus ojos, la respiración agitada como si el aire de la habitación se hubiera detenido. Cuando dijo "épico", Jungkook se detuvo, lo abrazó, lo alabó...

Entonces la inocencia, el deseo ardiente se habían convertido en ira, humillación, miedo. Como si Jungkook hubiera cruzado alguna línea mientras Jimin bajaba desde lo alto donde lo había llevado. No tenía sentido.

Ninguno. Jungkook repitió el momento a través de su cabeza tantas veces que tuvo que masturbarse en la ducha.

No había dormido, por lo menos nada más que quince minutos de sueño, sólo para despertarse con la voz rota de Jimin en sus oídos. Había hecho algo malo, y no estaba seguro de qué. En alguna parte, de alguna manera, había hecho algo y como no era un hombre que evitara sus errores, estaba en su moto tan pronto como el reloj dio las seis con toda la intención de arrinconar a Jimin y exigirle que le dijera qué demonios había pasado.

Cuando llegó a Grind House, su ego inflado se había marchitado y se encontraba realmente temeroso de haber arruinado algo especial. Ni siquiera estaba seguro de qué. Apenas conocía a Jimin, y habían estado juntos dos veces. Había tenido aventuras más largas con clientes habituales del club, y se sentía menos comprometido con sus sentimientos.

Pero eran sólo personas. Jimin era...

Respiró y apretó los agarres del manillar hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

Jimin subía por la acera con la cabeza baja, con el cuaderno en la mano y la bolsa de su ordenador en la espalda. Entró en Grind House y, al cabo de unos instantes, ocupó su lugar habitual junto a la ventana, enterrando su nariz en su cuaderno, trabajando con su pluma sobre el papel.

Estacionado en el otro lado del aparcamiento, tres filas atrás, no fue una sorpresa cuando Jimin no se dio cuenta que Jungkook estuviera sentado allí observándolo. Normalmente, Jungkook habría estado delante, fuera de su moto, en el espacio personal de Jimin, pero... pero algo en el fondo le advirtió que ahora había grietas en el cristal entre ellos, y que si Jungkook pisaba demasiado fuerte, cualquier posibilidad de hacer las paces sería imposible.

LEGENDARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora