Odio el negro

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Las misas de un difunto eran horrorosas. Era como revivir el hecho. A la gente no le bastaba con estar casi dos días en un sepelio, tenías que venir a una misa a recordarte lo impensable. Los humanos éramos tan masoquistas.

–Oremos por Beth Clarke, y porque sea recibida con los brazos abiertos por dios. – La voz del viejo cura retumbó por la capilla.

Las lágrimas de mi pobre padre corrieron hasta el piso. No se había afeitado ni peinado. Seguramente ni siquiera se bañó para venir. Jeremy trató de contener su llanto por unos minutos, pero después simplemente se desmorono en pequeños sollozos.

Yo solo me quede parada, mirando las cenizas en los brazos de mi papá. Había algo tan sádico respecto a esto.

–Presta atención a lo que dice el cura, Juliet. – mi abuela me reprendió, tomando mi barbilla y alzándola hacia el cura.

Ella tampoco lloraba, pero ella era una anciana. Los ancianos aceptan la muerte, la abrazan y esperan. Tengo dieciocho años, no aceptó la muerte, pero tampoco le reprochó nada.

Mamá no creía en nada de esto, y yo tampoco lo hago. ¿Por qué tengo que estar aquí, fingiendo que me importa lo que este hombre dice?

–Necesitó tomar un respiro. – le susurré a mi abuela, luego mire al suelo. – Esto es demasiado.

–No tardes.

Salí de la iglesia y me senté en el piso, con la espalda en la pared de la iglesia. Miré a la gente caminando. Había una mamá con su hija pequeña. Ella le sonreía a su hija.

–Llora. – dije la palabra en voz alta y cerré los ojos con fuerza, tratando de traer las lágrimas a mi. –Tu madre esta en una caja ahí adentro, llora. Eres huérfana. La cremaron, la olvidaron, llora.

No sentí nada, mis ojos no ardieron y mi corazón no dolió. Desesperada saque mi teléfono y me metí en mis contactos. Y ahí estaba: Kayden Rivers. Me dio su teléfono antes de irse el viernes.

En un impulso marque su número y espere a que contestara. Después de seis timbrazos su voz llenó la bocina.

–¿Si?

–Soy Juliet. – me atraganté con las palabras. – ¿Estas ocupado?

–Acaba de terminar la misa de difuntos. – me informó, su voz temblaba un poco, estaba llorando.

–La mía acaba de empezar. – susurré, parándome y caminando. No dije nada por un rato y el tampoco. Ningún lo siento salió de nuestros labios. – ¿Cómo lo haces?

–¿Cómo hago que? – su voz confundida.

–Llorar.

–¿Perdón?

Suspiré exasperada. Zapatee contra el piso. No era tan difícil.

–¿Cómo es que lloras? ¿Qué hace que llores?

–Creo que es un poco obvio. – me dijo al teléfono, su voz temblante. – Ella murió.

–Eso esta sobreentendido.

–¿Entonces? – su voz sonaba desesperada también. – Lloró Juliet, lloró porque ya no esta, porque ahora estoy solo.

–Ella esta muerta, y ahora yo estoy sola. – repito las palabras, adaptándolas a mi situación, pero no pasa nada. – No siento nada.

–Quiero gritar de solo pensar que cuando llegue a casa ella no va a estar, que nadie me va a molestar. Y nadie me puede consolar porque la única persona que puede hacerlo es la que me causa este dolor. – Escuche gemidos de angustia en su voz, estaba llorando con todo.

Puedes Llorar, Yo te SostengoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora