Capítulo 1 (continuación): Sangre en la nieve

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La oscuridad se cernía sobre el orfanato, más densa que nunca. Afuera, las figuras de los bandidos se movían con una precisión calculada, sus siluetas apenas visibles entre la nieve que caía lentamente. Winter, escondida tras las cajas viejas en el rincón más oscuro del pasillo, sentía su corazón latir con fuerza; los susurros en su mente habían cesado de golpe, como si incluso ellos contuvieran la respiración ante lo que estaba por suceder.

[El sonido metálico de una espada desenvainada...]

—Escóndete... escóndete bien —se dijo a sí misma en un susurro, apretándose aún más contra la pared.

Observo de reojo a la Madre Irina, quien, con su habitual frialdad, enviaba a los niños a sus habitaciones.

—¡Rápido! No quiero ver a nadie fuera de su cama —ordenó la monja.

Winter se encogió un poco más en su escondite, apretando el colgante que llevaba en el cuello. El orfanato siempre había sido un lugar de hostilidad, pero esa noche... esa noche algo más se sentía en el aire.

Cuando el último niño desapareció en su habitación, la Madre Irina dio un suspiro de exasperación y se giró, ajustando su capa. En ese momento, desde las sombras al final del pasillo, una figura se deslizó sin hacer ruido. La monja, cansada y molesta, creyó ver a Winter, quien tantas veces había intentado ocultarse.

—¡Winter! —gritó con furia, avanzando con paso firme hacia la figura—. ¡Ven aquí ahora mismo, mocosa inútil!

Pero la figura no era Winter.

Winter pudo ver desde su escondite cómo la monja, al borde de la exasperación, se precipitaba hacia lo que creía que era la elfa. En lugar de encontrar a su "estúpida elfa" desobediente, se topó con una sombra distinta... una sombra mucho más peligrosa. De entre las penumbras, uno de los bandidos surgió rápidamente, y en un movimiento casi imperceptible, una hoja afilada atravesó el aire.

La Madre Irina apenas tuvo tiempo de comprender lo que sucedía antes de que la daga se hundiera profundamente en su abdomen. El silencio de la noche se rompió por el sonido sordo de la sangre goteando sobre el suelo. Su mirada se tornó vidriosa al instante, y su cuerpo tembló, intentando asimilar el golpe mortal.

—Buenas noches, hermana —murmuró el bandido con una sonrisa cruel, retirando la hoja ensangrentada.

El cuerpo de la Madre Irina se desplomó pesadamente sobre las viejas tablas del orfanato. La sangre se esparcía como un charco oscuro, y en ese instante, todo lo que había sido su autoridad, su tiranía, su desprecio, se desvaneció en la fría oscuridad de la noche.

[No te muevas...]

Winter apenas podía respirar. Su corazón latía desbocado en su pecho, y un nudo se formó en su garganta. No podía moverse. Sabía que si lo hacía, los bandidos la encontrarían también. Así que permaneció inmóvil, observando cómo el charco de sangre de la Madre Irina se extendía lentamente por el suelo.

—¡Busquen en las habitaciones! —ordenó el líder de los bandidos, con un tono frío como el viento exterior—. ¡Quiero a todos los niños que valgan la pena! Y... cualquier cosa de valor. No dejen nada atrás.

Winter contuvo el aliento. Los hombres se dispersaron rápidamente, sus pasos resonando por los pasillos mientras entraban a las habitaciones de los niños. Los gritos de los más pequeños comenzaron a llenar el aire, seguidos del sonido de cosas siendo arrojadas y destruidas. No había escapatoria. Todo estaba perdido.

—Aquí hay algo interesante —murmuró otro de los asaltantes al encontrar las habitaciones de las monjas, repletas de las cosas que la Madre Irina había adquirido con el dinero destinado a los niños—. ¡Cojan todo lo que puedan llevarse!

Umbra VultusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora